ENTREVISTAS IMPOSIBLES

Maya Angelou: "Si pudiese pedir un solo deseo sería que todo el mundo fuese negro una semana"

'Entrevistas imposibles' es la serie del verano en la que Antía Yáñez conversa con mujeres inmortales.

Público, Antía Yáñez, 01-08-2025

En esta segunda entrevista me encuentro de nuevo ante un cartel en inglés. “Dr. Maya Angelou Memorial Park. Gracias por visitar Stamps, Arkansas. El hogar de la infancia de la doctora Maya Angelou”.

Es una pena que la gente blanca de este pueblo, la que vivía aquí cuando era pequeña, esté igual de muerta que yo. Me gustaría haber visto sus caras cuando me dedicaron el parque en 2014. Sufrí mucho en este lugar, sí, pero también fui inmensamente querida.

Me habla desde un banco a mi izquierda que hace escasos segundos permanecía vacío. La observo un momento: una mujer de metro ochenta, grande, que sabe que ocupa el lugar que siempre le ha correspondido, ni más ni menos. Lleva un vestido naranja y un pañuelo en el pelo con el mismo estampado.

¿Esa no es la ropa de la Barbie que Mattel le dedicó en 2021, en su colección mujeres que inspiran?

Tutéame, por favor. Y sí, tienes razón. Me recuerda a cuando mi hijo era pequeño y yo iba a recogerlo al colegio con ropa tradicional africana y el pelo afro. ¡Qué mal lo pasaba el pobre! Siempre había algún compañero que le decía: tu madre es del África profunda, y él, por defenderme, se metía incluso en peleas. Luego llegaba a casa y me preguntaba: mamá, ¿no tienes un suéter y una falda normales?. Y yo le respondía: esta es tu historia. Desciendes de reyes y reinas, no lo olvides.

¿Es importante la memoria colectiva para un pueblo? ¿Por eso empezaste a escribir?

Mi escritura sigue una tradición establecida por Frederick Douglass, la narrativa de esclavos, hablando siempre en primera persona de singular, que en realidad era de plural. “Yo” significaba “nosotros”. Una de mis fantasías cuando tenía seis o siete años era que de repente alguien diría “¡Shazam!”, y me volvería blanca, así no me mirarían con tanto desprecio cuando pasase por la parte blanca de Stamps. Porque este parque está en la antigua zona negra. Habría sido mejor que me dedicasen el de la zona blanca, ¿no crees? Yo pasaba por allí, y deseaba secarme, encogerme. Pero lo que hacía era levantar la cabeza y seguir adelante, apretando los dientes, sobreviviendo. ¿Qué cicatrices deja eso en alguien? Cuando empecé con mis autobiografías, tuve que coger el lápiz y rasparlas. Le afilé la punta arañando mis cicatrices. Por eso empecé a escribir. Y resultó que “mis” cicatrices eran “nuestras” cicatrices.

Pero no solo sobreviviste, sino que disfrutaste de una vida intensa. Fuiste cantante, bailarina, actriz, compositora, cocinera, empleada en un taller mecánico, periodista, directora de cine y teatro, guionista, editora, escritora… La primera mujer negra que trabajó en los tranvías de San Francisco, una activista por los derechos humanos que trabajó con Martin Luther King JR y Malcom X, ¿Cómo llegaste a vivir esta vida?

Simplemente, fui tomando decisiones según era necesario. Nací como Marguerite Annie Johnson en Saint Louis, Missouri, en 1928. En lo único en lo que estuvieron de acuerdo jamás mis padres fue en estar en desacuerdo. Se divorciaron, y como ninguno quería los problemas de tener dos hijos pequeños, nos enviaron a mi hermano Bailey y a mí en un tren desde Los Ángeles a Arkansas para vivir con mi abuela paterna. Yo tenía 3 años y mi hermano 4. Ante mí misma, declaré a mi madre muerta para no tener que echarla de menos. Mi filosofía siempre fue: si no te gusta algo, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia tu actitud. Bailey nunca se recuperó del rechazo de nuestros padres. Mi abuela, Momma, nos educó bien, pero no era nuestra madre. Era la única persona negra de todo Stamp dueña de una tienda.

Vivíamos también con nuestro tío Willie, que tenía el lado derecho de su cuerpo paralizado. Mi abuela me enseñó a leer y mi tío, las tablas de multiplicar. A los 7 años mi padre apareció y nos llevó de vuelta con mi madre a St. Louis. Poco después, el novio de mi madre me violó y dejé de hablar. Mi familia materna debió cansarse de nosotros, sobre todo de esa niña muda a la que consideraban tonta, así que nos mandaron de vuelta con la abuela a Stamps. A los 14 regresamos con mi madre, que por entonces vivía en Oakland, California. A los 16 me quedé embarazada de mi único hijo y di a luz con 17. Y luego hice lo que tenía que hacer para darle una buena vida, a pesar de que mi madre se había casado con un hombre bien situado con una casa de 14 habitaciones. Un día llegué y le anuncié: me voy. Y ella me preguntó: ¿vas a irte de mi casa? ¿Y te llevas al bebé? Le dije: sí, he encontrado trabajo y he alquilado una habitación con acceso a una cocina al final del pasillo. La casera será mi niñera. Muy bien, me dijo, recuerda esto: has sido criada. Sabes la diferencia entre el bien y el mal. Haz el bien. No dejes que nadie te críe y te haga cambiar. Y recuerda esto: siempre podrás volver a casa. Conmigo. La relación con mi madre fue ambivalente, pero hizo muchas cosas bien. Volví con ella cada vez que la vida me dio un revés.

La vida te dio varios reveses. Has pasado por encima de la agresión sexual que sufriste como si fuese un pequeño detalle más de tu biografía.

Es que lo fue. Pequeño, pero muy grave. El novio de mi madre no podía controlarla. Ella era libre, hacía lo que quería. Así que, rabioso, como no podía tenerla a ella cuando quería, me violó a mí. No supe bien qué había hecho, sobre todo al principio, porque me pareció que era amable y tierno. Pero al final me dolió. Mucho. Sangré. Mucho. Tuvieron que llevarme al hospital, pero yo no dije quién me había hecho aquello porque él me había amenazado con que si se lo contaba a alguien, mataría a mi hermano. Al final se lo confesé a Bailey, que tenía 9 años. Le dije su nombre. Lo metieron en la cárcel un día y una noche, y poco después la Policía apareció en casa de mi abuela materna y dijeron que lo habían encontrado muerto de una paliza. Nunca pregunté si lo habían hecho mis tíos, pero así arreglaban ellos las cosas. Entendí que había sido mi voz al pronunciar su nombre lo que lo había matado. Y que si hablaba con alguien, esa persona podría morir también. Así que dejé de hablar durante 5 años. Tuve que hacerlo.

¿Cómo recuperaste la voz?

Gracias a la literatura. En aquella época vivíamos de nuevo con Momma, en Stamps, y allí había una mujer, la señora Flowers, que me llevaba con ella a su casa. Hacía limonada y galletas, y me leía poesía. Lo hizo durante 3 ó 4 años, hasta que un día me dijo: Maya, a ti no te gusta la poesía. Nunca te gustará hasta que la pronuncies, hasta que la sientas pasar por tu lengua, por tus dientes, por tus labios. Así que empecé a esconderme, con libros, para leerme poesía en alto. En esos años leí todos los libros de la biblioteca de la escuela negra y todos los que pude conseguir de la biblioteca de la escuela blanca. Es la prueba de que del mal puede salir el bien. Cuando decidí volver a hablar, tenía mucho que decir.

¿Miras atrás y te gusta la vida que viviste?

¡Por supuesto! Lo único que no conseguí fue un matrimonio largo, pero estoy agradecida de haber sido amada, de ser amada aún ahora, y de poder amar, porque libera. El amor libera, no solo el romántico. Me casé con mi primer marido, Tosh Angelos, electricista, griego y blanco, en 1951. En el 54 ya nos habíamos divorciado. Me gustaba, era brillante. Había leído tanto como yo. El nombre por el que me conoce todo el mundo es una mezcla del apodo que me puso mi hermano en la infancia, Maya, porque iba por ahí diciendo “Mya sister”, y una variación de su apellido, Angelou, mira si agradezco haber compartido mi vida con él. Simplemente, el amor se acabó.

Mi segundo matrimonio duró todavía menos. Me casé con Vusumzi L. Make en el 60, nos separamos en el 63. No nos casamos oficialmente, pero yo lo considero mi marido. Era un activista por los derechos civiles, de Sudáfrica. Me mudé con él a El Cairo, donde era representante del Movimiento Sudafricano por la Libertad, y allí empecé a escribir para periódicos. Cuando lo nuestro se acabó, me mudé a Ghana porque mi hijo iría allí a la Universidad. Me ganaba la vida como editora para The African Review, escribiendo para el Ghanaian Times, trabajando en la Radio de Ghana y como actriz en el Teatro Nacional. Llegué a ser administradora de la Universidad también. Pero mi hijo tuvo un accidente de coche muy grave y casi se muere. Eso me cambió. Estuvimos en el país hasta 1965, cuando decidí volver para ayudar a Malcolm X a construir la Organización de la Unidad Afroamericana. Lo asesinaron antes tan siquiera de empezar. Me afectó muchísimo y perdí el rumbo. Volví a hacer un poco de todo, hasta que en 1969 publiqué por fin la primera de mis novelas autobiográficas, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Y me volvía a casar en el 73, con Paul du Feu, y cuando nos divorciamos en el 81 ya tenía otras tres novelas publicadas.

A partir de ese primer libro, tu carrera recibió el reconocimiento y la aclamación internacionales: fuiste nominada a un Pulitzer, a un premio Tony, tienes tres Grammys, y también recibiste la Medalla Nacional de las Artes en el 2000 y la Medalla Presidencial de la Libertad en 2010, la mayor condecoración civil en Estados Unidos, que te entregó el presidente Barack Obama. ¿Qué dirías que ha sido lo mejor que te ha pasado en la vida?

Dar a luz a mi hijo y tener el privilegio, y el placer, y el miedo, de criar a un niño negro en un país blanco. A los 16 vivía en San Francisco, y había un chico que no paraba de decirme: oye, Maya, ¿cuándo me vas a dar algo de ese cuerpo largo y marrón? Yo quería saber qué era eso del sexo. Lo que yo había pasado de niña no contaba. Así que un día lo vi por la calle y le dije, ey, ¿todavía quieres? Fuimos a casa de un amigo suyo y lo hicimos, y pensé, ¿esto es todo lo que hay? La gente en las películas estaba muy contenta de estar en brazos del otro. Le pregunté: ¿esto es todo? Y él me dijo que sí. Así que respondí, vale, adiós, y me fui a casa. Un mes después me enteré de que estaba embarazada. Mi madre me preguntó: ¿lo amas? Le dije que no. Me preguntó: ¿él te ama? Le dije lo mismo. Entonces sentenció: pues no vamos a arruinar tres vidas. Tendrás un bebé precioso. Y lo tuve. Y empecé a trabajar en lo que podía para alimentarlo, empecé a intentar cambiar las injusticias para que viviese en un mundo mejor. Y esa es la síntesis de mi vida. Todas esas profesiones, toda esa gente que conocí, fueron consecuencia de las decisiones que tomé. Y aprendí que cuando decidía algo con el corazón abierto, generalmente tomaba la decisión correcta. Y también que ganarse la vida no es lo mismo que construir una vida.

Tal y como tenemos el mundo actual en cuanto a lucha contra el racismo, ¿qué debemos hacer los que todavía estamos aquí?

Hemos avanzado mucho en esa lucha, muchísimo. Aunque ahora cueste verlo, porque estamos atravesando una mala época. Un período de nuevos hombres blancos haciendo cosas de viejos hombres blancos. Les toca a las nuevas generaciones luchar contra la desigualdad como lo hizo la mía. Si pudiese pedir un deseo, solo uno, sería que todo el mundo fuese negro al menos durante una semana. Para que sepan lo que es que te miren como si fueses un delincuente. Cuando a mí me pasaba, cuando me miraban como si fuese una apestada, me decía mentalmente: te perdono. No voy a empezar ningún disturbio racial, te perdono. Y sobre todo, me perdono a mí misma.

¿Por qué te perdonas?

Sonríe mientras sus contornos se van haciendo cada vez más borrosos y mira al cielo:

Eso queda entre Dios y yo.

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