Ciudadanía Israelí, solo vosotros podéis pararlo
La ciudadanía alemana no se rebeló masivamente contra las deportaciones ni contra la exclusión sistemática de sus vecinos judíos.
Público, , 28-08-2025¿Conocen los ciudadanos del Estado de Israel lo que está sucediendo en Gaza?
La respuesta más probable es sí, sí lo saben. En la era de la información instantánea, con las imágenes y los datos que circulan a diario, no es posible pensar que una sociedad como la israelí —moderna, conectada, educada— viva en la ignorancia. Sí, saben que Gaza es hoy un territorio devastado, con decenas de miles de muertos, entre ellos una enorme mayoría de civiles, mujeres y niños. Saben que hospitales, escuelas y campos de refugiados han sido bombardeados; saben que el hambre y la falta de agua son armas de guerra; saben que lo que se está llevando a cabo no es solo una operación militar, sino la destrucción sistemática de la vida en ese territorio.
Hoy los ciudadanos de Israel son, en gran medida, los ciudadanos alemanes de aquellos años. Saben lo que ocurre y lo aceptan
Y sin embargo, ¿cómo es posible que, a pesar de todo, una abrumadora mayoría de la ciudadanía israelí respalde la masacre de Gaza? Las estremecedoras cifras de las recientes encuestas nos dicen que más del 60 % rechaza considerar que haya inocentes en Gaza, hasta un 79 % afirma no sentirse perturbado por los informes de hambruna y sufrimiento. No hablamos, por tanto, de ignorancia o de desinformación, sino de un consenso social que parece legitimar la devastación.
Quizá la respuesta no deba buscarse solo en la coyuntura política israelí, ni en el peso de Hamás, ni en el eterno argumento de la “seguridad nacional”. Tal vez debamos mirar más atrás, a otra época y otro lugar, cuando la ciudadanía del hoy Israel convivió con un horror parecido. Me refiero a la Alemania nazi.
El historiador canadiense Robert Gellately, en su libro “No solo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso”, planteó una tesis incómoda: el Holocausto y la política criminal del régimen no se sostuvieron únicamente por la represión o el miedo, sino porque contaron con un grado amplio de consenso social. No todos eran verdugos, claro, pero la mayoría sabía y aceptaba lo que ocurría, ya fuera con pasividad, con indiferencia o incluso con orgullo.
Las conclusiones principales de Gellately resultan inquietantemente actuales. Los alemanes de los años treinta y cuarenta no eran ignorantes de lo que estaba pasando. La propaganda nazi estaba por todas partes, pero la violencia también lo estaba, y era visible. No hacía falta leer entre líneas: la persecución a los judíos, a los comunistas, a los gitanos o a los opositores, se exhibía públicamente.
No se rebelan contra un Estado que destruye Gaza; lo respaldan. Y esa complicidad, esa aceptación, es la que hace posible que la maquinaria de muerte siga funcionando cada día
Sin embargo la ciudadanía alemana no se rebeló masivamente contra las deportaciones ni contra la exclusión sistemática de sus vecinos judíos. El régimen nazi pudo organizar su maquinaria de muerte porque contó con un entorno social que lo toleró, lo justificó o lo apoyó abiertamente. Muchos aceptaron intercambiar derechos y principios por seguridad y estabilidad, y ahí radica lo más incómodo de la tesis de Gellately: la “coacción” no lo explica todo, hubo también un grado notable de consentimiento. La gente veía en Hitler a un líder que devolvía orgullo y fuerza a la nación, y esa percepción pesó más que la compasión por las víctimas.
Si trasladamos estas conclusiones al presente, la pregunta vuelve a golpearnos: ¿qué pasa hoy con los ciudadanos israelíes? ¿No ven los cadáveres de niños bajo los escombros? ¿No escuchan las voces internacionales que hablan de genocidio? ¿No les llega el eco de la indignación global? Claro que lo ven, claro que lo escuchan. Y sin embargo eligen aceptarlo y, lo que es aún peor, lo legitiman.
Aquí aparece la analogía dolorosa: los ciudadanos de Israel son, en gran medida, los ciudadanos alemanes de aquellos años. No porque repitan mecánicamente la historia —ninguna situación es idéntica a otra—, sino porque muestran una disposición semejante: la de justificar lo injustificable en nombre de la seguridad, de la identidad nacional, del miedo.
El régimen nazi pudo organizar su maquinaria de muerte porque contó con un entorno social que lo toleró, lo justificó o lo apoyó abiertamente
La respuesta fácil sería decir que todo se explica por la propaganda, por el miedo al enemigo, por la presión de décadas de conflicto. Pero no basta. Al igual que en la Alemania nazi, no hablamos de una población sin recursos de información ni de conciencia. Israel es, a pesar de importantes limitaciones y contradicciones, una sociedad democrática, con universidades, con prensa libre, con un alto nivel educativo. Allí, como en la Alemania de los treinta y cuarenta, el conocimiento existe; lo que falla es la voluntad de enfrentarse a él.
Por esto la conclusión no puede ser más dura: hoy los ciudadanos de Israel son, en gran medida, los ciudadanos alemanes de aquellos años. Saben lo que ocurre y lo aceptan. No se rebelan contra un Estado que destruye Gaza; lo respaldan. Y esa complicidad, esa aceptación, es la que hace posible que la maquinaria de muerte siga funcionando cada día.
Dicen que la historia no se repite nunca igual, pero sí rima. Gaza es hoy la rima de un pasado que creíamos enterrado. Y la pregunta es: ¿reaccionará la ciudadanía de Israel o se comportará como la alemana en aquellos años de terror? Si no lo hacen, cargarán con la vergüenza y el arrepentimiento durante décadas, ellos y su descendencia.
Por esto el grito también debería ser: ¡Ciudadanía Israelí, solo vosotros podéis pararlo!
(Puede haber caducado)