Vox aprovecha un justificado malestar
La Voz de Galicia, , 10-09-2025Comienza septiembre con encuestas que confirman la rotunda inclinación del electorado español hacia la derecha y, sobre todo, el notable avance de Vox. Hay tres motivos de descontento que explican el crecimiento de la extrema derecha, que son comunes a muchos países europeos, no aquejan solo a España: las inflaciones, los bajos salarios y el descrédito de la política, que ya se extiende a la propia democracia.
Inflaciones, en plural, porque el índice general resulta engañoso. Hace tiempo que se rebajó el peso que en él tenían los precios de los alimentos porque eran muy volátiles y se decía que ya no tenían la misma importancia en los gastos de las unidades familiares. Lo cierto es que para un porcentaje cada vez mayor son los principales y que han subido mucho en los últimos años. Es bien sabido que, tras un alza brusca, justificada por causas coyunturales, casi nunca recuperan el nivel anterior. Han bajado los precios de los cereales, se redujo el de la electricidad, pero el pan no volvió al que tenía antes del estallido de la guerra de Ucrania. Puede que un día baje el pepino y otro el pollo, no los huevos, pero el conjunto se mantiene con precios altos, que no dejan de subir. Lo he comprobado este verano en Portugal, país con salarios más bajos que los de España, pero en el que el coste de la cesta de la compra se parece ya mucho al nuestro, en Italia, con sueldos medios similares a los de aquí, y, lógicamente, en España. El malestar se palapa en las conversaciones que se oyen en los supermercados.
Junto a la de la imprescindible comida, destaca la inflación que sufre la vivienda, especialmente grave en los países del sur de Europa. En provocarla confluyen el turismo, al que habría que añadir el creciente número de segundas residencias de ciudadanos del norte del continente, las insuficientes, o inexistentes, políticas públicas destinadas a la construcción de viviendas sociales y los bajos tipos de interés. Entiendo que la atonía económica impulsa al BCE a mantenerlos cortos, pero son gasolina para el incendio que supone la subida del precio de los inmuebles.
En España hay una tendencia en la izquierda a simplificar el problema de los alquileres, que ha ayudado poco. Es razonable que se intente frenar la actividad de los grandes fondos y empresas que especulan con los precios, también que se ponga coto a la proliferación de apartamentos para turistas, pero los propietarios, la mayoría particulares, son personas que han invertido sus recursos o han obtenido por herencia las casas y necesitan confianza, respaldo legal, para decidirse a ponerlas en alquiler. La Constitución establece un genérico derecho a la vivienda, que tiene el fin de estimular a las administraciones para que hagan lo posible para que sea asequible, pero no es una invitación a las expropiaciones. También se recoge el derecho al trabajo, que solo se garantizaría con la estatalización de todas las empresas, un camino complejo, como ha demostrado la historia, y que, por otra parte, contravendría otras disposiciones de la propia Constitución.
Una tercera inflación afecta a un ámbito que es menos imprescindible, pero concierne al bienestar de las personas y es la de la hostelería, tanto de bares y restaurantes como de hoteles. El turismo es tan inflacionista como los bajos tipos de interés y la eclosión postpandemia ha disparado los precios en todo el sur de Europa y especialmente en España. Me quedé asombrado en agosto cuando en la Granja de San Ildefonso, en una taberna que no había renovado el mobiliario desde hacía al menos medio siglo, atendida, con bastante indolencia, solo por el dueño, me cobraron 3,5€ por una cerveza que compro a 80 céntimos en el supermercado. Unos meses antes me habían cobrado 5 en una terraza de Valencia, pero es una gran ciudad y muy turística, con impuestos mayores, no un pueblo segoviano, aunque me pareció también un atraco.
En España y en Italia es casi imposible que los restaurantes te sirvan un vino de la casa en las comidas y menos que sea decente, incluso en localidades en las que se produce y hay cooperativas y bodegas que lo venden a buen precio. Italia puede ser un caso paradigmático, las típicas jarras de cuarto, medio o litro entero están desapareciendo. En Sicilia se pueden comprar en los supermercados vinos con denominación de origen y de calidad razonable entre cuatro y ocho euros la botella, pero en las cartas de los restaurantes no bajan de veintimuchos o treinta. La alternativa es un «calice», una copa, por la que te cobran cinco o seis y cuya calidad es disuasoria. El resultado es que los comensales se han pasado al agua, la Coca-Cola o la cerveza, no sé si es una buena política, aunque satisfaría a doña Mónica García.
Como cualquier incauto que haya estado este verano de vacaciones, podría llenar este artículo de anécdotas, pero no soy un buen ejemplo. Me molesta que me roben, pero pienso en esa gran mayoría de asalariados que ingresa menos que yo y tiene familia a su cargo. Se puede vivir sin comer con ella fuera de casa de vez en cuando, sin tomar una caña o un café con las amistades y sin salir de vacaciones. Algún político ha dicho que están sobrevaloradas y nuestra ministra protectora nos recomendará que hagamos ejercicio, bebamos agua y nos alejemos de la tentación de fumar, que sigue presente en todas las pecadoras terrazas de Portugal, Francia e Italia, doy fe, incluso en las cubiertas, y, al menos por ahora, también en España. Bien, será saludable la vida austera, pero no solo los ricos deberían tener derecho al descanso y a los pequeños vicios que han alegrado la vida de los seres humanos durante milenios, especialmente en los países del sur. Algo que, con seguridad, no es saludable es que la gente tenga que endeudarse para poder disfrutar de unas modestas vacaciones.
Los salarios no han subido lo mismo que los alimentos, la vivienda o el ocio, incluso que el índice de inflación. El PIB crecerá de forma envidiable, también el empleo, aunque con bastante precario y mal pagado, pero es mucha la gente que vive peor que hace unos años. Sucede también en Francia y en Alemania, aunque los salarios sean más altos que en los tres países del sur y la inflación más baja, lo que se rechaza es vivir peor que antes.
El malestar por las peores condiciones de vida y por la ambición de que sean mejores, nuestro mundo es un escaparate de lujos, se combina con el justificado descrédito de la política. La desconfianza en los partidos tradicionales se generaliza y afecta a las instituciones, es el caldo de cultivo perfecto para los antisistema. Su público serán personas poco politizadas, de bajo nivel cultural, jóvenes mal formados y con escasas perspectivas, pero están alcanzando una fuerza temible.
Como historiador, no puedo olvidarme de los años treinta del siglo pasado. He leído este verano tres de los cuatro tomos de la recomendable biografía política de Mussolini publicada, en forma de historia seminovelada, por Antonio Scurati. Asombra la vulgaridad de Hitler, de Mussolini y de sus secuaces, su falta de humanidad y de principios morales, pero también la de aristócratas, empresarios, intelectuales, militares, jueces y funcionarios que los auparon y adularon. Lo mismo sucede con la mediocridad de sus rivales internos y externos, salvo Churchill y Roosevelt. Hoy tenemos a Donald Trump, a Netanyahu, a Putin, a Xi y a sus secuaces menores, distintos de aquellos, pero parecidos en muchas cosas, lo que no existen son líderes capaces de encabezar la lucha por la libertad, la democracia y los derechos humanos. Se puede confiar en que los errores de esos personajes, cegados por la vanidad y la ambición, acabarán hundiéndolos, el problema es el plazo y el precio.
En España, el «y tú más» sobre la corrupción, el insulto que ha sustituido al debate, el parlamento convertido en un guirigay, el sectarismo, la división partidaria de los jueces, la incapacidad de responder con eficacia y coordinación incluso ante las catástrofes, los continuos cambios de opinión de los políticos, favorecen enormemente a la extrema derecha. La izquierda sufre con un gobierno sin mayoría parlamentaria, sin presupuestos que permitan afrontar problemas como el de la vivienda o subir los salarios a los funcionarios, dependiente de nacionalistas de derechas que lo desprestigian entre sus electores y en buena parte del país. La derecha del PP está desnortada, obsesionada por hacerle imposible la vida al gobierno, pero incoherente, contradictoria y oportunista en sus propuestas. Eso sí, se beneficia del desgaste gubernamental y sabe que, cuando este es notorio, lo esperable es que la oposición, tarde o temprano, sustituya a quienes ejercen el poder. Su problema es que, así, es incapaz de atraer a votantes moderados y se ve amenazada por la atracción que ejerce la ultraderecha sobre parte de su electorado. Vox carece de líderes que parezcan capaces de afrontar una responsabilidad de gobierno, su caudillo calla o dice frases tan altisonantes como huecas de alternativas, pero parece que le basta con convertir a los inmigrantes en chivo expiatorio, exaltar el machismo y regodearse con el malestar de parte de la sociedad para seguir creciendo.
Si quieren conservar cuotas de poder e influencia en la sociedad, las izquierdas necesitan un revulsivo, tanto el PSOE como lo que hoy es Sumar o Podemos. No estoy convencido de que esperar a que pasen dos años de calvario y que entonces llegue lo que parece inevitable sea la mejor alternativa.
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