LA PRESIÓN MIGRATORIA // LOS PROTAGONISTAS
Los tres fiascos de Malick
# n joven senegalés prepara su cuarto intento de llegar a Canarias. ras fracasar dos veces en cayuco, probó en zodiac desde el Sáhara, pero fallaron los motores
El Periodico, 11-09-2006OSEP SAURÍ
ENVIADO ESPECIAL / THIAROYE-SUR-MER
Ni en cayuco, ni en zodiac. El pasado mes de marzo, Malick Gueye relataba sus desventuras a EL PERIÓDICO en una comisaría de Nuadibú (norte de Mauritania), después de que su segundo intento de alcanzar las Canarias acabara como el primero: con el cayuco a la deriva y una patrullera mauritana al rescate. Entonces, este joven senegalés de 20 años ya anunció que no iba a rendirse. El martes, en la casa familiar de Thiaroye-sur-mer (cerca de Dakar), una vez consumado el tercer fracaso en aguas del Sáhara Occidental, Malick lo tenía más claro que nunca: “La próxima vez lo lograré”.
Sin duda, el chaval tiene agallas. Cuando el secretario de Estado de Exteriores, Bernardino León, visitó Nuadibú y preguntó a los emigrantes hacinados en la comisaría por qué no pedían un visado en vez de jugarse la vida, fue él quien, en su perfecto castellano, le respondió que obtener el visado es en la práctica imposible. Y fue también él quien entregó a la delegación española una carta para el rey Juan Carlos. “Le contaba mi historia y le pedía que me dieran papeles, pero de momento no me ha contestado”, recuerda.
Tras ser devuelto a Senegal por las autoridades mauritanas, Malick solo tardó dos días en enrolarse de nuevo en el Águila del Mar, un barco atunero español que faena en Cabo Verde y Mauritania. Así podía mandar algo de dinero a casa e ir ahorrando para la siguiente tentativa. Esta vez optó por el Sáhara Occidental. Aunque la presión policial marroquí ha desplazado el grueso del tráfico de personas más al sur, esta ruta nunca se ha abandonado del todo, y en los últimos meses incluso ha experimentado una cierta reactivación.
Malick viajó en avión a Casablanca y contactó con un mafioso senegalés establecido en Rabat. “Él reúne a la gente, soborna a la policía marroquí y compra la lancha, la gasolina y los motores”, explica. Previo pago de 350.000 francos CFA (unos 535 euros) por cabeza, el traficante llevó al grupo -una veintena, todos senegaleses- en tren a Agadir y de allí, en un camión, “muy lejos, hacia el sur, en el desierto”.
Era medianoche cuando se subieron a la zodiac. Nada que ver con el cayuco: la distancia a recorrer era mucho más corta, y el mar estaba en calma. Pero tres horas después, “cuando ya se veía el halo de las luces de la costa”, según Malick, los dos motores empezaron a fallar y hubo que dar media vuelta. No les devolvieron el dinero, pero nadie protestó: “Como nuestro contacto trabaja con la policía marroquí, si nos hubiéramos quejado nos habrían detenido y habría sido peor”.
Elegido por su padre
En su empeño, Malick tiene el apoyo -y la presión- de toda la familia. Su padre, Ndiougou, el primero: “Yo mismo se lo propuse. Cuando encuentre trabajo, podrá ayudarme a sostener la familia. Le elegí porque él puede hacerlo”, afirma este electricista y exmarino, cabeza de una extensa maraña familiar que deposita sus esperanzas en Malick. “Es un valiente y conoce el mar. No temo por él”, dice Astou, la madre.
El cuarto intento llegará pronto. “El otro día vi por internet que esa mujer del Gobierno, De la Vega creo que se llama, decía que España expulsará a todos los africanos que lleguen. Tengo que entrar enseguida, antes de que empiecen a echarnos”, razona Malick. Las experiencias anteriores le llevan a preferir la vía del Sáhara, pero no le salen las cuentas. “Está muy cerca de Canarias, pero pasar por Marruecos es caro”, explica. En los próximos días va a salir un cayuco del mismo Thiaroye, y por 400 euros tendría sitio en él. “No sé qué voy a hacer”, admite. Ojalá que también esta vez nos lo pueda contar.
Impulso incontenible
A diferencia de muchos otros casos, no sería exacto decir que a Malick le mueve la desesperación. La familia vive modestamente, pero bastante mejor que la mayoría de los habitantes de Thiaroye, pescadores que se debaten en la miseria. El atunero no le pagaba mal, dentro de lo que cabe. Sin embargo, a él esto no le basta. “Quedándome aquí jamás podría tener una casa. Si trabajo en España, me la podré comprar en un año”, asegura.
Y paseando por la insalubre playa de Thiaroye, donde decenas de niños descamisados y descalzos corretean entre montones de basura, Malick muestra las decrépitas barcas de pesca, los ejércitos de moscas disputándose restos de pescado podrido, las cabras que rebuscan en los desperdicios, y remacha: “Tú también te irías, ¿verdad?”.
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