El grupo que salva la vida a los migrantes en la dura frontera entre Polonia y Bielorrusia

La suspensión del derecho de asilo por parte del Gobierno polaco ha complicado el trabajo de las asociaciones, que denuncian expulsiones ilegales y un trato vejatorio en ambos países.

Público, Lidia Narbona, 03-11-2025

“Decidí dejar Somalia cuando Al Shabaab mató a uno de mis compañeros con un ataque suicida”. Ahora Ilyas (33 años, Somalia) vive en Białystok, una ciudad polaca de casi 300.000 habitantes cercana a la frontera con Bielorrusia. Es periodista y el terror de un conflicto armado entre el Gobierno somalí y el grupo terrorista Al Shabaab le obligó a marcharse a Kenia en 2021. Desde ese momento, un proceso de tres años, cuatro países y más de un mes escondido en el bosque bielorruso le llevaron a solicitar el asilo en Polonia.

Ilyas es uno más de las miles de personas que desde 2021 han cruzado la frontera polaco-bielorrusa de manera irregular. Ese año, Bielorrusia cambió por completo la realidad migratoria de la región. Tras las protestas sociales contra el régimen de Aleksandr Lukashenko ocurridas en 2020 y la consecuente imposición de sanciones por parte de la Unión Europea, este país comenzó a facilitar visados a personas de países de África y Oriente Medio sumidos en la pobreza o la inseguridad, como explica el informe Brutal Barriers de Oxfam Intermón y la organización local Egala. Bielorrusia, que limita con varios países miembros de la Unión Europea, promocionó estos visados como una forma segura de llegar a la UE.

Como consecuencia, la Guardia Fronteriza de Polonia registró en 2021 más de 39.000 intentos de cruzar la frontera fuera de los pasos oficiales, cuando en 2020 no habían superado los 200.

La respuesta del Gobierno polaco, en su momento en manos del partido de ultraderecha Ley y Justicia (PiS), fue construir un muro de 186 kilómetros y sistematizar las expulsiones ilegales de solicitantes de asilo, algo denunciado por organismos internacionales como Human Rights Watch. Público se ha puesto en contacto con las autoridades polacas pero a la hora de publicar este artículo no ha obtenido respuesta.

Una línea de ayuda las 24 horas del día
Cuatro años después, Aleksandra Chrzanowska espera una llamada las 24 horas del día desde Hajnówka, una localidad polaca a unos 20 minutos en coche de Bielorrusia. Si suena el teléfono, los movimientos son claros: comida caliente, ropa de abrigo y una batería portátil. Alguien ha conseguido saltar el muro sin ser visto por la Guardia Fronteriza polaca y se encuentra en la profundidad del Bosque de Białowieża que rodea gran parte de la frontera.

En paralelo al comienzo de la crisis migratoria, diversas organizaciones, activistas y habitantes de ciudades fronterizas formaron el movimiento Grupa Granica —en español, Grupo de la Frontera—, centrado en proporcionar ayuda humanitaria a los solicitantes de protección internacional. Chrzanowska trabaja en la Association for Legal Intervention, uno de los organismos agrupados en el movimiento.

Junto a ella, trabajadores humanitarios y voluntarios se organizan en varios puntos de la frontera para asistir a las personas que llaman a su línea de ayuda tras pisar suelo polaco. “Conducimos hasta el lugar y luego caminamos hasta encontrarlos. A veces son 300 metros y otras seis kilómetros”, explica Chrzanowska. “Nunca sabes cuándo va a ser la próxima intervención, puede ser en cinco minutos o la próxima semana”, añade.

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Hasta este marzo, tras encontrar a los migrantes los ayudaban a pedir protección internacional. Pero ahora todo ha cambiado. A finales de ese mes, el Gobierno polaco de Donald Tusk suspendió temporalmente el derecho a asilo de las personas llegadas a través de la frontera bielorrusa, algo que actualmente sigue vigente. Ahora el procedimiento debe limitarse a proporcionarles algunas cuestiones básicas y dejarlos en el bosque.

Fuerzas de seguridad de Polonia frente a la frontera con Bielorrusia.
Las autoridades polacas frente a la frontera.Attila Husejnow / Zuma Press / ContactPhoto
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Cuando alguien necesita ayuda médica, la situación se complica. “Preferimos no llamar a la ambulancia. Siempre vendrán junto a la Guardia Fronteriza y hay un riesgo muy alto de que sean devueltos a Bielorrusia”, explica Chrzanowska. Cuando es inevitable la asistencia médica, los agentes deciden si los migrantes se encuentran en una situación lo suficientemente vulnerable como para ser trasladados a un hospital o enviados al otro lado del muro.

Evitar la deportación: el principal objetivo
El hospital de Hajnówka ya no asiste solo a sus poco más de 18.000 habitantes. Situado a la entrada del Bosque de Białowieża, su cercanía a la frontera ha cambiado su función y ahora también recibe a aquellos migrantes heridos que no son directamente expulsados. La asociación Egala, otra de las plataformas que forman parte de Grupa Granica, ha instalado junto al centro sanitario un pequeño almacén. Dentro cuentan con pantalones, toallas, muletas o artículos de higiene. Todo lo necesario que nadie proporciona a los migrantes ingresados.

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“Los pacientes solo tienen una bolsa de plástico con ropa sucia, normalmente todo lo demás se lo han quitado o robado”, explica Katarzyna Poskrobko, trabajadora para la organización dedicada a la asistencia en el hospital. Pero al comienzo de la crisis migratoria en 2021, las autoridades no permitían la cooperación de las asociaciones. Poskrobko llegó a ver a gente recibiendo el alta en pleno invierno llevando solamente unas chanclas en sus pies.

Aunque un médico haya decidido que es necesario hospitalizar al paciente, la posibilidad de ser deportado sigue estando muy presente. Cuando determinan que la persona ya está recuperada y no necesita permanecer ingresada, la expulsión al bosque bielorruso puede ser inminente. No importa que haya permanecido en el hospital una semana o unas pocas horas.

Katarzyna Poskrobko en el almacén situado junto al hospital de Hajnówka.
Katarzyna Poskrobko en el almacén situado junto al hospital de Hajnówka.Lidia Narbona
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Evitar esto es lo más importante para Katarzyna. Con el fin del derecho de asilo, a veces la única opción para impedir las devoluciones en caliente —pushback, en inglés— es apelar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Egala coopera con otras ONG para proporcionar representación legal a los migrantes y un abogado se encarga de enviar una medida cautelar a esta institución de la UE para paralizar, al menos temporalmente, la expulsión.

“Cuando llegan, a veces no pueden hablar, no pueden pensar, están casi inconscientes. ¿Cómo vamos a hablarles de información legal?”, se pregunta Poskrobko. Pero en este momento el tiempo es lo más importante. “En ocasiones la Guardia Fronteriza los expulsa y media hora después recibimos la medida cautelar. Pero ya es demasiado tarde”, explica Aleksandra Chrzanowska.

Tener una pierna rota puede llegar a ser la forma de salvarse y ser enviado a un centro de detención para extranjeros. En este momento, las asociaciones afirman que pueden darse diversos procedimientos. El fin del derecho de asilo cuenta con excepciones para personas en estado vulnerable debido a su edad o su estado de salud.

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Sin embargo, también es posible que, tras ser enviado al centro de detención, se inicie un proceso de deportación al país de origen. “Normalmente tienen siete días para apelar, por eso es esencial que mantengan el contacto con nosotros. Muchos no saben lo complicados que son estos procedimientos”, detalla Poskrobko.

El camino hacia Polonia: torturas y falsas promesas
Sufrir una devolución en caliente significa volver a la casilla de salida. El Gobierno polaco registra los intentos de cruzar la frontera, pero cada persona puede llegar a intentarlo muchas veces, explica Chrzanowska. “Las fuerzas bielorrusas deciden qué frontera van a forzarlos a cruzar. A veces los llevan a la polaca, otras a la de Letonia o la de Lituania”, detalla.

El informe de Oxfam y Egala recoge numerosos testimonios que hablan del horror vivido en Bielorrusia. Allí son detenidos ilegalmente, privados de agua y comida, forzados a andar largas distancias e incluso torturados. Ilyas vio a algunos de sus compañeros morir delante de él mientras estaba en el bosque.

Esta ruta migratoria está plagada de idas y venidas. Antes de conseguir llegar a Polonia, Ilyas viajó hasta Rusia con la idea de que era “la forma más sencilla de ir a Europa”. Tras más de un mes viviendo sin éxito en la frontera bielorrusa, decidió volver a Rusia. Allí acabó siendo detenido y juzgado por un tribunal para ser deportado a su país. “Somalia es uno de los países más peligrosos del mundo para ser periodista, no podía volver”, explica.

Somalia es uno de los países más peligrosos del mundo para ser periodista, no podía volver

Tras esto vendría una promesa envenenada de las autoridades rusas: “Me dijeron: Puedes elegir: si trabajas durante un año no serás deportado”. Ilyas fue forzado a unirse al Ejército ruso y enviado al frente en la Guerra de Ucrania. “Me negué y me enviaron a la cárcel, incluso dijeron que me matarían. Pero hui de mi país para escapar de la guerra, no quería ir a otra”, explica Ilyas. Tras este laberinto, acabó siendo liberado, consiguiendo cruzar hasta Polonia y pedir el asilo a finales de 2024.

La vida tras la solicitud de asilo

Mientras Ilyas cuenta su historia, Ibrahim (Somalia, 33 años) asiente a su lado: “El bosque es muy difícil”. Él también huyó debido a la inseguridad y solicitó protección en Polonia cuando aún era posible hacerlo. Tras más de un año y medio en el país, habiendo pasado por varios centros de detención, ahora vive en Białystok y trabaja en una empresa de muebles.

Białystok, el nuevo hogar de Ilyas e Ibrahim, es la capital de Podlasie, una región fronteriza donde las instituciones locales registraron —hasta julio de este año— más de 17.000 intentos de cruzar la frontera irregularmente. Esta localidad alberga un centro para solicitantes de asilo y la sede de Egala. Desde allí tratan de romper con la tendencia de muchos refugiados de marcharse a Varsovia. “Muchos quieren irse a la capital, pero allí el coste de vida es el doble y acabarán consiguiendo un empleo con un salario igual de bajo”, explica Anna Romaniuk, trabajadora de la asociación.

Ilyas vive en un apartamento “de entrenamiento”, uno de los proyectos de Egala. Antes que él, Ibrahim también pasó por ese piso. Durante tres meses, cuatro personas obtienen alojamiento mientras les ayudan en cuestiones mundanas como obtener un trabajo o aprender polaco. “Es difícil, pero es necesario”, cuentan Ilyas e Ibrahim, que acaban de comenzar con las clases organizadas también por la asociación. “Es mucho más que aprender el idioma, también se trata de conocer a otras personas y tener una motivación”, detalla Romaniuk.

Ahora, Ilyas quiere aprender polaco para poder volver a trabajar como periodista e Ibrahim espera conseguir la reunificación familiar —un proceso legal para refugiados que permite reunir a miembros de una familia que viven en diferentes países— y traer a sus hijos a Polonia. Mientras tanto, el Gobierno polaco continúa reforzando el muro que separa su país de Bielorrusia. “Al principio solo era una valla con concertinas. En 2022 construyeron el muro y todo el tiempo siguen añadiendo cámaras, drones, sensores de movimiento…”, explica Aleksandra Chrzanowska.

“Creen que en algún momento harán el muro imposible de cruzar, pero no es así. Ahora solo es imposible para los grupos más vulnerables”, afirma la trabajadora de la Association for Legal Intervention. “Al principio encontrábamos muchas familias, bebés, mujeres embarazadas… Pero ya no”, añade. Tras la violencia de las autoridades bielorrusas, viene la de Polonia: “Gas pimienta, golpes y todo tipo de torturas. Cada vez escuchamos más sobre la violencia física en el lado polaco”.

“El Gobierno busca disuadirlos de querer quedarse aquí. Desde el primer momento te dicen que no eres bienvenido”, dice Katarzyna Poskrobko desde el hospital de Hajnówka. Para ella, nadie es consciente de la realidad que le espera al cruzar la frontera polaca: “Han vivido tantas cosas horribles en sus países que no pueden imaginar que algo así les podía pasar en Europa”.

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