El dilema de los refugiados sirios: "El retorno a Siria no es viable, el país está aún por reconstruirse"

Sólo un millón de refugiados sirios en todo el mundo volvió a la nación árabe en los nueve meses transcurridos tras la caída de Bashar Asad; España acoge a unos 8.000

El Mundo, Anna Alves Francischini, 08-10-2025

La frontera entre Al Zabadani (Siria) y Líbano es una línea estrecha de cinco kilómetros en los mapas, pero para Majad Hamdan, con 23 años, ese trayecto fue una travesía de un mes. No huía solo de la dictadura de Bashar Asad, también de las milicias. “Debíamos evitar los controles y las zonas peligrosas. No podíamos movernos de día porque nos podían ver y matar. Caminábamos de noche y dormíamos donde podíamos, a veces en montañas, a veces en casas de personas solidarias”, recuerda.

Hamdan sabía lo que significaba ser descubierto. Había pasado casi un año en distintas cárceles políticas donde la tortura era una realidad. “En urbes como Damasco, bastaba con ser de mi ciudad para que el régimen te detuviera, sin pruebas ni motivo”. Los primeros 62 días en Sednaya, el ‘matadero humano’. “Luego fueron otras veces. Diez, 15, 20 días. No pude más”. En 2013, decidió escapar con su esposa embarazada y su padre ya muy mayor, quienes, al no tener antecedentes, huyeron por vías legales. Siria ya no tenía hospitales donde ver nacer a su hijo.

Hoy, más de una década después, Hamdan trabaja como informático y preside la Asociación Siria en España, que ayuda a otros refugiados ofreciendo apoyo, sobre todo con el idioma. Vive con su familia en Zamora, donde ha vuelto a empezar una vez más y, pese a la caída de Asad y a su deseo de estar en su patria, no piensa regresar: “Es difícil mover a toda mi familia de vuelta a Siria ahora mismo y empezar todo por tercera vez”.

Hamdan es uno de los más de 17.000 sirios que han obtenido protección internacional en España desde 2011, según Acnur. De ellos, se calcula que aquí siguen residiendo unos 8.000.

Como Hamdan, otros refugiados sirios asentados en suelo español por los 13 años de guerra renuncian a la idea de regresar a un territorio convertido en ruinas por la dinastía baazista y sumido en la incertidumbre bajo el nuevo Gobierno de Ahmed Al Sharaa, ex líder de Hayat Tahrir Al Sham (HTS), un antiguo brazo de Al Qaeda y las nuevas amenazas en la región.

Días después del 8 de diciembre de 2024, cuando multitudes en Siria y en la diáspora celebraban el fin del régimen de Asad, Al Sharaa hizo un llamamiento al regreso de los exiliados. Un millón de sirios volvió sólo en nueve meses, según los datos más recientes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Otros 1,8 millones de desplazados dentro de la nación árabe volvieron a sus lugares de origen. El resto más de siete millones aún desplazados y más de 4,5 millones en el extranjero observa con escepticismo al país, con cicatrices dejadas por años de conflicto, represión y desplazamientos, y con la inestabilidad aún en curso, que van más allá de la destrucción material. Regresar significa revivir el trauma y exponerse a nuevas amenazas.

La imagen de la caída de Asad, largamente esperada, contrastaba con la incertidumbre del futuro y, pese al mensaje de reconciliación lanzado desde Damasco, la desconfianza persiste. Siria, lejos de hallar estabilidad, volvió a sumirse en otros ciclos de hostilidades de enfrentamientos armados entre facciones políticas y militares, violencia sectaria, y bombardeos externos marcados por la fragmentación del poder.

En los primeros meses de la nueva Administración, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos documentó más de 4.700 víctimas, entre ellas mujeres y niños, principalmente en enfrentamientos entre fuerzas leales al Ejecutivo y pro Asad. Entre el 6 y el 10 de marzo, las nuevas fuerzas de seguridad lanzaron ataques de represalia contra zonas de mayoría alauí, con más de 1.500 muertos. En julio, otra ola de violencia dejó más de 1.000 víctimas mortales tras secuestros entre drusos y beduinos.

Por otro lado, desde la caída de Asad, los bombardeos israelíes en Siria se han intensificado, alcanzando en septiembre instalaciones militares en Homs y Latakia. Según el Observatorio, ya suman 86 ataques en lo que va de año, en un contexto marcado también por el despliegue de tropas de Israel en la zona desmilitarizada de los Altos del Golán y el monte Hermón, bajo el argumento de proteger a la minoría drusa. Damasco ha denunciado estos ataques como violaciones de su soberanía y ha pedido la intervención internacional. Por otro lado, a principios del mes, Amnistía Internacional publicó una investigación que revela ejecuciones extrajudiciales de decenas de drusos por fuerzas gubernamentales y milicias afiliadas al Gobierno de Al Sharaa.

La chispa de esperanza encendida por el fin de la era Asad fue seguida pronto por la imposición de la incertidumbre una vez más y, aunque el régimen fue derribado, la violencia no ha cesado. Abdalatif Kahil, refugiado sirio en Madrid, conoce bien la brutalidad. Su historia, como la de tantos otros, es un eco de la violencia que azotó a su país. “La esposa de mi hermano y su hija…una bomba de un avión ruso cayó en su casa. Mi hermano solo logró sobrevivir un mes después de eso. Fue al cementerio a limpiar la tumba, a llevar flores, y ahí mismo le dio un ataque al corazón. Murió directamente en el cementerio”. Originario de Al-Upada, un pueblo a 20 kilómetros de Damasco, Kahil vio su hogar convertirse en ruinas. Hoy, su vida transcurre lejos de Siria, pero la herida sigue abierta y su testimonio refleja el miedo que persiste entre los refugiados.

A las nuevas masacres se suma también un problema que ya se arrastra en la nación árabe desde hace años. La devastación económica. Ahora, más del 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según la ONU. La inflación descontrolada, la falta de empleo y la precariedad en el acceso a servicios básicos como el agua potable y la electricidad solo agravan aún más la situación. Majad Hamdan regresó brevemente a Siria en enero de 2025, acompañando al ministro de Exteriores español, José Manuel Albares. Al llegar se encontró a su “país bonito”, pero reducido a escombros: “Me sentí mal por la gente que vive ahí. La situación económica está muy mal. Con la caída de Asad, todos los trabajos se detuvieron. Antes había pocos y los sueldos eran bajos, pero al menos había algo. Ahora, ni eso”.

Jalaal Kreaa, otro refugiado que trabajaba en Siria como supervisor en un banco, coincide en esta valoración. Kreaa huyó de Latakia después de presenciar cómo un amigo, con quien participaba en las manifestaciones, fue torturado y asesinado. Según le cuentan sus familiares que todavía viven allí, “la situación ha mejorado un poco en el sentido de que la gente ya no vive con tanto miedo, pero el país sigue completamente destruido, sin luz ni agua. La economía sigue siendo terrible; aunque los precios han bajado ligeramente, la moneda permanece muy devaluada. Antes, un dólar equivalía a 28.000 libras sirias, ahora a 15.000. Asad ha provocado tanto sufrimiento que la gente solo piensa en sobrevivir”.

Kreaa, que vive en España desde 2014, comparte que es muy cauto y que por eso prefiere esperar antes de pensar en volver. Además, ya está “acostumbrado al lujo de la vida”, haciendo referencia al acceso a los suministros básicos como luz y agua, que según le cuentan sus familiares, organizaciones de derechos humanos y los medios locales, en muchas zonas de Siria estos servicios solo funcionan una hora al día.

Aunque viviendo bajo condiciones humanitarias dignas, la posibilidad de tener que regresar a un país destruido también afecta a los refugiados desde el Viejo Continente. A finales de 2023, más de 5,6 millones de sirios habían abandonado su país. Turquía, Líbano y Jordania acogieron al 97% de ellos unos 3,6 millones, pero los países europeos también se convirtieron en un destino clave. Tras la caída del régimen, varios gobiernos endurecieron sus políticas de asilo, mientras España mantuvo la protección de los más de 17.000 refugiados sirios que viven en el país.

A principios de este año, Eva Martínez Montero, Asesora de Comunicación de la Secretaría de Estado de Migración de España, subrayó que es fundamental garantizar que los refugiados sirios sigan teniendo acceso al asilo mientras la situación en su país continúa evolucionando: “Aunque algunos están considerando regresar, todavía existe incertidumbre sobre su seguridad y condiciones de retorno. Por ello, los países deben permitir que los solicitantes de asilo registren sus solicitudes y que estas sean consideradas, en lugar de retrasarlas indefinidamente”. En el contexto post-Asad, organismos como Naciones Unidas también insisten en que el regreso debe ser voluntario y seguro, dada la inestabilidad y la falta de garantías.

El sistema de asilo es un factor clave que condiciona la estancia de los refugiados en España y, al mismo tiempo, constituye una de las puertas de entrada a Europa. Bajo el Convenio de Dublín, el primer país de entrada en la Unión Europea es responsable de gestionar las solicitudes de asilo, lo que ha obligado a muchos a quedarse en este país, aunque su intención fuera establecerse en otros con conocidos o mejores oportunidades laborales, como Alemania. Es el caso de Amin Akkad, originario de Alepo y que llegó a España en 2018 tras un largo y arriesgado recorrido. Viajó primero a Argelia, uno de los pocos países que no exigían visado a los sirios, luego a Marruecos y finalmente alcanzó Melilla a pie. Su destino final no era España. “Mi intención era llegar a Alemania, donde tenía amigos y conocidos. Pero cuando solicité asilo allí, me lo denegaron por el Convenio de Dublín. Como España fue mi primer país de entrada, tuve que regresar”, relata Akkad, que actualmente trabaja en una parroquia en Madrid.

Por otro lado, varios países de la UE han endurecido sus políticas desde el pasado 8 de diciembre. Austria presentó un plan de repatriación voluntaria, ofreciendo una “prima de retorno” de 1.000 euros a los sirios que deseen regresar. Alemania ha congelado 47.270 solicitudes de asilo, de las cuales unas 46.000 son primeras peticiones. Al menos 14 Estados miembros, incluyendo Italia, suspendieron temporalmente la tramitación de solicitudes de ciudadanos sirios. Otros países, como Suecia, Dinamarca y Noruega, están revisando sus políticas, aunque sin interrumpir por completo la recepción de nuevos solicitantes.

En un contexto donde la seguridad sigue siendo frágil y la reconstrucción de ciudades devastadas avanza lentamente, los refugiados temen represalias políticas o enfrentarse a una vida sin recursos básicos. Como subraya Cecilia Villaseñor, doctora en Migraciones Internacionales, la cuestión es “volver, ¿a qué? ¿A dónde? Si el país está aún por reconstruirse, el retorno no es viable. Si en Siria no hay empleo, organización o estabilidad. Entonces la pregunta sigue siendo la misma: ¿volver a qué y a dónde?”. Para Villaseñor, estas decisiones reflejan interpretaciones muy diferentes del Derecho Internacional entre los distintos gobiernos europeos y son, en muchos casos, “precipitadísimas”.

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