El curso europeo que empieza
La Voz de Galicia, 09-09-2006SEPTIEMBRE es también el principio del curso político europeo. A juzgar por la plena actividad de los despachos de Bruselas, la Unión Europea no está ni mucho menos en declive. Al contrario, sigue adelante con numerosas iniciativas legislativas y gestionando miles de expedientes que afectan a la vida diaria de los ciudadanos. En materia económica, por ejemplo, la Comisión Europea se ha tomado muy en serio los casos Gaz de France y E.On y quiere ejemplificar con ellos los límites del proteccionismo económico en el incipiente mercado de la energía.
Pero sería un error pensar que tras los rechazos en los referendos francés y holandés a la Constitución europea hemos vuelto al business as usual . La Unión afronta una situación delicada, a pesar de que la economía parece que despega. Nadie tiene ideas claras sobre la salida del embrollo constitucional, más allá de su aplazamiento hasta el 2007. El fondo el problema no es la Carta Magna sino la adaptación de la UE a su nueva conformación por 25 Estados, un cambio cualitativo en su cultura política. La ampliación ha dividido a Europa en dos mitades, países que quieren aprovechar y competir en la globalización y los que quieren resistirla y, si se puede, gobernarla. El debate se complica porque la generación actual de líderes es menos proclive a dar más poder y dinero a la UE que las anteriores, aunque en materias como emigración, defensa y cohesión económica y social hayan buenos argumentos a favor. La actual presidencia finlandesa no hará gran cosa respecto a la inmigración ilegal que tanto preocupa en países como España, Francia, Italia y Malta. La UE, realmente, no tiene competencias plenas para gestionar este asunto y está fuertemente limitada por el requisito de la unanimidad y la falta de financiación para tomar decisiones sobre fronteras externas. El Gobierno de Zapatero está tratando de endosar a la UE un fenómeno que le desborda y que ha contribuido a empeorar con la última regularización masiva, muy criticada por la Comisión y la mayoría de los Estados miembros.
También añade complejidad a la escena europea el hecho de que tanto Francia como el Reino Unido estén en momentos de transición, con Jacques Chirac desautorizado tras el no francés y Tony Blair disminuido por su torpe anuncio de que no volverá a ser candidato. Francia no ha tenido en los últimos treinta años una postura tan defensiva respecto de Bruselas y una relación tan mala con la Comisión. La ministra del ramo, Catherine Colonna, ha vuelto de vacaciones impugnando la ampliación y culpando de todos los males franceses a la capacidad desestabilizadora de las fuerzas del mercado global. Su diagnóstico es que la UE sufre de «fatiga general y apatía», proyectando hacia arriba los males de su país.
Angela Merkel, hasta ahora muy eficaz en Bruselas, no acaba de encontrar respaldo doméstico suficiente para afianzar su liderazgo europeo. La canciller ha conseguido enviar mil marinos a Líbano, una señal de la nueva proyección exterior de su país, pero su coalición le ata las manos para ser más ambiciosa en la reforma de su Estado del Bienestar. Una señal de peligroso conformismo es que la mayoría de los líderes europeos se han dado por satisfechos con el envío de 7.000 soldados europeos a la misión de Naciones Unidas en el sur del país, para ejercer funciones de policía y ayudar a la reconstrucción. Pero nadie sabe quién desarmará a las milicias de Hezbolá para que haya seguridad y paz en la zona. Una vez más se ha demostrado que la Unión y sus Estados no disponen de capacidades militares y que, a la hora de la verdad, sin Estados Unidos no hay defensa europea que valga. Tal vez la clave para el despertar europeo sea conseguir de nuevo que la UE añada valor a los ciudadanos a través de realizaciones concretas y pequeños pasos. O como J. Ignacio Torreblanca ha escrito en Blogeuropa.eu , tal vez haga falta una generación de políticos capaces de mirar a largo plazo a la hora de tomar decisiones europeas, como lo fue la de Jacques Delors, Helmut Kohl, François Mitterrand y Felipe González.
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