El reto de la integración desde la mirada de los inmigrantes
Público, , 19-11-2025Con más de 9,6 millones de residentes extranjeros, la migración está transformando el panorama demográfico y social del país. Aunque el 85% de los contabilizados llegan por avión o carretera y el 75% proceden de la misma Europa y de América Latina, la mirada dominante se centra especialmente en los procedentes de África, aquellos a los que se identifica con cayucos y pateras.
Teniendo en cuenta la velocidad de las entradas, 3 millones en los últimos 4 años, el reto de la integración es inmenso, partiendo de que la propia idea implica ya significados imprecisos o ambivalentes.
Por un lado, parece evidente que el número, la diversidad y la creciente importancia relativa en muchas comunidades hace inviable identificarla con asimilación a la cultura nativa, por mucho que se empeñen las fuerzas reaccionarias defensoras del esencialismo de lo propio. Por otro, la idea de multiculturalidad, en la que se consolidan por separado modos de sentir y vivir culturalmente diferentes, no puede concebirse más que un paso necesario que debe aspirar a una transculturalidad nueva, compuesta de diferentes capas, asumidas e interiorizadas de forma distinta en cada ciudadano, mezcla de experiencias y troncos culturales diversos, que confluyen en una nueva cultura común, mestiza de todas esas aportaciones.
La música y los bailes, la gastronomía y el deporte, los medios y el lenguaje, la innovación y la creatividad serán necesariamente distintas, en una nueva fusión cultural enriquecedora. Defender conscientemente esa idea es esencial para dibujar el futuro.
Las diferentes perspectivas sobre la inmigración
Mientras esto llega, los peligros acecharán por muchos frentes. Entre otras cosas porque será imposible evitar que la mirada sobre esos procesos tenga diferentes intensidades y enfoques en función de las clases sociales y las miradas propias de cada colectivo.
Desde la perspectiva de las instituciones se insiste en considerar la inmigración como un fenómeno necesario y una solución económica para el envejecimiento del país. La misma mirada utilitarista y “racional” es compartida por buena parte de las capas medias profesionales y urbanas para las que el fenómeno migratorio se interioriza como una oportunidad, un canal de servicios externos que mejora sus vidas, con prestaciones accesibles en el hogar, el comercio o la hostelería, sin sentir ni sufrir coste alguno por la convivencia conjunta, que consideran lejana.
Esa perspectiva es evidentemente opuesta a la del trabajador precario, que comparte transporte, vecindad y empleo con gente diversa, con comportamientos que percibe extraños, ajena a sus raíces, y que ocupa cada vez más espacio, en el sentido físico, de sus vidas. Los barrios y pueblos que sufran más esos cambios, la rapidez con la que se producen, están sometiendo y someterán a esos colectivos a miedos y tensiones crecientes que las clases acomodadas urbanas ni siquiera imaginan. Sólo si las condiciones vitales de esos grupos precarios, nativos o inmigrados, confluyen en mejoras evidentes de su existencia, la convivencia respetuosa puede aliviar e imponerse sobre las tensiones latentes. Pero eso supone una velocidad de integración al menos tan rápida, como las de los nuevos flujos.
De lo contrario, sus percepciones sobre criminalidad e inseguridad, sobrecarga de servicios públicos, conflictividad y desempleo que se perciben en las encuestas sobre inmigración serán más intensas. Y más que una cuestión ideológica, serán consecuencia directa y reflejo del momento en que empiecen a considerar excesiva esa presencia extraña mientras sus perspectivas vitales se deterioran. En ese contexto, no es extraño que los mensajes del Gran Reemplazo calen profundamente en las clases populares sufrientes de la precariedad.
Pero esas perspectivas contrapuestas poco nos dicen sobre las de los propios inmigrantes , actores con cada vez más peso social. Su cansancio ante el menosprecio, la precariedad que se prolonga, su agotamiento ante una integración que se demora, obliga a desmenuzar sus sentimientos y a conocer en detalle su estado de ánimo para ser más eficaces en la integración que necesitamos y merecen.
Qué sienten y piensan los inmigrantes
En ese contexto, merece destacarse el papel de instituciones y organismos empeñados en dar voz y presencia a los inmigrantes . Entre ellos se encuentra el Instituto de Migraciones de la Universidad de Comillas y sus constantes trabajos de campo. Profundizar sus análisis es imprescindible para adentrarse en los riesgos del abismo social que se corre al desconocer y prolongar las discriminaciones que sufren.
Uno de sus estudios1 detalla, con precisión, cuáles son las múltiples esferas de la vida cotidiana que las personas migrantes identifican como discriminación. En las interacciones diarias, se reportan microagresiones constantes, contactos evitados e invisibilidad social. En la administración pública, sienten una especial opacidad que identifican con discrecionalidad y el acceso condicionado a derechos. Las políticas son vividas como arbitrarias e inseguras en todos los momentos, partiendo de la propia frontera, descrita en términos de violencia y peligro, que luego se prolongan y entrelazan con situaciones de limbo legal, la invalidez simbólica de credenciales e identidades, las sobrecargas diferenciadas por género y los bucles circulares en el empleo y la vivienda. Incluso, las relaciones con ONGs e instituciones profesionales aparecen marcadas por la ambivalencia, ofreciendo apoyos parciales y mediados por jerarquías implícitas. Y, día tras día, las posiciones mediáticas tienden a reforzar las posiciones que decantan el estigma y el miedo hacia lo que representan.
Aunque los discursos hostiles no son mayoritarios, sí emergen con fuerza en ciertos sectores, especialmente entre personas mayores y en los de menor nivel educativo, más propensas a establecer dicotomías entre “migrantes buenos” (que trabajan y se integran) y “migrantes malos” (que se perciben como abusadores del sistema o culturalmente incompatibles).
Otro informe2 nos aporta datos cuantitativos a esos rechazos percibidos, obtenidos de una encuesta con 1.601 personas migrantes. Sus resultados son concluyentes a pesar de que en la muestra estén sobre-representados los procedentes de África (36%) y, también, colectivos con más formación académica.
La forma de discriminación habitual más comúnmente reportada es que sus interlocutores se comporten como si fueran mejores que ellos (60%), o que les traten con menor cortesía (54%) o menor respeto (51%). También es frecuente que les traten como si fueran menos inteligentes (48%), como si no fueran honestos (43%), o que presten peor servicio (40%). Es algo menos habitual, pero aún frecuente, sentirse tratados como si les tuvieran miedo (35%), o ser insultados o amenazados (30% y 21%). Solo un 25% de los encuestados reportaron no haber sentido ninguna de esos síntomas discriminatorios.
De modo que las consecuencias de la discriminación y la hostilidad van más allá de la privación material y afectan a la salud psicológica y física. Los participantes reportan síntomas como ansiedad, depresión, insomnio y fatiga crónica, junto con sentimientos de invisibilidad, desesperanza y desesperación existencial. La tristeza (54%) y el enfado (40%) son las sensaciones asumidas con más frecuencia.
Al enfrentarse a situaciones de maltrato, las reacciones más habituales son contenerse y refrenarse, o intentar ignorar a la persona (42% en ambos casos). A estas reacciones les siguen otras tres: marcharse del lugar (26%), intentar defender el derecho a ser respetado (23%) o discutir lo sucedido con otras personas (29%). Entre las estrategias para sobrellevar estas experiencias destacan la búsqueda de apoyo en la religión (52%) y en la familia (46%). Otras estrategias son aumentar la solidaridad con otros (22%), usar el humor (16%) y unirse a organizaciones (12%) o buscar su ayuda (11%). Las opciones que optan por unirse a grupos que luchen activamente contra estas injusticias son asumidas por el 8%.
En todos los grupos, la exclusión fue vivida como una erosión del valor personal y como un peso emocional constante, pero hay diferencias en esa percepción. Los más jóvenes aparecen como especialmente vulnerables, mostrando dificultades de identidad y desafección académica. Las mujeres describen la pesada carga emocional de sostener a sus familias sin recibir apoyo, mientras que los hombres hablan de presiones vinculadas a la masculinidad y a la responsabilidad económica.
Qué hacer para avanzar en la integración transcultural
La tarea es inmensa y urgente. No solo porque la xenofobia y el rechazo a la inmigración, concebida como problema, sea asumida por una parte significativa de las sociedades europeas, acuciada por fuerzas políticas reaccionarias que lo han convertido en su bandera, también porque, en la actualidad, alrededor de un millón de personas se encuentran en situación irregular y otros tantos con permisos de residencia temporales, en buena parte caducados.
La invisibilidad es la antesala de la deshumanización de colectivos que, simplemente, aspiran a sobrevivir con dignidad. Que se desarrollen políticas de sensibilización institucional y que partidos, sindicatos y, sobre todo los medios de comunicación aporten voces que recojan sus problemas y aspiraciones es tarea urgente.
La colaboración de la Fundación Espacio Público con el Instituto de Migraciones de la Universidad de Comillas forma parte de ese camino hacia la comprensión del fenómeno migratorio, imprescindible para propiciar visibilidad y soluciones a sus problemas.
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