Mondariz-Balneario, el pueblo gallego de 700 habitantes que ha integrado a 300 migrantes
El municipio, el más pequeño de Galicia con 2,3 kilómetros cuadrados de superficie, gobernado por el BNG y centro de acogida desde el verano pasado, es un ejemplo singular de convivencia.
Público, , 18-08-2025El poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger escribió: “El forastero será tanto mas forastero cuanto más pobre sea” (1992). Enzensberger publicó a principios de los setenta un librito de muy pocas páginas, Elementos para una teoría de los medios de comunicación, que fue una suerte de guía ética y teórica de sucesivas generaciones de periodistas. Gran conocedor de la cultura peninsular, el escritor alemán falleció hace tres años, a tiempo de ser testigo del inmenso barrizal en el que se convertirían algunos medios de comunicación, aunque demasiado temprano como para saber hasta dónde se podía llegar con personajes como Javier Milei, Díaz Ayuso o Donald Trump.
Desinformación y fake news, procedentes, sobre todo, de algunos medios de la capital, fue con lo que se encontró César Gil (BNG) cuando llevaba menos de un año a frente de la Alcaldía de Mondariz-Balneario (Pontevedra, no confundir con el vecino Mondariz) y llegaron a la villa alrededor de doscientos migrantes de Malí. Al regidor del municipio más pequeño de Galicia lo avisaron solo con dos días de antelación de algo que acabaría por protagonizar la vida de la localidad durante todo el año. Por razones de urgencia humanitaria, el Gobierno central acordó con un establecimiento privado de hostelería (Centro de Enseñanza Marcote, CEMAR) el alojamiento de doscientos originarios de Malí, dentro de los programas de acogida de la Unión Europea. En Mondariz-Balneario viven poco más de 700 vecinos, por lo que la llegada de doscientos y pico migrantes parecía desproporcionada. Aun así, habrían de pasar un par de meses para que su presencia fuera realmente percibida–o más bien, comentada– por la población local.
Algo de historia
La primera reacción de los vecinos de Mondariz-Balneario fue de indiferencia. Corría el mes de agosto y los nativos de la comarca del condado del Tea andaban entretenidos con las fiestas patronales, las churrascadas y todo tipo de eventos gastronómicos y religiosos. Tendría que llegar el otoño –que es cuando hay que usar jersey y se habla de que los libros de texto son muy caros–, para que unas pocas personas se enteraran de que había un problema con esta gente de fuera. Hablamos del “miedo al otro”, que es cómo se define la xenofobia a día de hoy.
En Mondariz-Balneario viven 700 vecinos, por lo que la llegada de doscientos migrantes parecía desproporcionada
Había un problema –atávico, inventado– pero al fin y al fin y a la postre, un problema. ¿Qué hace aquí esa gente que no es como nosotros? ¿Por qué tienen todos teléfono móvil de última generación? ¿De dónde sale esa ropa de marca que llevan? ¿Traen enfermedades contagiosas? ¿Vienen vacunados? ¿Cuánto les da el Gobierno? Si el dinero del Estado va para ellos, ¿qué pasará con mi pensión? Los argumentos habituales de la extrema derecha sobre los migrantes comenzaron a circular por las villas y aldeas del entorno, aunque no llegarían a la opinión pública –ni a los medios de comunicación de la capital– hasta que aconteció el episodio que les cuento.
Como en las instalaciones del CEMAR convive la actividad hostelera con la educativa, la madre de un alumno –"Que ni siquiera era de aquí", advierte una trabajadora del centro– tuvo la ocurrencia de grabar un vídeo mostrando la cercanía –la convivencia– de los chicos africanos con alumnos del centro educativo, como si fuera algo malo. Sus comentarios eran vulgares y tan groseros que enseguida provocaron un efecto búmeran. Es decir, generaron entre los padres de los demás alumnos una curiosidad positiva sobre la vida de esas personas que llegan de lejos, de territorios indefinidos, y arriesgan sus vidas con la esperanza de encontrar en el continente europeo la oportunidad de una vida mejor.
La sociedad civil reaccionó. Y un grupo de mujeres –no más de 15, sólo mujeres, hace falta destacarlo– vinculadas sobre todo a la enseñanza se hizo notar, promoviendo con la ayuda del Ayuntamiento actividades lúdicas: danza, talleres, excursiones, en las que participaron migrantes y vecinos del pueblo. La gente mostró la mejor versión de sí misma. “Fue un mes muy duro”, comenta el alcalde, “con mucha presión mediática, y eso condiciona la actividad de una villa tan pequeña. No ayuda a crear comunidad, ni a integrar a los que vienen de fuera”. Aun encima, sucedió que, fruto de las malas relaciones entre la primera ONG, ACCEM, “que funcionaba muy bien”, subraya, y los dueños del hotel, los migrantes tuvieron que abandonar Mondariz-Balneario para irse a Bueu (Pontevedra) y Allariz (Ourense). “Los dramas afectivos estuvieron la orden del día”, dice el alcalde.
¿En qué ayudar?
“Les coges cariño, y después los cambian de lugar. Sin ninguna posibilidad de integración. Parten de cero otra vez”, comenta Fátima Carballal, quien por su dominio del francés se había ofrecido voluntaria para darles clases de español. La historia que cuenta de Madou Gayé es como para no parar de llorar. “Es de Senegal y tiene 19 años”, dice Fátima. “En un año se le murieron los padres de una enfermedad. Con sus hermanos, que era toda la familia que le quedaba, Madou embarcó en el cayuco y solo él llegó con vida a Canarias. Durante la travesía, ello murieron ahogados. Después de cinco meses en Mondariz, cuando estaba aprendiendo mecánica en un cursillo del INEM [hoy SEPE, Servicio Público de Empleo Estatal]”, dice Fátima, “superó el período de dos años de acogida humanitaria y se quedó sin la protección del Estado. Ahora anda por Vigo indocumentado, buscándose la vida”.
Cuando llegó el segundo turno de migrantes, en pleno invierno, muchas voluntarias no quisieron repetir una experiencia que se les hizo traumática. “Para trabajar con esta gente hay que estar vacunada de emociones o ir tan acelerada como para que no te dé tiempo a pensar. Yo soy de las segundas”, dice Rocío Vázquez, jefa de voluntariado del Ayuntamiento de Ponteareas. Muchos de estos emigrantes la llaman Mamá África porque no solo consigue ropa, comida, transporte y alojamiento a los que se quedan sin cobertura del Estado, sino que les mueve los papeles y les da orientación en un futuro incierto. “Frente a un problema tan complicado”, dice Rocío, “yo solo hago una pregunta: ¿en qué puedo ayudar?”. “Este último turno de africanos vino en pleno invierno”, relata, “andaban todos acatarrados, temblando. Hubo que conseguirles ropa adecuada a través de la colaboración social. A veces son prendas muy usadas, otras, de marcas caras, de gente con muchas posibilidades. Todo ayuda”.
“Les coges cariño, y después los cambian de lugar sin ninguna posibilidad de integración " (Fátima Carballal, voluntaria)
El médico de Mondariz-Balneario, Jorge Álvarez, vio cómo la llegada de los migrantes a un municipio “demasiado tranquilo” aumentaba el número de sus pacientes de 700 a mil. “Pero no pasa nada”, dice. Lo que más atendió fueron consultas relacionadas con procesos catarrales y “muchos problemas digestivos por tener hábitos alimentarios diferentes”, comenta. “Y aunque parezca lo contrario por sus relucientes dentaduras, tuve que recetar mucho Ibuprofeno para el dolor de muelas. La mayoría tienen los dientes llenos de caries. Lo mismo que pasaba aquí no hace tantos años”. “En general”, asegura el doctor Álvarez, “son gente joven y saludable, muchos de ellos vienen de atravesar el desierto para subirse después a una pequeña embarcación en una dura travesía. y eso no lo resiste cualquiera”.
Olivier Gregarés tiene una pequeña tienda de telefonía en Ponteareas, a diez kilómetros de Mondariz-Balneario, Alomobil. Nació en Lyon (Francia). Habla francés e inglés perfectamente y tiene muy presente su condición de hijo de migrantes. “La mayoría”, comenta, “vienen a reparar sus dispositivos, afectados por la humedad y el salitre. Eso ya te da una idea de las condiciones en las que viajaron desde su país. Aquí no sólo vienen a cargar sus móviles”, añade “sino también a arreglar los de sus familias que están en África. Son muy buena gente, muy tranquilos y muy educados. Hasta donde puedo les hago descuentos que no les hago a los otros clientes. Les gusta mucho la marca Tecno, que es china. Son teléfonos que le salen muy baratos por acuerdos de las ONGs con los vendedores”.
Por su dominio del francés, a Olivier le hacen todo tipo de consultas. La más frecuente es cómo pueden mandar dinero a sus familias. El Estado español les da cada mes 50 euros, que transformados en divisas de su país parecen una fortuna. Yo mismo fui testigo de los saltos de alegría de Lamine (19 años, Senegal), cuando transfería 60 euros su abuela desde la oficina de la Western Unión de Ponteareas y estos se convertían en 42.960 francos CFA, que es la moneda oficial de su país.
El Lamine Yamal del Condado
Lamine es muy popular entre los niños de Mondariz por lo bien que juega al fútbol. Llamándose Lamine y siendo futbolista –jugaba de titular en el Jambar FC de Mbour, categoría académica, la de los menores de 18 años– es evidente que su apodo solo podía ser Lamine Yamal. Es muy sonriente y empático y le gusta bailar casi tanto como darle patadas al balón. Vivía en Toubacouta, una población del litoral al sur de Senegal. Su única familia es su abuela. Fue ella quien lo empujó a salir del país cuando cumplió los 18. “Me dijo: ‘Ya eres un hombre, tienes que irte fuera, buscar una vida mejor’”. Trabajaba de mecánico cuando embarcó en la patera que lo llevó a Lanzarote tras pasar ocho días en el mar. Pocos meses antes ya había intentado llegar a Europa por el Mediterráneo, entrando por Italia desde Túnez, después de cruzar Mauritania, Malí y Argelia en un accidentado viaje de autobús de 4.000 kilómetros. La policía tunecina lo detuvo y lo devolvió a Senegal. De nuevo en su país, una ONG le regaló una moto para ver si desistía de sus planes de fuga, pero Lamine la vendió y con el dinero que obtuvo embarcó de nuevo, esta vez atravesando el Atlántico. Habla sose, una de las lenguas oficiales de Guinea, además de francés, y está aprendiendo español, un idioma que entiende perfectamente aunque lo habla con dificultad. Lamine quiere trabajar de mecánico y ser futbolista.
A la gente de Mondariz le molesta que cuando hablan de su origen les pregunten si son de Mondariz-Balneario o de Mondariz pueblo. Alberte Reboreda, que es arqueólogo y vecino de la villa , lo tiene claro. “Cuando dices que eres de Mondariz es que eres de Mondariz, y cuando dices que eres de Mondariz-Balneario es que eres de Mondariz-Balneario. Eso de Mondariz pueblo es un invento de no sé quién”. En términos coloquiales, los vecinos también dicen que son “del Balneario”. Esta es la explicación de que mucha gente de la comarca hable de los nuevos vecinos como los neghros del Balneario –la grafía gh representa el fenómeno fonético, presente en gran parte de Galicia, que consiste en la pronunciación de la g como h aspirada–, lo que es representa una enorme contradicción si pensamos en el balneario como algo propio de señoritos que vienen a descansar y a tomar unas aguas medicinales que tanto le deben a los del municipio de Peinador, principales promotores de la monumentalidad de la villa.
Tienen que aprenderlo todo. Incluso hasta a hacer autostop. Ahora se ve tanto “dedo” como en la época del jippismo.
Los “neghros” del balneario
Los “neghros” del Balneario son pobres entre los pobres. Proceden de la región subsahariana del Sahel, que es la franja que atraviesa el continente africano desde el Océano Atlántico –Senegal, Malí, Guinea…– al Índico –Etiopía, Somalia, Sudán…–. En el Sahel, la pobreza endémica y las sequías conviven con las guerras étnicas, las dictaduras, los gobiernos autoritarios, los sátrapas y los señores de la guerra. Sus recursos naturales –minería, agricultura, pesca…– son ambicionados por rusos y chinos, después de la retirada de Europa, especialmente de Francia, de esta ecuación de intereses geopolíticos de tan difícil solución. Los golpes de estado están a la orden del día y el siguiente dictador ejecuta el suyo mejor que el anterior. Entretanto, la población no encuentra otra salida que huir. La disidencia política, la aventura europea o, simplemente, no morir de hambre, son argumentos, aunque diferentes, igual de válidos en cualquier caso.
Llegan a nuestro país y tienen que aprenderlo todo. Hasta a hacer autostop. Al principio señalaban con el dedo índice hacia abajo, otros se quedaban parados en pequeños grupos frente las rotondas con la esperanza de que los conductores adivinaran su intención. Tendrían que pasar un par de meses para que los automovilistas comenzaran a subirlos a sus vehículos. Hasta que se corrió la voz de su simpatía y buena educación y, hoy, se puede decir que llevar estos ciudadanos de Mondariz a Ponteareas, dejarlos frente a la rotonda de los ciclistas, o traerlos de vuelta al punto de partida, es una actividad normalizada que, desde la época de los hippies no se veía por estas tierras del Condado de Tea.
A Mamadou lo conocí precisamente haciendo autostop. Es de Guinea-Conakri, una antigua colonia francesa. Tiene 26 años. Llegó a Lanzarote desde Senegal, embarcado con más de 200 personas. La patera solo tenía capacidad para cien. Un amigo suyo de Gambia falleció arrastrado por un golpe de mar. Fueron nueve días de viaje con episodios de terror. Es de Pita-Sangareak, una pequeña localidad de 2.000 habitantes que está en el interior del país, lo que lo convierte en una persona poco familiarizada con el mar. “Por eso pasé tanto miedo”, dice. Mamadou –no escribo los apellidos a petición del ONG que lo atiende, por motivos de seguridad– participó en manifestaciones contra el Gobierno autoritario de Mamadi Doumbouya, un teniente coronel de las Fuerzas Especiales del país a quien sólo con verle la pinta ya se intuye de qué va.
El joven guineano muestra vídeos de manifestaciones convocadas por la Unión de Fuerzas Democráticas de Guinea (UFDG), el principal partido de la oposición, ilegal en su país. Cuando tuvo noticias de que podía ser detenido, su familia le recomendó que abandonara Guinea. Mamadou reclamó asilo político en España y espera la respuesta de la Administración. Está casado y tiene dos hijos, de cinco y dos años. Viven con su madre en su país. Su ilusión es conseguir todos los requisitos para quedarse en Galicia, encontrar trabajo y traer en un futuro su familia. Está haciendo un curso de electromecánica en el SEPE de A Cañiza (Pontevedra), aunque lo que más le gustaría es “sacar el carné [de conducir] de clase A”, comenta, “y trabajar de camionero, para no tener jefes y viajar por el mundo”. En su país era comercial de piezas de automóvil. Mamadou parece muy inteligente y con un oído privilegiado. Habla francés, árabe, pular, wólof y un español de muy alto nivel que aprendió en los cinco meses que estuvo en un centro de refugiados de Pozuelo (Madrid).
Precisan de un apoyo especial
Xulia Vaz Porto (Mondariz) es maestra de secundaria jubilada, y desde el primer día, hace casi un año, se ofreció junto a otras 11 mujeres de la comarca a dar clase de español al grupo de refugiados. En su casa al lado de la Plaza de Abastos, rehabilitada por el anterior alcalde, Xoán Carlos Montes, Xulia repasa las fichas de sus alumnos y asegura que echa en falta cursos específicos para esta gente. “Mira, Oumar era conductor de autobuses en Malí, habla siete idiomas: khassoque, bambara, somike, árabe, francés, inglés y español. El Estado no quiere que se les considere privilegiados con respecto a la gente de aquí”, comenta, “pero eso no es correcto, ya que su situación de inferioridad y vulnerabilidad es más que evidente. Precisan de un apoyo especial”.
Xulia cree que vivimos una época muy complicada, “el Gobierno español no está ejecutando los programas de integración necesarios, pero si lo comparamos con lo de Italia, ¡buf!, ya no hay nada sobre lo que opinar”. La profesora Vaz Porto es muy crítica con la ONG que está ahora instalada en el CEMAR, Rescate Internacional, en comparación con la anterior ACCEM, que, a su juicio, “hacía las cosas mucho mejor”.
Sigue repasando fichas de alumnos y se detiene en la de Oumar Ndao, de Senegal. Es licenciado en románicas, después de mucho esfuerzo, en la especialidad de español. Se pagó la carrera trabajando los veranos en la recogida de cacahuetes, ya que su padre es sastre en Koussanar, y su salario malamente daba para alimentar a la familia. Oumar se siente un privilegiado, ya que superó los dos años de recorrido por distintos centros de acogida y ahora puede optar a un contrato de trabajo, después de un laberinto burocrático difícil de entender. Para pagar el viaje en la patera que lo llevó a Canarias –2.000 euros–, Oumar trabajó siete meses de agricultor en Marruecos. Le interesa mucho la literatura latinoamericana, y es lector de María Nsüe Angüe, una escritora de Guinea Ecuatorial, y de la senegalesa Mariama Bâ. Oumar agotó el período de permanencia que marcan las leyes de la UE, un máximo de dos años, y entra en una situación de ilegalidad, caso de no conseguir un precontrato de trabajo y el arraigo laboral.
Isabel abrió por primera vez el armario de su hijo, muerto hace cinco años, y le dio la ropa toda la Baba y Daudá
Abdoul, Baba, Daudá
La practica del autostop dejó multitud de historias, de esas que ayudan a cerrar heridas. Isabel Barros vive en Vigo. Los fines de semana se acerca a Sabaxáns (Mondariz) para ayudar a su hermano Rubén en la casa de comidas La Mangette. El pasado verano vio a dos jóvenes africanos haciendo dedo y les propuso que, mejor que a Ponteareas, podía acercarlos a Sabaxáns, donde los invitaba a comer. Baba y Daudá, de 18 y 20 años, repitieron desde entonces todos los fines de semana, abusando de la generosidad de Isabel. En diciembre, la ONG que los tutelaba se los llevó a Allariz (Ourense), e Isabel hizo algo que nunca había pensado que haría. Entró, después de cinco años, en la habitación de su hijo Dani, que había muerto en uno accidente de circulación. “Todo lo que era de mi hijo estaba tal cual lo había dejado él”. Isabel abrió las ventanas, dejó que entrara la luz y, superando el dolor, sacó toda la ropa de los armarios para ofrecérsela a Daudá y a Baba. Cada fin de semana, Isabel recibe una foto desde Allariz. “Mira”, muestra el móvil, “llevan la ropa de Dani”.
Hay más historias. Imposible contarlas todas. Esther y su pareja Iván tienen un chiringuito-bar-restaurante, Ladelrio, al pie del río Tea, con terraza y cocina casera de mucha calidad. Después de una afortunada experiencia hostelera en Vigo, se mudaron a Mondariz, que es un sitio más tranquilo cuando ya tienes una edad y la calidad de vida va por delante de la tangana de la gran ciudad. El establecimiento tiene una clientela variada gracias al talento para la cocina de Esther y al humor excéntrico de Iván. Su localización es privilegiada, a pocos metros de la playa fluvial. Y como darse un chapuzón sale barato, enseguida empezó a ser frecuentado por un pequeño grupo de africanos todos los fines de semana.
Allí conocí a Ousmave, de Malí, a los senegaleses Assane y Modoo, que era pescador en su país con su padre y siete hermanos, hasta que se rompió la pequeña embarcación familiar con la que faenaban y se vio en la necesidad de emigrar. Modoo me mostró un vídeo pescando un pulpo –llaranca, en la lengua wólof– de más de dos kilos, un cefalópodo que allí casi nadie consume por su precio elevado, y que posiblemente acabó en la olla de alguna pulpeira de O Carballiño (Ourense).
Esther me presentó a Abdoul, que es el que disfruta de su simpatía porque parece ser el más vulnerable. Su sonrisa desaparece cuando le hablas de su país y de su vida pasada. Los miércoles por la tarde se acerca a Ladelrio para que Esther le enseñe a escribir, ya que es analfabeto y le cuesta seguir el ritmo de las clases que le dan Xulia Vaz y otras maestras voluntarias del entorno. A Abdoul le gusta cantar, por lo que Iván le enseñó entera la canción Mi carro, de Manolo Escobar, por si en un futuro tiene que convencer a algún juez de su interés por las tradiciones españolas. “Con humor no se arregla el mundo, pero ayuda”, dice el hostelero vigués.
Macrocentros temporales
Las noticias alrededor de los migrantes alojados en el CEMAR son permanentes. Cada día hay algo nuevo que contar. Es muy posible que cuando este número de Luzes llegue a las manos de los lectores ninguno de los africanos esté ya en Mondariz-Balneario, y que la situación de la pasada navidad se vuelva a repetir. “Existe aún la posibilidad”, asegura el alcalde, César Gil, “de que el Gobierno central decida cerrar los centros temporales de acogida y los manden a todos la macrocentros como los de Mérida (Extremadura), Cartagena (Murcia) o Alcalá (Madrid)”.
Las posibilidades de integración que les ofrece una villa pequeña como la de Mondariz-Balneario desaparecerán. Y eso será malo para todos. Será entonces cuando nos enteremos de lo necesarios que son. No solo para trabajar, sino para que como seres humanos nos sintamos mejor.
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