Los 'otros catalanes' forjan una nueva identidad cultural

Najat El Hachmi, que llegó a Vic con ocho años, ha ganado premios literarios en catalán y castellano, mientras que Barcelona sigue atrayendo a una nutrida colonia de escritores latinoamericanos, de Rodrigo Fresán a la joven Elena Mesa

El Mundo, Vanessa Graell B, 13-11-2025

“Jo sóc català, mama?”, preguntó su hijo. Y esa pregunta fue el motor para que una joven Najat el Hachmi escribiera su opera prima, el ensayo Jo també sóc catalana (2004). Desde entonces ha ganado algunos de los premios más importantes de las letras catalanas, como el Ramon Llull por El último patriarca (2008) su gran éxito traducido a una decena de lenguas, y de las españolas, como el Destino por El lunes nos querrán (2021), sobre las dificultades de dos adolescentes de ascendencia marroquí que viven en una periferia olvidada.
El Hachmi nació en Nador pero a sus ocho años llegó a Vic, capital de la Cataluña interior. Estudió Filología Árabe en la Universidad de Barcelona y su dominio de catalán y español es tal que escribe y publica indistintamente en ambas lenguas, algo poco habitual y cuyo máximo exponente es el gran poeta Pere Gimferrer. Este año se ha lanzado su primera novela juvenil, Els secrets de la Nur, sobre una niña de 12 años que se enfrenta al racismo, el machismo y a la construcción de su propia identidad a caballo entre dos culturas, la árabe y la española, un espejo de lo que sucede en las aulas de Barcelona. Aunque haya pasado más desapercibido, este año también se ha reeditado la versión no censurada del fundacional Els altres catalans (Edicions 62) de Paco Candel, con prólogo de El Hachmi, para conmemorar el centenario de un autor imprescindible y, lamentablemente, poco recordado.
En 1964, en pleno franquismo, Candel publicaría el análisis más lúcido, claro y sensible sobre la inmigración que él mismo representaba, criado en las Casas Baratas de la Zona Franca, cuando los otros catalanes eran andaluces, murcianos o extremeños que se hacinaban en las barracas de Montjuïc. A pesar del “paralelismo entre la inmigración de entonces y la de ahora”, constata El Hachmi, hay quien “viniendo de otras zonas de España se ofende si se le dice que fue tan inmigrante como lo son los marroquíes, ecuatorianos o senegaleses que tiene al lado de casa”.
En la higienizada Barcelona postolímpica ya no hay barracas, pero sí sobresaturados pisos patera en el centro de la ciudad que “evidencian unos problemas de vivienda similares” a los que denunciaba Candel, que ya hablaba del alquiler de camas. “Candel fue un pionero porque hizo de puente, miraba a lado y lado de una frontera invisible que separaba mundos que él conocía de muy cerca”, considera El Hachmi.
Si en los años 60 la inmigración era nacional, en el nuevo milenio la transnacional se ha convertido en el motor demográfico de Cataluña. Casi como una segunda oleada del Boom latinoamericano que hizo de Barcelona una capital literaria en la que vivieron y escribieron Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o José Donoso, la ciudad sigue atrayendo a una nutrida colonia de autores del otro lado del Atlántico, como el argentino Rodrigo Fresán o el mexicano Juan Pablo Villalobos, dos barceloneses ilustres después de más de dos décadas afincados en la capital catalana. Además de enriquecer su escena cultural, Barcelona se infiltra en su ficción, como en lo último de Fresán, El estilo de los elementos (Random House, 2024). Villalobos se ha adaptado tanto que lleva años ejerciendo de jurado de uno de los galardones más prestigiosos del país, el Premio Herralde de Novela, que él mismo ganó en 2016.
Una nueva generación de autores jóvenes prolonga el efecto del Boom: la chilena Paulina Flores, autora de La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama), la colombiana Elena Mesa, que ha debutado este año con Sé morir (Tránsito) o, entre muchos otros, el mexicano Carlos Ferráez, cineasta y escritor con dos libros publicados, que tras cursar el Máster de Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra, se quedó…
Aunque la literatura forma parte de la marca Barcelona desde tiempos cervantinos (en la Ciudad Condal se imprimió la segunda parte de El Quijote, además de la batalla final con el Caballero de la Blanca Luna), varios artistas han hecho de Barcelona su taller. Con la invasión de Ucrania, la fotógrafa Alisa Sibirskaya abandonó Rusia, como tantos otros creadores y disidentes. Con su exquisita obra de factura clásica ha protagonizado exitosas exposiciones en galerías de Barcelona, el Museo Ruso de Málaga y la Fundación MAPFRE de Madrid. Otro caso muy diferente es el del argentino Andrés Reisinger, uno de los artistas digitales más cotizados del mundo, que ha establecido su estudio en Poblenou, el barrio que se está especializando en el ecosistema audiovisual inmersivo.
Si en Jo també sóc catalana, El Hachmi exploraba las contradicciones de sentirse un “escalón intermedio” o “generación de frontera” (las mal llamadas “segundas generaciones”), los ya nacidos con DNI español han hecho de sus barrios su patria. En sus letras y videoclips el rapero Morad ha encumbrado La Florida, el tensionado barrio de L’Hospitalet que ostenta el triste récord de concentrar la mayor densidad de habitantes por metro cuadrado en Europa. El futbolista Lamine Yamal, hijo de madre guineana y padre marroquí, se crio en otro barrio humilde, Rocafonda, en Mataró. Y cada gol lo celebra formando con las manos el número 304, los últimos dígitos de su código postal. Ellos son los nuevos catalanes.

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