Árabes en Nueva York

Palizas por llevar barba, insultos, detenciones arbitrarias, amenazas.... «Ser árabe americano hoy en día es una putada», dice un miembro de esa comunidad

La Verdad, 10-09-2006

De entre las muchas discusiones que padres e hijos suelen tener, pocas giran alrededor de leerse un libro en el avión. A menos que el apellido de la familia sea árabe y el destino Estados Unidos. «Papá, no», atajó Hamid durante la discusión telefónica. «Ves la tele, lees la revista del avión o duermes, pero no se te ocurra traerte un libro en árabe». Desde Siria, el hombre protestaba por lo largo que se le iba a hacer un vuelo de 16 horas sin un libro que leerse, pero Hamid fue inflexible. «Sara y yo ni siquiera hablamos árabe entre nosotros en los aviones. Bienvenido al país de la libertad», dice con sarcasmo.

No importa que Hamid, como su padre, sea católico, y su esposa protestante. Ser árabe en el mundo post 11 – S es suficiente para meterse en problemas. O parecerlo. No son pocos los latinos o asiáticos atacados en la calle al ser confundidos con árabes. Va – rios aviones han forzado el aterrizaje ante el pánico desatado por una conversación en urdu, que a oídos iletrados puede sonar árabe, aunque se hable en India y Pakistán.

En los días que siguieron a los atentados, los taxistas sikh de Nueva York entregaban a sus pa – sajeros una hoja explicativa de su religión en la que aclaraban que el turbante y la barba era lo único que tenían en común con algunos seguidores del islam.

«¿Hay tanta ignorancia!», suspira Katherine Abbadis, directora en Nueva York del Comité Antidiscriminación de Árabes Americanos (ADC, por sus siglas en inglés). Su oficina se creó en 2002 al dispararse las denuncias. A nivel nacional, el FBI constató un 1200% de aumento de crímenes por motivos racistas contra la comunidad musulmana. La oficina central de ADC compiló ese año 21.000 casos, en comparación a los 4.400 del año anterior.

Las fuerzas del orden se colocaron a la cabeza de los abusos con inesperados registros sin orden judicial, detenciones arbitrarias y hostigamiento. En algunos barrios de Brooklyn y Queens de predominio árabe, In – migración toca a la puerta frecuentemente. La ADC estima que el 64% de las detenciones migratorias que se hicieron en EE UU durante la caza de brujas que siguió al 11 – S ocurrieron en Nueva York. Muchos de los deportados fueron torturados en sus países de origen para aclarar la sospecha estadounidense de que pudieran tener algún nexo terrorista. Con el paso de los meses, el Gobierno formalizó legalmente los abusos. Los hombres de 24 países con predominio árabe o musulmán fueron obligados a inscribirse en el Programa de Registro Especial, y maltratados en el proceso.

Las nuevas regulaciones del Departamento de Justicia permiten a Inmigración ejecutar detenciones sin cargos durante 48 horas en incomunicación. Una especie de ley antiterrorista dirigida exclusivamente a los inmigrantes, que Abbadis define como «culpable hasta que se demuestre tu inocencia». El proceso de esclarecimiento tardaba de media 80 días. En sus discursos, el presidente George W. Bush reitera que el islam no es el enemigo, «pero sus palabras no coincidían con sus acciones», apunta Abbadis. «El Gobierno dio la impresión de que toda una generación de árabes y musulmanes eran terroristas potenciales que debían ser sometidos a escrutinio».

En las calles, mucha gente no hacía preguntas. «¿Alá es un cerdo!», gritaba un taxista a otro en busca de gresca. Otros ni siquiera necesitaban provocar. Haider Rizvi, un periodista paquistaní afincado en Nueva York, aún exhibe en su dentadura sin incisivos la mella que le dejó una inesperada paliza en Brooklyn. Todo lo que recuerda es a dos individuos que gritaban algo sobre su barba y la de Bin Laden, mientras le rompían varias costillas a patadas y puñetazos. Su teoría es que le oyeron criticar el bombardeo de Afganistán con un amigo en el bar, y le siguieron a la tienda de la esquina cuando salió a comprar tabaco. Eso explica que muchos hoy hablen en voz baja o ni siquiera lo hagan.

Americanizados

La discriminación es más acuciante y difícil de perseguir a la hora de buscar trabajo o alquilar casa. Tanto, que algunos han preferido la pesadilla burocrática de cambiarse nombre y apellido para encontrar trabajo. Los más, han americanizado su nombre. Ahora los Mohamed se llaman Moe (Moisés), y quien tenga la desgracia de llamarse Osama pasa por Sam.

Otros han decidido hacerse notar. «No nos quedaremos callados». Eso es lo que dice, en árabe y en inglés, la camiseta que llevaba puesta Raed Jarrar cuando hace un mes se disponía a abordar un vuelo de Jet Blue en Nueva York. «Ser un musulmán árabe vi – viendo en Estados Unidos es una putada hoy en día», se queja Ja – rrar, 28 años. «Cuando estás en Oriente Próximo eres un contribuyente estadounidense con cuyos impuestos se pagan las bombas que destruyen sus casas, y cuando vuelves a EE UU eres un sospechoso de terrorista».

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