“Tras la dana, los vecinos me conocieron como persona, no solo como la africana que vive en el edificio”
La presidenta de la Asociación Bella África de Paiporta, Hawa Bamba, reflexiona sobre cómo fueron los primeros momentos tras la Dana, así como el impacto psicológico posterior y también el doble sufrimiento y discriminación que vivieron la personas migrantes. En lo positivo, se queda con la solidaridad y con el refuerzo de los lazos de vecindad y comunidad
El Diario, , 30-10-2025Cuando la Dana y la riada arrasaron con todo a su paso, el 29 de octubre de 2024, no distinguieron a las personas ni por su género, ni por su ideología ni tampoco por su origen o nacionalidad. El agua, tan sabia como es para buscar un camino por el que abrirse paso, no discrimina, para bien y para mal. Pero no se puede decir lo mismo del ser humano. Al hecho de verse envueltos en tal tragedia, hubo personas que tuvieron que sumar, en los días, semanas e incluso meses posteriores, su condición de extranjeros. En unos casos, la ausencia de papeles que demostraran algo tan sencillo como un empadronamiento les privaron de las ayudas más básicas. En otros, incluso con sus documentos en regla, sufrieron el estigma y hasta los ataques no solo en redes sociales, sino también en persona, en el cara a cara, en el día a día. Por no hablar de la oportunidad que en todo ello vio la extrema derecha para pescar en río revuelto, nunca mejor dicho, y lanzar todo tipo de bulos para aumentar la brecha social, el odio hacia el diferente y, por tanto, el racismo y la xenofobia.
Pese a todo, la Dana también dejó brechas por donde se puede colar la esperanza y la solidaridad. Esos ríos de personas cruzando el puente, esas patrullas improvisadas de limpieza y de apoyo mutuo quedaran para siempre en el imaginario colectivo tanto o más que las del agua arrasando con todo a su paso.
Una de las personas que sufrieron en sus propias carnes y también en la de amigos y familiares este doble sufrimiento de padecer los efectos de la Dana y, además, ser estigmatizado por unos y discriminado e incluso atacado por otros fue Hawa Bamba. Presidenta de la Asociación Bella África, nació en Mauritania, pero se mudó de pequeña a Francia. Desde hace 25 años vive en Valencia y hace cuatro se mudó a Paiporta donde fundó esta asociación con el objetivo de mostrar a los jóvenes de origen o ascendencia africana que “pueden sentirse orgullosos de su identidad, sin importar de dónde vengan o qué cultura tengan”, explica.
Ella misma tiene tres hijos de 19, 20 y 23 años que no solo son de origen afrodescendiente, sino que tienen diferentes grados de discapacidad. Además, Hawa tuvo que pedir la incapacidad permanente hace unos años por motivos de salud. Harta de ver que en los medios de comunicación cuando salían personas africanas era, en general, por malas noticias, decidió tratar de modificarlo impulsando lo positivo de su continente: su belleza, cultura, educación y valores porque como ella misma indica: “Si sabes de dónde vienes, sabes a dónde vas. Quiero que los chicos se sientan orgullosos de ser africanos y conozcan lo positivo de su herencia, no solo lo negativo que es lo que suele difundirse”.
En esta línea, Hawa recuerda cómo, tras la Dana, a veces había medios de comunicación que decían que había asaltos a tiendas o cosas similares, pero lo que mostraba eran siempre fotos de personas migrantes o afrodescendientes. “La verdad es que todo tipo de personas, en los momentos más delicados, fueron a las tiendas pero no a robar o a aprovecharse, sino a coger lo más básico para subsistir porque no había de nada”, asegura. Además, pone en valor que “muchos colectivos de personas migrantes estuvieron desde el primer día organizándose para llevar a cabo todo tipo de tareas, desde retirar coches, a limpiar lodo, repartir comida a personas con movilidad reducidas y mayores y mucho más”. Pone de ejemplo casos como los de los propietarios de fruterías, muchos de ellos de origen pakistaní o indio, que ofrecían gratis los productos que habían podido traer desde Valencia en los días posteriores a la tragedia en puestos improvisados a pie de calle.
“Tuvieron que bajar los vecinos para ayudarnos a abrir el portal”
Al preguntarle cómo vivió ese fatídico día, su recuerdo permanece aún hoy tan vivo como si hubiera pasado ayer mismo: “Aquel día parecía un día como otro. Estaba haciendo unas compras. Mi hija iba a ir a la autoescuela, pero al ver el río tan lleno (nunca lo había visto así en tres años y medio), le dije que mejor no saliera. Me fui a comprar y, al volver, noté algo extraño. Dejé el coche abajo y bajé con mi hija. Cuando llegamos al coche, el agua ya me cubría los tobillos. Pensé que se habría desbordado un poco el barranco, sin imaginar lo que vendría después”, rememora.
“Subí el coche un poco más arriba, a un descampado. Cuando regresamos a casa, en menos de diez minutos, el agua ya nos llegaba a la cintura. Intentamos llegar al portal agarrándonos a los coches, porque la corriente era muy fuerte. Al llegar, la puerta estaba bloqueada. Mi hija comenzó a gritar para que los vecinos bajaran a ayudarnos desde dentro, y finalmente pudimos entrar”, rememora.
Pero la cosa, lejos de terminar, había acabado de empezar: “Sentí miedo y confusión: pasamos de reírnos por tener los pies mojados a sentir verdadero pánico. Se cortó la luz, todo se oscureció y solo se oían los coches chocar arrastrados por el agua y a la gente gritando abajo. Era aterrador.
Pasamos la noche sin comunicación, sin saber si el agua seguiría subiendo. Uno de mis hijos estaba fuera, en Catarroja, y no pude saber nada de él hasta el mediodía siguiente. Caminó desde Catarroja hasta Paiporta, entre barro y escombros y llegó con una muñeca lesionada“, agrega.
La dimensión de la tragedia
Hawa cuenta cómo fue la primera mañana tras la Dana: “Salimos al patio: todo estaba cubierto de barro. Al principio no dimensioné la gravedad de lo que había ocurrido. Hasta que caminamos un poco más y vimos coches amontonados, unos sobre otros. Pensé en los vecinos que había visto dentro de sus coches la noche anterior y sentí un nudo en el estómago. Era como estar dentro de una pesadilla”.
“Durante varios días estuvimos incomunicados, sin agua, sin comida ni electricidad. Solo se veía a la Guardia Civil, pero tampoco tenían información. Logramos conseguir agua en un punto entre Picaña y Paiporta, donde se abrieron unos grifos públicos. Nadie sabía si era potable, pero era lo único disponible. Un grupo de jóvenes africanos se ofreció a ayudar a llenar las botellas de la gente; trabajaron todo el día sin descanso allí”, asevera.
Tan impactante como bajar a la calle fue el hecho de llegar a Valencia, andando, unos días después para buscar algo de alimentos y agua: “Fue muy duro: acabábamos de vivir el caos y, al llegar a Valencia, parecía otro mundo. La vida seguía normal, la gente paseaba, compraba… mientras nosotros veníamos cubiertas de barro, con botas sucias, buscando sobrevivir. La gente nos miraba extrañada, como si viniéramos de otro planeta”, afirma.
“Mi gritaron ladrona y me grabaron en video por tratar de sacar los papeles de mi coche”
Esas primeras miradas de desconfianza por parte de unos vecinos de Valencia que no acababan de ponerse en el lugar de los que sufrían más de cerca la Dana se vio incrementada cuando, días después logró encontrar uno de los dos coches que perdió. Era un todoterreno nuevo que se había comprado, hacía solo nueve meses, tras ahorrar durante años. Estaba debajo de otros tres coches, medio aplastado, y las puertas no se abrían. Por tanto, tuvo que forzar la puerta trasera para tratar de entrar. Cuando estaba en ello, una mujer empezó a gritarle “Ladrona, ladrona, deja ese coche en paz”. Tras ello, Hawa le pidió que dejara de grabar: “Le expliqué que era mi coche. Me dolió que asumiera que, por ser negra y mujer no podía tener un coche propio. Me dijo que en la televisión habían dicho que ‘los inmigrantes estaban robando coches’ y le respondí: ‘Ni el más tonto vendría a robar un coche en pleno día y delante de la Guardia Civil. Lo que estamos haciendo es intentar sobrevivir y recuperar nuestras pertenencias”. Tras ello, la mujer se calló y se fue como si nada hubiera pasado y, por supuesto, sin pedir perdón. Hawa, tras reflexionar mucho sobre ese incidente, llegó a la conclusión de que la mujer no se movía tal vez solo por sus propias creencias, sino influenciada por los bulos que tanto proliferaron no solo en redes sociales, sino también incluso en medios de comunicación.
La dificultad para acceder a las ayudas y a una vivienda
Mucho se ha hablado de las ayudas tras la Dana, tanto o más tal vez que la desesperación que se ha generado por su tardanza o por la dificultad de acceder a ellas: “No sé qué tipo de apoyo hubo para quienes perdieron su trabajo o sus cultivos. Muchos migrantes trabajaban en el campo o en el hogar, y se quedaron sin empleo, sin contrato, sin papeles y sin posibilidad de acceder a prestaciones.
Conozco casos de mujeres migrantes que trabajaban en casas particulares que fueron destruidas o cuyos empleadores murieron. También mujeres víctimas de violencia de género que, tras mucho esfuerzo por independizarse, se vieron obligadas a volver con sus agresores por no tener otra opción. Son realidades muy duras, que se agravan cuando eres migrante“, denuncia Hawa.
Al hecho de haber perdido la casa, se añade la dificultad para encontrar otra, más aún si eres migrante, con pocos recursos: “Otro problema importante es el del alquiler. Muchas personas, incluso españolas conversas al islam, han sufrido discriminación. Una amiga mía valenciana, que usa pañuelo y está casada con un senegalés, me contó que la trataban bien por teléfono, pero cuando la veían en persona, le decían que ya habían alquilado el piso a otra persona. Esto demuestra que la discriminación no depende solo de ser migrante, sino también de la apariencia o la religión. A veces basta con llevar un pañuelo para que te cierren una puerta. Hoy, un año después, la situación del alquiler en Paiporta sigue siendo complicada. Muchos bajos siguen dañados, las casas son pocas y demasiado caras”, evidencia.
La ruptura emocional
Toda tragedia lleva consigo una fuerte carga emocional que puede mantenerse más o menos latente incluso mucho tiempo después. Es algo que ya vimos en la pandemia de la Covid-19 y que se evidenció también tras la Dana. Para Hawa es de lo más complicado: “Psicológicamente seguimos afectados. Las ayudas emocionales fueron superficiales, solo llamadas o visitas puntuales. No hubo un acompañamiento real. Ahora, cada vez que llueve fuerte, la gente no sale de casa. Nadie quiere revivir aquello”, afirma.
Ella, dentro del dolor, pone en valor otra cuestión: “Aun así, dentro de todo lo malo, la comunidad de Paiporta se ha unido. Yo viví más de 20 años en Valencia y nunca sentí tanto apoyo vecinal como aquí. Desde el ayuntamiento hasta los vecinos, hubo empatía y respeto”.
La solidaridad como gran lección
Hawa, también quiere ver el lado positivo. A pesar de lo ocurrido y de la lentitud de las ayudas públicas, o del hecho de que les pidieran la documentación a la hora de hacer cola hasta para pedir los alimentos más básicos. Papeles que, en ocasiones no tenían no solo porque algunas personas pudieran estar en situación irregular, sino porque los habían perdido tras la riada: “Había personas sin papeles o sin empadronamiento que se quedaban sin nada por no poder acreditar su identidad”, lamenta.
Ella se queda también con la solidaridad que se vivió no solo por parte de los voluntarios llegados desde todo tipo de lugares, sino por el refuerzo de los vínculos y hasta lazos de amistad que se crearon entre los propios vecinos. “Lo que nos salvó fueron los vecinos y las personas que vinieron a ayudar de verdad, de corazón”, dice, emocionada. Y agrega: “Ahora los vecinos me han conocido como persona, no sólo como la africana que vive en el edificio”.
Sobre la solidaridad de los voluntarios, Hawa pone en valor que muchos eran migrantes: “Africanos, paquistaníes, latinos… ayudaron muchísimo. Mujeres musulmanas cocinaban para todos, especialmente platos vegetarianos o sin cerdo, porque había gente que no podía comer ciertos alimentos. Fue muy bonito ver cómo, en medio del desastre, la humanidad salía a la luz”.
“Recuerdo ver a inmigrantes ayudando incluso dentro de una comisaría de policía. Algunos no tenían papeles, y aun así estaban allí, colaborando. Eso demuestra que en las tragedias no miramos el color de piel, la religión ni la nacionalidad: todos somos humanos”, destaca.
Reflexiones finales y para el futuro
“A los voluntarios les diría que sigan ayudando con el corazón, sin prejuicios y sin juzgar. Que no se dejen llevar por lo que dicen los medios. Cuando uno ayuda, lo hace desde la humanidad, no desde la superioridad. Lo importante no es quién recibe la ayuda, sino hacerlo con respeto y empatía porque al final, todos somos personas. Y en momentos como la Dana, lo que nos salva no es la nacionalidad ni el color de piel, sino la solidaridad”, asegura.
“La Dana nos debe traer el aprendizaje de que si somos solidarios entre los seres humanos las cosas pueden avanzar y mejorar. No hemos tenido la ayuda gubernamental, pero sí que hemos tenido la ayuda de personas que han venido de muchos lugares y eso ha sido la parte más positiva de todas”, agrega.
“Ojalá no vuelva a haber otra Dana. Pero si llega, espero que todos —vecinos, autoridades y voluntarios— estemos mejor preparados y más unidos. La naturaleza es impredecible, pero la solidaridad no debería depender de la tragedia. Ya lo vimos con la pandemia: el ser humano solo aprende cuando sufre. Ojalá no tengamos que esperar otra catástrofe para entender que debemos cuidarnos los unos a los otros, cada día. Aprendamos de los errores y no los repitamos. Ese es el verdadero aprendizaje”, concluye.
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