"Me molesta que la izquierda no asuma que está muy lejos de la realidad de los barrios pobres"
Publica 'En legítima defensa de classe', una compilación de las columnas que ha publicado en la 'Directa' durante la última década.
Público, , 02-08-2025En legítima defensa de classe (Godall edicions) recoge parte de las columnas que la periodista Montse Santolino (1967) ha publicado en la Directa durante la última década, marcadas por el compromiso social, la mirada desde los márgenes, la permanente denuncia de las desigualdades y, a la vez, la defensa y la reivindicación de la organización y las luchas para cambiar las cosas.
Nos reunimos con ella para hablar a fondo de unas periferias que conoce de primera mano, como vecina del barrio de la Florida, en l’Hospitalet de Llobregat. El periodismo y el papel de los medios, los miles y miles de catalanes invisibilizados por los relatos oficiales, la situación de la izquierda y la necesidad de reconstruir los puentes rotos los últimos años y el deber de no perder nunca la esperanza son otros elementos centrales de la larga conversación que mantenemos.
La compilación de artículos alcanza alrededor de una década y, en parte, muestra la evolución social en este periodo. Con todos los matices que quiera, ¿hemos pasado de un momento de cierta lucha hacia posibles horizontes de esperanza a otro de miedo, en la que parece que cuesta simplemente no retroceder?
Sí, tal cual. Pero es que han pasado muchas cosas en este tiempo, desde el final del 15M y todas las promesas, al procés o la pandemia, y muchos intentos de hacer cosas que no han acabado de salir como imaginábamos. En todo caso, distingo entre lo que a nivel político e institucional creímos que podía pasar, y no ha pasado, y entre muchas luchas y muchas realidades que describo, de servicios sociales o de vivienda, que son las mismas. Muchas cosas que hoy estamos diagnosticando era obvio que ya estaban pasando, pero como que estábamos ocupados en otras cosas, no nos fijábamos en cómo se estaban degradando a marchas forzadas la sanidad o la educación.
En el momento actual, en el que todos un poco coincidimos que es de resistencia, no se nos debe olvidar que teníamos razón y que el diagnóstico hecho por los movimientos sociales y muchos colectivos era correcto, otra cosa es que hayamos sido capaces de convertirlo en propuestas o alternativas factibles. Nos hemos equivocado poco con las alertas que dábamos en todos los sentidos, incluso con la ultraderecha. Llevamos años advirtiendo de que las izquierdas no están en los barrios pobres y la ultraderecha sí, que es quien pone los chiringuitos en los mercadillos. Y esto pasa desde Ciudadanos, hay un discurso que está calando y nadie desde la izquierda tiene presencia.
Llevamos años advirtiendo de que las izquierdas no están en los barrios pobres y la ultraderecha sí
La editorial tenía muy claro que el sentido de la compilación era un poco esto, mostrar muchos problemas y luchas que ya se estaban dando. A la vez, he procurado siempre no ser ceniza, porque para mí una columna que no abre alguna puerta de oportunidad o esperanza es una columna perdida. Y para hacer columnas perdidas ya hay mucha gente en La Vanguardia escribiendo sobre lo que le ha pasado el fin de semana.
Sus artículos son muy humanos y, a la vez, sólidos, en el sentido de combinar historias personales con datos oficiales, mientras que a nivel temático predominan áreas como el feminismo, la denuncia del racismo, el internacionalismo, la defensa de los servicios públicos, las desigualdades estructurales… ¿La cuestión es situar las consideradas periferias en el centro?
Efectivamente, pero es que vivo en ellas, es mi realidad. Combinar razón y emoción es lo que me funciona como lectora. En algunas presentaciones ha salido que hacía algunas columnas que parecían reportajes, y es verdad que voy a hacer entrevistas a la peña de la cual hablo. Esto también tiene que ver con que a ciertos periodistas nos dicen que somos activistas, que estamos demasiado posicionados. Y, efectivamente, tengo mucho cuidado de que todo aquello que contextualizo y que intento explicar tenga no solo la entrevista, la fuente directa, sino todos los datos que haga falta. Porque considero que son los otros los que no explican bien las cosas y que también son activistas, pero por otro lado.
Todos somos activistas y el periodismo no es neutral y la lógica es un poco desde dónde escribes, cuál es el origen de la mayoría de los periodistas, dónde han vivido, de qué trabajaban sus padres… Afortunadamente hemos avanzado y cada vez hay más periodistas con los padres de origen humilde, pero como hay pocos viviendo en barrios pobres, siento cierta obligación de hacer este periodismo, básicamente porque no se está haciendo. Y precisamente ahora que ya todo el mundo sabe que no trabajará de periodista, ¿quién se dedicará en esto? Acabará siendo una carrera como Belles Arts, para gente que se la pueda permitir, porque se ha extendido la precariedad en el sector.
Justamente esta precariedad también dificulta que haya periodistas que puedan pisar calle y conocer a fondo la realidad de estas periferias, más allá de su origen o de donde vivan.
Sí, pero también te quiero decir que ahora mismo hay una cosecha de reporteros sociales jóvenes súper guay. Había un agujero desde los huertamaros [discípulos de Josep Maria Huertas], pero ahora en El Periódico, la Ser y muchos lugares hay reporteros sociales muy buenos. La cosa es que en los medios digitales precarios esto no se paga, no se puede hacer y no existe. Y, por lo tanto, nos falta gente que haga esto y a mí me sale. Porque con la responsabilidad que supone tener un espacio y que alguien te lea me pregunto cómo se pueden escribir las chorradas que algunos escriben.
Probablemente el impacto y la incidencia de los medios en los barrios pobres es cada vez más bajo, fundamentalmente porque no hablan de sus realidades. Y esto genera el problema de que las fuentes de información que llegan pueden ser otras, a menudo sin un mínimo contraste. ¿Contribuir a cambiar esto también ayudaría a reducir la influencia de los discursos de odio y de la ultraderecha?
Obviamente, pero aquí hay tantas consideraciones… ¿Qué información llega a los barrios periféricos? Lo hace la última chorrada que llegue ya no por Instagram o TikTok, sino por WhatsApp, y por aquí se hacen todas las campañas de miedo que organiza la ultraderecha. Pero, a la vez, también sé que alguna columna ha tenido éxito porque le llega a alguien de la familia por un grupo de WhatsApp o porque alguien conocido me dice: “Mira qué ha llegado al grupo de la escuela”. Las dos cosas llegan por aquí.
Sí que sé el papel que tienen los medios en el debate político y sé, por ejemplo, que ayuntamientos como el de mi ciudad invierten para que la información que quieren salga en La Vanguardia y El Periódico, que es donde anuncian sus grandes proyectos de transformación y sus propuestas. Los medios continúan jugando un rol político en unos ciertos espacios, pero en cambio no encontraremos ningún medio en Catalunya que piense en que lo mirará la población migrada, empezando por TV3 y acabando por cualquier digital.
No encontraremos ningún medio en Catalunya que piense que lo mirará la población migrada
Nadie piensa en ellos, en una población de la cual se está hablando continuamente, como si no leyera. Y esto genera muchos sentimientos de autoodio, con muchos catalanes de origen migrante que no quieren reconocerse en aquello de lo que se habla continuamente como un enemigo. No hemos invertido suficientes recursos y medios en una integración real, que entre otras cosas pasa por tenerlos en cuenta cuando haces información y los consideras como ciudadanía y no los ignoras. No solo no los escuchamos, es que tampoco tenemos en cuenta que todo lo que escribimos lo leen y lo interpretan. Estamos hablando de miles y miles de personas que ignoramos como audiencia.
La desigualdad estructural es un elemento permanente en sus artículos y, en buena parte, explica cuestiones como la situación de los servicios públicos en estos barrios. Sin abordarla a fondo y, sobre todo, revertirla, la fractura social no hará otra cosa que agrandarse, con los riesgos que esto conlleva.
Desde hace muchos años los informes de Foessa (Cáritas) dicen que tenemos el país roto en tres, además de que esto se refleja en la segregación espacial residencial y de país. Somos un 30% que vive su vida normal y está perfectamente integrado, un 30% que directamente está en la exclusión y un 30% que está en la cuerda floja permanentemente y si les falla el trabajo caen, y son los que votan a la ultraderecha.
Este aparente milagro económico que tenemos ahora se sustenta sobre esto, sobre haber consolidado esta ruptura. Probablemente lo que ha hecho es que alguien de la exclusión haya pasado a la cuerda floja, pero a la mínima que haya cualquier crack económico volverá a caer. Y esta es la gente que tiene el miedo absoluto a todo lo que pueda pasar y por eso los mensajes de la ultraderecha están calando muy bien. Son gente que a menudo no tiene las herramientas para la comprensión de todo lo que está pasando y si le dan soluciones y le dicen “vótame a mí, que te protegeré”, pues aquí estamos, lamentablemente.
Somos ocho millones [en Catalunya], pero parece que no nos hemos dado cuenta hasta ahora. La gente viene porque tiene trabajo. En mi barrio vas a esta hora [alrededor de las 13.00] y no hay nadie por la calle, la gente se busca la vida. Tenemos un tipo de estereotipo de la banlieue francesa, con un montón de señores negros tirados en las calles y en las plazas y aquí es mentira, no pasa. Toda esta gente está trabajando, ¿pero dónde lo está haciendo? Porque la batalla en l’Hospitalet es entre la gente que gana 1.500 o 2.000 euros al mes y la gente que gana 800. Entre una mínima vida normalizada y la exclusión está la diferencia y el miedo que lanza la ultraderecha en sus mensajes y que la gente recoge.
Abordar a fondo las desigualdades estructurales implica asumir aquella idea que reivindica de Arcadi Oliveres de que “el capitalismo es incompatible con la vida”, un planteamiento alejado de los intereses de gran parte de los propietarios de los medios.
Esta es la batalla de siempre y por eso son los medios con recursos los que tienen que apostar por mostrar las desigualdades, porque no es lo mismo que un reportaje sobre las condiciones laborales de los trabajadores de las obras del campo del Barça salga en El Periódico y en TV3 o que lo haga en otro lado. Es muy importante que salga en estos medios porque tiene consecuencias políticas y sociales. Claro que hay grietas informativas donde poderte meter.
El ‘bon català’ durante mucho tiempo ha ignorado los barrios pobres, cuando las periferias somos mayoría
Los problemas que hay en los barrios pobres no son de ahora, son de origen, de entrada ya estaban segregados y eran barrios precarios a nivel de infraestructuras y de construcción, porque hay una parte del país a la cual no se ha querido mirar. Uno de los problemas más importantes del país es que en estos barrios no caigan bloques enteros, porque todo esto se construyó sin pensar que viviría gente durante 50 años y que llegaría una nueva oleada migratoria. No es solo que no tengamos pisos, sino que los que hay caerán a trozos. Y esto será un problema importante si no lo ponemos como prioridad de país. Nos hemos reflejado en este país de blancos, de clase media, con unas aspiraciones culturales y nacionales, el “bon català” que durante mucho tiempo ha ignorado estos barrios, cuando la periferia somos la mayoría.
En uno de los artículos, durante la época del procés, habla de los “desconectados de la desconexión”, pero va más allá de este momento, porque no se los ha tenido en cuenta nunca.
Desde la política se ha construido un país imaginario oficial. Con el “som 6 milions” se montó una campaña oficial de orgullo y ahora, en cambio, estamos con quejas de que “somos demasiados”, tenemos un boom demográfico, ¿pero que esperaban? ¿Retroceder? ¿Qué diferencia hay entre el planteamiento del “som 6 milions” y el “som 8 milions”? ¿qué ha pasado aquí en medio? Pero, sobre todo, ¿qué país se está pensando y se está imaginando? Claro que somos 8 y seremos 10, pero no será un país blanco y no trabajaremos todos en las tecnológicas.
Sin tener en cuenta la desigualdad estructural, no se puede pensar qué país queremos construir
Ahora mismo el 40% de criaturas que están naciendo son hijas de migrantes. ¿Qué país estamos haciendo? ¿Qué nos imaginamos que hará toda esta gente? Si queremos ser Massachusetts tenemos que ir a todos los barrios donde están los catalanes de todas las periferias y ya podemos empezar a hacer algo para construir una economía de valor añadido de aquí a 20 años, porque la gente está allí, en Barcelona no quedará nadie, porque estamos expulsando a la gente. Y pensar qué país queremos construir a 20 o 25 años vista no se puede hacer bien sin tener en cuenta esta desigualdad estructural y la segregación que tenemos.
También hace falta un cambio en la mirada, en el relato, ¿no?
Sí, continúa faltando en los medios y en todas partes. Venga a hablar de los migrantes, pero ¿por qué no hablamos de clase trabajadora y punto? Es verdad que el capitalismo ya se ha encargado de que haya 40 clases trabajadoras, pero si tuviéramos un discurso de clase más amplio en el cual se incluyan todas las clases trabajadoras… Hablamos de los hijos de migrantes, cuando ya son catalanes, y hay esta mirada de la alteridad que el relato político y mediático siempre coloca sobre ellos. Por eso para mí la mirada de clase es importante.
Venga a hablar de los migrantes, pero ¿por qué no hablamos de clase trabajadora y punto?
En el periodo de la compilación de artículos ha habido formaciones de izquierdas que han tocado cierto poder institucional. ¿Le han decepcionado sus políticas en el sentido de que han podido hacer medidas para paliar las desigualdades, pero no grandes cambios estructurales?
Todos los partidos de izquierdas que no habían tocado poder y que, de repente, lo han tocado, habían ninguneado cómo de fuerte está articulado el poder político y económico. Les faltaba experiencia de gobierno y habían hecho algunas lecturas quizás no naif, pero sin tener en cuenta que estas medidas valientes necesitaban de una radicalidad que después cuando estás adentro es muy complicada. Creo que ahora están mejor preparados que hace diez años para poder asaltar las instituciones de otro modo. Se pecó de cierto desconocimiento y hay muchas cosas que se tendrían que plantear de otro modo. La máquina de poder era muy bestia para poder hacer ciertas cosas y, además, nos iría mucho mejor si todo el mundo reconociera lo que no se ha podido hacer. Y, además, todo lo que ha pasado, con todos los puentes que se rompieron entre amigos y gente próxima por la batalla partidista.
En muchos casos lo que me molesta es que todos los partidos vienen a l’Hospitalet a hacer los mítines, somos atrezzo obrero, ni aunque tengan a gente de clase obrera al final los partidos son dispositivos de clase. Se ha hecho una instrumentalización de la periferia y de la clase obrera, pero desde una lejanía real, con unos prejuicios e ideas establecidas sobre quién y cómo vive en determinados barrios muy anacrónicos y desfasados, de poco conocimiento real de estas periferias.
Desde una lejanía real, se ha hecho una instrumentalización de la periferia y de la clase obrera
Me molesta que la izquierda no asuma de una vez que está muy lejos de la realidad de los barrios pobres y que hay que hacer cosas para cambiarlo. Hacer discursos y tener buenas ideas no es suficiente, sobre todo si después no eres capaz de bajar estas ideas al barro y proponerlas en una asamblea de vecinos a riesgo de que te insulten, pero se tiene que hacer. En los últimos 30 años ha habido un proceso de clasemedianización y esto hace que nos cueste pensar algunas cosas y cuando las ponemos encima de la mesa podríamos hacerlo mucho mejor de cómo se hace.
¿Estamos en un momento en el que se tendrían que reconstruir puentes entre las izquierdas?
Por debajo, por la base, es obvio que todo el mundo lo está diciendo. Más allá de los cálculos que ya ha hecho [Gabriel] Rufián, no es una batalla solo de las próximas elecciones, es una batalla del país que queremos de aquí a 25 años. No basta con decir que todos los chavales votan a la ultraderecha. ¿Quién está con ellos? ¿Quién los está educando? ¿Dónde se reúnen? ¿Qué música escuchan? Que una criatura hoy con 18 años vote a la ultraderecha no es un predictor de cómo será de aquí a 20 años. Por lo tanto, en vez de pensar solo en las próximas elecciones, ¿podemos pensar a 20 años vista?
Tenemos que reconstruir puentes y pensar en lógicas amplias
El marco y el contexto institucional se nos come y no facilita ni los espacios ni los tempos para sentarnos al margen de la contienda electoral. ¿Pero qué plan de país tiene la izquierda? ¿Cómo nos vemos de aquí a 30 años? ¿Qué haremos con las infraestructuras y la educación que necesitamos? ¿Qué tenemos que hacer? Todo esto no se hará ni desde la batalla partidista ni desde nuestros espacios diferentes, es una cosa que se tiene que construir colectivamente. Hay mucha gente a la que le gustaría tener estos espacios y poderlo debatir, pero esto sin reconstruir puentes y sin pensar en lógicas amplias no se puede hacer.
Es de una generación que se implicó en el antimilitarismo y el pacifismo, que aparentemente estaban profundamente arraigados en Catalunya. En cambio, estamos en un momento de enorme escalada bélica, en el que se disparan los presupuestos militares y las grandes movilizaciones de rechazo no han existido. ¿Tiene cierta sensación de derrota, si quiere, generacional?
Te diría que el pacifismo lo levantó una generación anterior a la mía, con gente como Arcadi Oliveres, en los 60 y 70. Nosotros lo mamamos y mi primera mani fue contra la OTAN. Mamamos cierto idealismo de todo esto, pero también el desencanto de esta gente, que ya durante la Transición y los primeros años 80 vio que las cosas no eran como creían que serian. En cuanto al pacifismo, lo que tuvimos de bueno fue el movimiento por la objeción de conciencia y la insumisión. Había una realidad concreta que te apelaba, pero han pasado muchas generaciones y ahora esto ya no apela a nadie. El día que alguien diga que recuperamos el servicio militar en España ya hablaremos y veremos qué poso tiene esto, porque nos encontraremos con un problema que nos afecta de verdad.
El pacifismo ha pasado de moda porque no es una cosa que hayamos tenido que trabajar en los últimos 40 años
Uno de los grandes problemas que ha tenido el antimilitarismo en este tiempo es que precisamente porque ganamos esto ha apartado a generaciones enteras de un mundo que les queda muy lejos. El pacifismo ha pasado de moda porque afortunadamente no es una cosa que hayamos tenido que trabajar en los últimos 40 años, pero las cosas están cambiando y ahora hay que ir más allá de las organizaciones pacifistas.
Esto se estará trabajando bien cuando hable el Sindicat de Llogateres, que habla de vivienda, que es la principal preocupación de los jóvenes, se movilice por Palestina y vaya a la carrera antirracista. Igual que en su momento en la Transición el movimiento antifranquista mezclaba los planes de urbanismo locales, las vocalías de mujer y el primer feminismo, temas de clase y de cultura y la reivindicación de la lengua y la amnistía. En aquel momento el PSUC de facto hacía todo esto y lo encajaba, y un poco es lo que tenemos pendiente, pero en los últimos años hemos trabajado todo esto de manera separada.
A pesar de todo, reivindica la esperanza y alejarse de la “fascinación enfermiza” por el no future, porque con organización y lucha se pueden cambiar las cosas. Pero para que sea posible defiende cosas como recuperar el tiempo para pensar y fortalecer las redes comunitarias y las luchas colectivas frente al individualismo.
Es esto. Una columna sin una vía de salida me parece inútil, no tenemos que hacer la desesperanza convincente, sino la esperanza posible. Es nuestro trabajo, el trabajo de siempre de la izquierda, si no no estaríamos aquí. Alguien creyó que había cosas que serían posibles. Es muy fácil defender esto cuando vamos ganando, entre comillas, y es mucho más difícil cuando las cosas pintan como el culo, como ahora. Pero es imprescindible desde un pensamiento de izquierdas pensar que las cosas pueden cambiar y cambiarán, pero no desde una idea naif, sino que esto comporta sufrimiento, sacrificios, tener que entenderte con gente con quien no te entiendes, y no que esto será posible de la ley a la ley.
No tenemos derecho a perder la esperanza, ni tenemos derecho a rendirnos
No tenemos derecho a perder la esperanza, ni tenemos derecho a rendirnos. Y si ponemos la mirada internacionalista, todavía menos, porque hay gente rompiéndose la cara en lugares donde están mucho peor. La desesperanza es reaccionaria. El futuro puede ser una puta mierda, sí, pero incluso si colapsamos hay muchas maneras de hacerlo, esto se puede convertir en Mad Max o se puede colapsar mejor.
(Puede haber caducado)