Gaza en el corazón: cada pin, cada pintada, cada bandera importa

Público, Marga Ferré, 31-08-2025

Este sábado deambulaba yo por un barrio de Viena cuando me llamó la atención una pintada en el cristal de una vivienda en un segundo piso. Tuve que forzar la vista para ver qué ponía y al hacerlo entendí que alguien había escrito, con letras mayúsculas y desordenadas, como cuando se escribe un grito: “STOP GENOCIDE IN GAZA”. Y sonreí, sonreí con tristeza, que es como el poeta nos enseñó que se sonríe en las tragedias.

Imaginé a un joven escribiendo su grito en el cristal como una pequeña rebeldía en un país donde no es fácil apoyar a Palestina. Lo entendí como un acto de suma a las infinitas acciones, pequeñas, medianas y grandes, que cada día millones de personas en el mundo realizan por Gaza. Hay quien piensa que gestos como ese no sirven para nada o solo para limpiar la conciencia propia. Yo no. Yo creo que cada gesto importa.

La pregunta incómoda que a todos nos arrasa es cómo es posible que no hayamos conseguido parar un genocidio en pleno siglo XXI, sabiendo, como sabemos, que el cansancio forma parte de la estrategia del enemigo. Cuentan con que nos cansemos, con que la sensación de impotencia nos paralice, que nos acostumbremos a su barbarie, cuentan con salir indemnes y por eso sostengo que cada acto, cada gesto, cada pin con la sandía, cada kufiya, cada bandera desplegada, importan. Cada flotilla importa. Cada manifestación importa.

Quienes saben contar movimientos nos dicen que la solidaridad con Palestina es uno de los movimientos por la paz más grandes de la historia, mucho más que el ya impresionante que en los 60 y 70 del siglo pasado exigía el fin de la guerra de Vietnam. En ese entonces, el Che Guevara alertaba, en su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental (1967), de la “soledad trágica” de Vietnam ante la maquinaria de guerra estadounidense y, sin embargo, años de movimiento contra esa guerra no fue ajeno a la derrota de EEUU y, lo que es igual de importante, al cambio de sentido de época que ese movimiento generó. Por eso pienso y les comparto la idea de que hoy, la lucha por Palestina es una disputa de época.

En ella, las grandes manifestaciones para frenar la barbarie son imprescindibles, como los es siempre organizarse para luchar, pero también cada gesto, cada acción por Gaza, cada acto solidario para frenar el genocidio: canciones, carreras ganadas con la bandera palestina al hombro, hinchadas de futbol gritando por los palestinos, sentadas, performances, manifestaciones, barcos solidarios, videos, pintadas, cada uno de ellos forma parte de esa disputa porque “el poder no es solo represivo, es también productivo: crea desencadenantes de resistencia en los cuerpos y los saberes”, como nos explicaba Foucault en su Vigilar y castigar (1975). Esos desencadenantes de resistencia frente a la barbarie se han convertido hoy en una cadena global de la que cada manifestación, cada flotilla, cada etapa de la Vuelta con banderas palestinas, forma parte.

Y son imprescindibles. El lenguaje de la violencia necesita ser interrumpido y yo veo en cada gesto solidario un disruptor que hace visible la violencia que quisieran invisible e irreversible la solidaridad que quisieran inexistente.

Defender Palestina como una trinchera
Así lo ha entendido buena parte de una generación joven que ha hecho de la solidaridad con palestina su bandera. Conozco jóvenes en Países Bajos y en Suecia que no se han quitado la kufiya en todo el año, en países, déjenme que insista, en los que defender a Palestina no es fácil. Debemos estar orgullosas de que España sea el país de Occidente con más apoyo a Palestina, pero también alertas de que en nuestra civilizada Europa hay muchos lugares donde la conversación es diferente y exasperante, incluso en la izquierda. Hace poco, el Partido de la Izquierda de Suecia expulsó a dos de sus diputados por apoyar a Palestina acusándolos de antisemitas. Lo peor es que tenemos datos que nos dicen que ni las apelaciones al antisemitismo ni el famoso derecho de Israel a existir operan ya como excusas exculpatorias. Las encuestan demuestran la caída, a veces en picado, del soft power de EEUU y del apoyo a Israel en la ciudadanía de la UE y son datos que debería invitarnos a persistir y a organizarnos mejor.

No aceptar su genocidio ni la narrativa infernal que lo acompaña es una disputa titánica por lo que entendemos qué debería ser la humanidad y por eso cada acto importa. Puede que el joven vienés pensara que pintar su ventana con “Paremos el genocidio en Gaza” fuera un gesto inane, pero un día una española despistada lo leyó, hoy escribe sobre él en otro país y tú que lo lees sabes de su rabia. Acabo de salir al balcón de mi casa en Madrid y han pasado dos chicas, una con una camiseta de sandías y la otra con la kufiya a modo de chal. A eso me refiero, somos millones tejiendo un hilo rojo, negro y verde que nos une, que no les deja asesinar con impunidad y que, no se cómo, pero sí que lo hará, cambiará el sentido de nuestra época.

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, nos decía Eduardo Galeano, cuyo pensamiento rescato porque, a mi lectura, su frase no tiene nada de inocente y sí de apelación al compromiso, a constelar desencadenantes que hagan que la esperanza crezca donde parece no haberla. Desde el río hasta el mar.

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