3.000 ahogados, el doble de víctimas que en El Líbano

El Mundo, 10-09-2006

La gestión de los flujos migratorios a nivel europeo tiene, en primer lugar, un objetivo final preciso: transformar los flujos de inmigración ilegal en flujos, contenidos y regulados, de inmigración legal. Entre las prioridades indicadas figuran naturalmente la ayuda al desarrollo económico de Africa y la lucha contra la trata de seres humanos. En este contexto se inscribe la estrategia que propuse recientemente – y que la Comisión Europea aprobó de forma unánime – sobre la lucha contra la inmigración ilegal, una estrategia basada en 10 prioridades, que deberemos impulsar con idéntica fuerza y determinación.


Es importante partir de este marco de referencia para no caer en la tentación de interpretar el enfoque escogido como dirigido y circunscrito a medidas represivas y policiales. Pero no puedo dejar de subrayar ante los gobiernos europeos y la opinión pública que un instrumento olvidado, pero a nuestro alcance y de gran eficacia en la lucha contra la inmigración ilegal, lo constituye el esfuerzo por combatir aquí, en nuestra propia casa, el trabajo ilegal.


El enfoque elegido y adoptado por la Comisión tiene una doble finalidad. La primera es impulsar y promover el desarrollo socioeconómico de Africa y lanzar de forma conjunta una sólida campaña de información, en los países de origen de los inmigrantes, sobre aquello que ofrece Europa y cómo se vive en Europa: la Europa real, no la Europa imaginaria que muestra la televisión por satélite. La segunda finalidad arranca del principio de legalidad, basado en el respeto de reglas que contribuyen al desarrollo equilibrado del mercado. Combatir el trabajo ilegal es un argumento sensible, me consta, que sin embargo descuidamos a menudo por el comprensible sentimiento de piedad que mucha gente experimenta (admito que yo incluido) frente a unas personas que arriesgan su propia vida para poder mantener a sus familias, que se han dejado en su país natal.


Sin embargo, si seguimos limitándonos a sobrevolar las crecientes y preocupantes dimensiones de este fenómeno, inevitablemente estaremos sirviendo a los intereses de empresarios sin escrúpulos, o alimentando los circuitos delictivos de auténticos traficantes de esclavos, con frecuencia vinculados a las organizaciones terroristas.


El trabajo ilegal, come suele denominarse, es ante todo un fenómeno que en la mayoría de los casos goza de total impunidad, y un fuerte y alarmante reclamo para otros inmigrantes irregulares en busca de trabajo que, obviamente, han venido y siguen viniendo a Europa para luego traerse a familiares y amigos con que reconstruir su universo afectivo, crear pequeñas o grandes comunidades, rebajar el nivel de sufrimiento por la lejanía del propio hogar y aumentar el flujo de las remesas para mejorar las condiciones y situaciones en el país de origen. El florecimiento de miles de locutorios telefónicos en nuestras ciudades nos da idea del poderoso fenómeno de información y reclamo – las llamadas telefónicas de los inmigrantes, incluidos obviamente los ilegales – que se viene produciendo día tras día. Y el mensaje que llega cotidianamente a través de este instrumento desde nuestros Estados europeos, países depósito de emigración, ilustra y anima de manera perfecta e inmediata las oportunidades de trabajo negro que se ofrecen, acaso con la esperanza y la perspectiva añadidas de una posible regularización a medio plazo.


Una acción muy severa en la represión del trabajo clandestino, mediante la aplicación de instrumentos jurídicos que por otra parte ya existen tanto en Italia como en el resto de Europa, contribuiría a provocar en seguida un fenómeno de ralentización de las llegadas de ilegales. Y puesto que una acción de este tipo podría tener un efecto dominó – si en la práctica los empresarios procedieran de improviso al despido por miedo a las sanciones, miles de trabajadores ilegales se verían en la calle – , deberían entonces arbitrarse fórmulas de vuelta a la legalidad y condiciones y formas de asistencia para quienes decidieran autodenunciarse, por una parte, y, por otra, un plan de control para quienes no lo hicieran.


El fenómeno de la inmigración ilegal está alcanzando niveles absolutamente insostenibles. Y muchos ignoran que los desesperados que vemos cada noche, por la televisión, llegar a las Islas Canarias o a Lampedusa representan tan sólo el 10% de la inmigración ilegal, una inmigración integrada mayoritariamente por los denominados overstayers, es decir, por personas que entran en Europa con un visado regular y que luego ya no regresan a sus países, o por ciudadanos de países a los que no se exige ningún visado de entrada. No podemos permanecer inertes y guardar silencio frente a todo esto, sobre todo si calculamos que tan sólo este verano han perecido ahogadas 3.000 personas, más del doble que las víctimas de El Líbano.


Nuestro objetivo consiste en promover una inmigración que represente el encuentro entre dos decisiones, entre dos elecciones: la necesidad europea de recursos humanos para el gran mercado; y la decisión de millares de individuos de cambiar su condición y encontrar acogida, al menos por un periodo de sus vidas, en un país europeo.Por eso he insistido mucho en la necesidad de utilizar lo mejor posible la información y la comunicación en los países de origen, entendiendo que las medidas de represión deben ir acompañadas de una campaña informativa que permita a las personas ser más conscientes de los riesgos inherentes a la inmigración ilegal.Esta tarea informativa podría llevarse a cabo en primer lugar mediante la red de representaciones europeas en los países de origen del fenómeno, pero también por medio de mensajes ad hoc a través de esas mismas cadenas televisivas que inconscientemente ofrecen a diario una imagen fácil de Europa, sin ilustrar sus reglas y valores.


Idéntica firmeza debemos mostrar a la hora de enfrentarnos con dureza al innoble tráfico de seres humanos. Han hecho muy bien algunos ministros europeos en recordar y subrayar el aspecto delictivo de tan despreciable actividad. Pero no podemos negar que hoy por hoy existen millones de personas cuya máxima aspiración consiste en poderse establecer y trabajar en Europa. Sin embargo, lo que tampoco podemos es dejarnos arrollar por esta presión.También tenemos que pensar en nuestras opiniones públicas, y en todos aquéllos que, en nuestros países, contemplan con preocupación estos fenómenos. Y, sobre todo, desde el momento en que al temor natural a la diversidad se une la exigencia de atender a nuestra seguridad frente a quienes rechazan nuestro modelo de vida y se instalan entre nosotros como un enemigo.


Debemos evitar el gravísimo error de atrincherarnos como en una fortaleza, pero también el error igualmente grave de abrirnos irresponsablemente, desdeñando tanto las razones de la economía (que hacen posible el control de la inmigración) como las de la convivencia y el respeto por los valores de nuestra Europa.Combatir el trabajo clandestino, dar a conocer este nuevo compromiso y ofrecer una información correcta significa dar un paso decisivo en el control de una inmigración que deberá ser severa, pero justa.


Por mi parte, para obtener un importante avance en la política de inmigración europea, me comprometo a intensificar y agilizar la propuesta legislativa sobre la que estamos trabajando para obtener una mayor uniformidad y armonización en este delicado sector. Lo que no impide, insisto, que los Estados miembros tengan desde ahora mismo la posibilidad de intervenir. En esta materia, los gobiernos deberían encontrar unos aliados en sindicatos y asociaciones patronales, los cuales podrían incluso, y a mi juicio deberían, desempeñar un papel impulsor determinante en la lucha contra el trabajo clandestino, dado el nulo respeto de este tipo de trabajo por los derechos de los trabajadores y por las reglas de una competencia leal.


Franco Frattini es comisario europeo de Seguridad y Justicia.

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