Vigilar las redes
La Vanguardia, , 30-11-2025Aquí lo fácil habría sido meterse en el terreno Anotop At. Habría sido lo fácil porque el lapsus de Feijóo fue el auténtico hit de X la semana pasada. Y ha dado para mucho. Que si el líder del PP vestido de faraón egipcio, que si un rap al estilo Millán Salcedo o al estilo John Scatman —lagrimita de nostálgico noventero—; que si el nuevo mueble de Ikea; que si el Pijus Magnificus de los Monty Python… y todo el sinfín de memes que nacen como setas cuando algo hace saltar la banca.
Pero de vez en cuando hay que ponerse un poco serio con esto de las redes, que andamos siempre de broma en broma y no vamos al meollo. Saltaba la noticia el viernes pasado de que Generalitat y Gobierno central han acordado que la Administración catalana pueda monitorizar los discursos de odio en las redes a través de la app Alertodio. Así, el Ejecutivo central cede al autonómico una herramienta que, a partir de unas palabras clave, le permite detectar y, si es el caso, forzar a las plataformas a que aborden las denuncias y retiren el contenido pernicioso. Es la misma app que ha permitido al Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia detectar 740.000 contenidos racistas y xenófobos en lo que va de año.
¡Censura!, alertaban algunos en estas mismas redes que permiten que la libertad de expresión se convierta en libertad de difamación, vejación y desinformación masiva. Obviamente son proclamas que no pretenden hacer una defensa de la palabra libre —ellos mismos te censurarían si pudieran—, sino seguir acentuando la dicotomía entre la “dictadura de lo políticamente correcto” y el “sálvase quien pueda” del nuevo experimento social al que aspiran. Pura guerra cultural, vaya.
Pero sin caer en este discurso, es natural ser algo escéptico. Y es que esto de la censura es muy complicado: las medidas de la Administración siempre tienen un recorrido dudoso, quizás porque lo que se quiere evitar es un imposible. Aquello de poner puertas al campo. Y menos aún si tienes a los dueños del cotarro digital en contra y dispuestos a convertir sus plataformas en ágoras de lo más ruin.
Además, por mucho que se quiera monitorizar la red, siempre hay resquicios. Nos guste o no. Por ejemplo, está el Algospeak. Este es el nombre que se ha dado, sobre todo en Tiktok, al fenómeno de crear un lenguaje “alternativo” para burlar lo que se entiende como censura automática, es decir, una supuesta tendencia del algoritmo a ocultar ciertas palabras por peliagudas (algo que las plataformas niegan). Es un código, más o menos secreto, pero que ya se está estudiando en Harvard. Poca broma.
La vigilancia también puede tener efectos no deseados. ¿Quién no recuerda como los delitos de odio, inicialmente pensados para proteger a colectivos vulnerables, se acabaron convirtiendo en la excusa para amparar a policías o jueces, todo ellos, como sabemos, grupos desvalidos – sí, es sarcasmo – ante críticas más o menos mordaces, muchas de ellas sí, amparadas en la libertad de expresión?
¿Se debe poner límites? Se debe. ¿Hay que ir con cuidado? Hay que ser consciente de que toda barrera que se interponga es frágil y, además, se puede volver en contra. Ni campo libre al odio ni abrir puertas al autoritarismo. ¡A ver si al final no podremos hacer chistes de Anotop At!
Pero quizás sí haya una alternativa y la estén marcando los jóvenes. Un estudio reciente del Financial Times señala que el auge de las redes sociales tuvo lugar en 2022 y que, desde entonces, su consumo va a la baja. Sabedores de que hoy no son sociales sino algoritmo infinito de entretenimiento, las nuevas generaciones no solo han dejado de compartir sus vidas o dar su opinión de cualquier cosa, sino que se pasan menos horas en general. Como mucho, un poco de consumo apático y basta. Así pues… muerto el perro, ¿se acabará la rabia?
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