Llegó el fin de lo malo

Público, Lucila Rodríguez-Alarcón, 20-10-2025

l sistema en el que vivimos es erróneo. Nadie cuestiona esta máxima. Durante los últimos siglos hemos construido una forma de vivir y relacionarnos que no nos hace bien. Sabemos que hay que cambiarla pero no sabemos cómo hacerlo. Cada intento global de capitalizar el malestar mundial para llevar a cabo un cambio da lugar a una respuesta inversamente proporcional del sistema para quedarse como está, o incluso para ir ligeramente peor. Después de diez años oscuros que siguieron al despertar de la crisis del 2008, parece que otra vez estamos preparadas para un despertar social. Ahora nos encontramos sin duda en un momento histórico en el que las mayorías están dispuestas de nuevo a luchar pacíficamente por un cambio de modelo. La propuesta es la misma de siempre: priorizar el bien común para conseguir el bien individual. La respuesta es igual: unas pocas personas que detentan el poder, sin que eso las haga especialmente felices ni equilibradas, intentan evitar que eso suceda. Sin saberlo, estas personas son meros “peones” de un sistema que se protege con el fin de no cambiar. Porque ni siquiera ellas ganan.

El pasado sábado millones de personas salieron a las calles en Estados Unidos en el “No Kings Day”, el día “sin reyes”. Este hecho histórico marca un punto de giro mundial. No había sucedido nada parecido desde los años 60 en los que el movimiento hippie consiguiera un avance en derechos humanos y civiles sin igual en la historia contemporánea. Viendo en perspectiva todas las movilizaciones reactivas a las crisis del 2008, estas fueron una antesala de lo que está sucediendo ahora. El resultado de entonces fue la aparición de Bernie Sanders en la esfera pública tras su reelección como senador en 2012 y su postulación como candidato a las primarias del Partido Demócrata para las presidenciales de 2016. No salir elegido no le penalizó, sino que elevó el poder de su discurso en el espacio público. Un discurso que ahora mismo ya se ha convertido en mayoritario en muchos espacios demócratas y tiene como puntas de lanza a AOC, Alexandria Ocasio-Cortez, que parece que se presentará a las primarias demócratas para las presidenciales, y Zohran Mamdami, aspirante incontestable a la alcaldía de Nueva York.

El discurso público que han estructurado ha llegado ahora a un grado de solidez que no fue capaz de encontrar en el momento de la post-crisis del 2008. Por un lado, el bien común es el eje principal, lo cual lo convierte en una idea abrazable por todas las personas, independientemente de su clase y su espacio de pertenencia social. Las propuestas son sencillas y se basan en casos de éxito. Asegurar la salud, la vivienda y la educación universales, promover un pacto climático, y establecer unos estándares mínimos de justicia económica y laboral, son sus ejes principales. Estás son las bases para construir una sociedad próspera y equilibrada. Actualmente no hay dudas de que sistemas desiguales solo generan modelos decadentes y críticos en el corto plazo.

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Lucila Rodríguez-Alarcón

Por otro lado, también han encontrado un ‘malvado’ contra el que luchar, lo cual es un punto casi indispensable para conseguir la activación social. Se trata de los ultrarricos. Son menos del 1% de la población mundial y ostentan el control del mundo. Son realmente ‘malos’ porque su riqueza se ha construido sobre capas de injusticia y desinterés por el resto de las personas que habitamos la Tierra. Su forma de actuar incluso pone en riesgo la supervivencia del planeta. Esto hace que desde las personas más pobres hasta las clases más ricas formemos parte del club de los agraviados y amenazados por este 1%.

Desde que Trump llegara al poder a principios de año, el debate público mundial ha ido transitando desde la estupefacción hasta la determinación. Llevábamos años atrapadas en una especie de indefensión aprendida, inmovilizadas por la sensación de que nada podía cambiar. Esto lo explica Martin Seligman. Este psicólogo trabajó con perros que recibían descargas inevitables, y luego, incluso cuando podían escapar, no lo intentaban. Habían aprendido la impotencia. Seligman llamó a esto “indefensión aprendida”: cuando la exposición a lo incontrolable lleva a rendirse. Nosotros hemos sido esos perros y lo que está ocurriendo en Estados Unidos ha sido el revulsivo que necesitábamos para volver a mover las patas y recordar que todavía podemos actuar. Las manifestaciones propalestinas son un claro ejemplo de esto, al igual que el resurgir de algunos liderazgos inspiradores, como el de Lula en Brasil, por ejemplo. Es un momento de cambio y parece que esta vez va en serio.

En todo este contexto hay muchas cosas que revisar. Para que esta ola incipiente se convierta en el movimiento imparable que necesitamos para avanzar, tenemos que unirnos de forma humilde y contundente. Decía la escritora bell hooks —sí, en minúsculas—, que necesitamos que nuestro guía sea el amor como acto político. Esto lo suscribo en su totalidad. De modo que tenemos que ser capaces de mirar por encima de nuestras diferencias, encontrando lo que tenemos en común, construyendo desde ahí. Esto se aplica a todas las partes de la diversidad social sin excepción. Identificar qué diferencias no son tales sino que son ‘caballos de Troya’, falsos problemas, donde “los peones” del sistema se esconden para conseguir inmovilizarnos.

La migración es uno de esos casos flagrantes. Todas las personas hemos migrado o somos hijas, nietas o bisnietas de migrantes. Nuestras familias migrarán sin duda, porque el ser humano se ha desplazado toda la vida para buscar su espacio vital. Es inherente a nuestra naturaleza. Ese movimiento no es el responsable de que la vivienda sea imposible y la sanidad y la educación se estén privatizando, o de que existan unos centenares de personas ultrarricas.

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Se buscan valientes
Lucila Rodríguez-Alarcón

El pasado viernes se entregaban los premios del Club de las 25 en Madrid. Tuve la suerte de estar en el evento. Lo viví con una fascinación casi infantil. Había un centenar de mujeres, muchas de ellas mayores de 60, todas ellas tan bellas, tan interesantes, tan llenas de energía y sobre todo tan heterogéneas. “Si hubiéramos sido hombres, habríamos sido todos iguales, con traje de chaqueta oscuro”, me dijo una compañera. Sí, así es. Pero superada esa especie de deslumbramiento inicial, me di cuenta de que faltaban muchas mujeres en ese espacio. Marina Subirats, una de las premiadas, hizo un discurso recordando que hemos llegado hasta aquí gracias a mujeres que lucharon por nuestro derechos pero que para no perder lo que tenemos necesitamos estar unidas. Bell hooks señalaba que, en algún momento, el movimiento feminista se olvidó del amor y lo dejó de usar para construir. El viernes me vino esa reflexión a la cabeza: necesitamos mucho más amor, más humildad y más generosidad si queremos, como dice Marina, ser capaces de construir una unión que nos permita avanzar en lugar de retroceder.

Acabé mi viernes hablando con Nayare Montes, la productora ejecutiva del Tranny Issues Fest. Hablamos de cómo somos muchas personas en una sola, de lo difícil que es a veces aceptar esa realidad y lo importante que es quererse bien. Después pegué unos botes en la pista de baile y volví a casa extremadamente feliz. Nayare también recibirá algún día un premio del Club de las 25. Estoy segura. Y ese día estaremos más cerca de haber acabado con lo malo.

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