IGNACIO MARCO-GARDOQUI/

Basta con echar un vistazo a los periódicos, escuchar un rato la radio o ver un instante la televisión para saber que en España tenemos un grave problema con la inmigración. ¿Cómo de grave? Pues eso depende del criterio con que se mida. Ya sé que hay otras muchas facetas y, aunque no puedo asegurar que sea la más importante, la económica es la que está debajo, al lado y encina de todo el proceso. En su inmensa mayoría, los inmigrantes vienen en busca de un trabajo del que carecen en su país de origen. Por eso, un buen rasero para medir la capacidad de asimilación de la sociedad española es considerarla igual a nuestra capacidad de proporcionar un empleo a quien lo busca.

En este sentido, las estadísticas oficiales proporcionan una información muy interesante: Tenemos a 1.868.359 extranjeros afiliados a la Seguridad Social y trabajando dentro del circuito oficial. Pero el muestreo del INE identifica a 330.000 desempleados y a 2.425.000 ocupados. Si es cierto, supondría que hay bastantes más de medio millón de extranjeros trabajando de manera ilegal, a pesar de todos los procesos de regularización emprendidos, y que la cifra de parados entre la población inmigrante ha aumentado un 22%, con una tasa de paro un 50% más alta que la de los nacionales.

Los inmigrantes siguen llegando y lo hacen en una cantidad que claramente excede la capacidad de absorción de la economía española. ¿Qué harán cuando no encuentren lo que buscan o cuando pierdan su empleo los que lo tenían si el ciclo económico se enfría? Como la opción de volver al punto de origen no es plausible, al menos para la mayor parte de ellos, éste es un debate que se hace urgente. Los problemas que nos plantea la inmigración en estos tiempos de abundancia podrían convertirse en ridículos cuando la coyuntura se tuerza. Y, como acostumbra a hacerlo cada cierto tiempo, ya podemos empezar a buscar soluciones eficaces antes de que aparezcan las propuestas drásticas.

i.m.gardoqui@diario – elcorreo.com