11-S, Síndrome de Manhattan. (Alonso Escalada Ciriza)

Diario de Navarra, 12-09-2006

11 – S, Síndrome de Manhattan

HAN pasado cinco años del magnicidio de las Torres Gemelas de Nueva York y la imagen del horror del atentado de Atta y sus «mártires» musulmanes está presente en las mentes y en el ánimo de los americanos. A aumentar ese dolor ha contribuido el director de cine Stone con su película con tintes terroristas El 11 -

El americano siente miedo, miedo magnificado por el temor a otro atentado; miedo por una sensación de inseguridad cuando sale a la calle, miedo dentro de su casa cuando enciende el televisor y contempla escenas semejantes en Bali o Turquía. El ciudadano americano ha comenzado a perder su confianza en el Estado de bienestar, y ya sólo recurre con confianza a la oración y al Dios protector.Esos miedos del trabajador honesto que lee los diarios y contempla su dolor reproducido en imágenes sangrientas en mundos distantes pero aproximados por la actualidad han contribuido a crear en él el nuevo «síndrome de Manhattan». Impresiona contemplar en el mismo epicentro del atentado de las Torres Gemelas la capa de polvo y de cemento solidificados que los neoyorquinos y visitantes miran con asombro dolorido. Esa visión descarnada de la tragedia disuelta en polvo y cemento granulado es otra elegía del dolor por la pérdida de los 2.300 muertos de Manhattan.

¿Cuál ha sido la reacción oficial, después de cinco años, a la tragedia del magnicidio? De primera, un reforzamiento de los controles de seguridad. En todos los aeropuertos y estaciones de Metro hay unas severas medidas de cacheo o de detector de metales así como de controles de documentación personal. Los pasajeros no se creen violados en sus derechos de libre circulación. Saben que su seguridad personal está por encima o por delante de su libertad. Diríase que el americano ha preferido, después del 11 – S, perder espacios de libertador a obtener sensaciones de seguridad. El ciudadano libre o el «americano tranquilo» se ha transformado en el ciudadano más seguro o más protegido. En su fuero interno quiere un Estado fuerte que le proteja contra otro posible atentado y reza por sus gobernantes para que el Todopoderoso les dé acierto y firmeza. Pero ¿qué es lo que se echa de menos en la dirección de una política acertada en materia de seguridad y de prevención de posibles atentados? La falta de un plan de seguridad general, que abarque los espacios de lo público y lo privado.

No basta con un reforzamiento de los controles de seguridad ni menos con unas pistas equivocadas sobre los atuendos raros de pasajeras sospechosos por su indumentaria o por sus barbas. Esas desconfianzas policiales deberían estar ya eliminadas en materia de seguridad. Se necesitan medidas más inteligentes, tanto por los métodos escogidos como por la aplicación de las medidas de seguridad. Y, en especial, un seguimiento y control no sólo en aeropuertos y estaciones, sino en los centros de enseñanza. No olvidemos que Atta y sus compañeros terroristas fueron alumnos de una academia de pilotos en los EE UU. Y una mayor y más eficiente coordinación entre los agentes de seguridad de todo el mundo.

Hay un peligro en todo este proceso de aplicación de medidas de seguridad, en especial si las medidas han sido elegidas por el imperativo del miedo, y es el peligro de caer en el racismo. Este peligro está denunciado y recusado en los medios de comunicación americanos. Uno de los efectos de este actual «síndrome de Manhattan» es el creciente racismo que se va infiltrando como una serpiente en la sociedad americana. Puede ser que el miedo traiga a la cola el racismo identificado y mimetizado en ese miedo natural de defensa propia. Éste es un mal síntoma, ya que puede ser el destructor de la convivencia y del respeto a la persona. La América traumatizada desde el 11 – S debe dar paso a la América dueña de su libertad, y para ello imponerse a su miedo y a su trauma.

Alonso Escalada Ciriza es profesor de Literatura

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