La otra cara de la inmigración: "La exclusión social es un caldo de cultivo para situaciones de violencia"
En Socuéllamos y alrededores Fundación "la Caixa" y Cáritas Diocesana de Ciudad Real colaboran en el acompañamiento comunitario a las mujeres migrantes en situación de vulnerabilidad y a sus familias como método de inclusión y de paliativo para el despoblamiento
El Mundo, , 28-07-2025Una moneda siempre tiene dos caras. Un relato siempre tiene dos versiones. Y la llegada de personas de otros países a un entorno rural siempre tiene dos opciones: la exclusión o la integración. Torre Pacheco (Murcia) ha sido terreno de una batalla campal. Ultras, violentos, delincuentes… Todos son los protagonistas de los trágicos sucesos que están ocurriendo allí. Los personajes secundarios son aquellos que han padecido los episodios de cacerías, marchas y delincuencia: los pachequeros. Todos.
A poco más de media hora en coche de Torre Pacheco se encuentra la Universidad de Murcia y uno de los grados que ofrece es el de Educación Social. En él se estudian asignaturas como Educación y construcción de la ciudadanía plural, o Educación social, personas y colectivos vulnerables. Está claro que un colectivo vulnerable es el del inmigrante, que llega a nuestro país buscando empezar de cero y una oportunidad laboral a pesar de llegar con los bolsillos vacíos.
La agricultura se alimenta necesariamente de su mano de obra, sin importar a qué se dedicaba cada persona en su lugar de origen. Se puede ser un chef de prestigio o un ingeniero. Mientras se esperan los “famosos papeles” una persona tiene que dedicarse a lo que pueda, “a la economía sumergida”. Frutas y hortalizas como melones, sandías, ajos y, como no, uvas necesitan ser recogidas en los meses más calurosos en Ciudad Real. Así, año tras año y cosecha tras cosecha, se empieza a ser del pueblo, del país. Y surgen las dudas más inocentes: “No sé si de mayor jugaré en la selección de España o en la de Honduras”.
Esto se lo decía a Rosalía, educadora social formada en la Universidad de Murcia, el hijo de una de las mujeres que participa en la iniciativa Acompañamiento comunitario a las mujeres migrantes en situación de vulnerabilidad y sus familias, de Fundación “la Caixa” e impulsada por Cáritas Diocesana de Ciudad Real. “La integración de la población migrante en Socuéllamos y alrededores es buena, muy positiva”, explica la educadora, “al final se sienten y forman parte de aquí”. “La integración es larga, porque desde que llegan hasta que consiguen amistades sólidas pasatiempo”, cuenta.
Este proyecto se engloba en el marco de la convocatoria Acción Social en el Ámbito Rural – Abordar el reto demográfico para frenar la despoblación. Pero la llegada a un país extranjero no acaba cuando se deshace la maleta. Es complicado echar raíces en un terreno a veces hostil. “Las mujeres migrantes y sus familias se encuentran en una situación vulnerable”, dice Rosalía, “las acompañamos a hacer el empadronamiento, a obtener la tarjeta sanitaria o a preparar un currículum; y, a la vez, se crean redes entre el pueblo y ellas”.
Normalmente, quien encuentra trabajo con mayor facilidad en el sector agrario son los maridos de estas mujeres “porque son trabajos físicos, y se tiene la creencia de que ellas no van a poder llevar a cabo esas labores”. Muchos de estos hombres contaban con una formación superior en sus países de origen, “sobre todo, de ingeniería”, aunque al llegar “trabajan de lo que sea”. “Aquí se ponen al servicio de cualquier trabajo y es el sector agrícola el que los acoge”, destaca la manchega, “pero dentro de las economías sumergidas”.
Así comienza el arraigo, la repoblación y el rejuvenecimiento del entorno rural. “Hay jóvenes que se van a las ciudades con otros objetivos laborales y, gracias a la migración hay recambio de personas de estas edades”, apunta Rosalía, “tienen hijos y el despoblamiento se termina paliando con esta gente que viene con ganas de trabajar y de seguir adelante”.
“También vienen a entender nuestra cultura” añade, y parece que sienten curiosidad por ella y quieren conocerla. Le preguntan por las rosquillas en Semana Santa, las fiestas de San Isidro o por las romerías típicas en zonas de Castilla-La Mancha “cuando ven que los niños no tienen que ir al colegio”. Una visita que les resulta llamativa a las mujeres migrantes en estas iniciativas es la visita al Museo Torre del Vino de Socuéllamos, y “como se dedican a la agricultura, empiezan a entender mucho sobre vinicultura”. Y en esos momentos, ocurren cosas casi más importantes: “También es un momento de compartir con otras mujeres en su situación o con las voluntarias”.
La población marroquí, ya asentada en la zona, acude a Cáritas a por “ayuda puntual o a saludar”. “Hace años venían para aprender español”, agrega la educadora, “pero ya están integrados”. Muchos varones subsaharianos “acuden directamente al campo” y dejan de verles en la entidad, pero el grueso del grupo lo conforman las mujeres latinoamericanas. “Les cuesta algo más llegar al mercado laboral, pero son muy creativas”, cuenta. “Ahora mismo hay muchas de Honduras, tienen problemas de seguridad allí y les tranquiliza enviar a sus hijos al colegio sin tener que preocuparse por si volverán o no. Y también influye la inseguridad económica”. Algo que sí deja claro Rosalía es que “la puerta está abierta para todo el mundo”.
Rosalía está decidida a “promover en lo que se pueda la dignidad de las personas” y el “acompañamiento” a las mujeres migrantes, aunque ellas también la acompañan a ella. “Incluso me preguntan por mis sobrinos”, comparte, “nos acompañamos mutuamente en esta vida”. Ella les devuelve el gesto con un acto cotidiano de “justicia social”: cuando le preguntan por las “mujeres migrantes” se refiere a ellas por sus nombres propios: “Lizeth, Isabel, Hilda…”, y hace que el pueblo tenga otra mirada hacia ellas.
“Entre las mujeres del pueblo y las que llegan saben que se tienen mutuamente. Se tiende una mano amiga y viceversa”, cuenta. A través de la ayuda y la convivencia se fortalecen esos vínculos: “También se han quedado con los hijos de alguien porque tenía que trabajar ese día y no tenía con quien dejarlos”.
Esta es otra respuesta a la inmigración: inclusión, colaboración y tolerancia. “Lo de Torre Pacheco es llamativo”, explica la educadora. “Si estas personas consiguieran nada más llegar el permiso de trabajo seguramente en poco tiempo su vida estaría fuera de la exclusión social y de la vulnerabilidad”, opina, “pero los procesos se les alargan, y parecen más complejos con esta nueva ley de extranjería que acaba de implantarse”. “Eso es un caldo de cultivo para situaciones de violencia”, arguye, “y, por supuesto, desde Cáritas rechazamos la violencia totalmente”.
Labores como las de esta iniciativa de Fundación “la Caixa” a través de Cáritas contribuyen a la acogida de las familias migrantes no solo desde sus países, sino también desde las grandes ciudades de nuestro país. “Vienen muchas veces rebotados desde las ciudades porque los gastos son inasumibles”, explica, “si en un mes no trabajas, no sobrevives”. Rosalía comenta que en una zona rural por unos “200 euros” al mes pueden contar con alojamiento, “y no les apetece volver a un Madrid a trabajar de internas”.
Para la educadora hay un punto de partida a la hora de afrontar conceptos como la inmigración: ella prefiere hablar de “movilidad humana”, presente en la vida de todas las personas. “Tenemos que pensar en cómo nos gustaría que nos acogieran en el lugar al que fuéramos, ya sea el pueblo de al lado o el país vecino”, comenta. Se entiende que bastantes migrantes se sienten acogidos cuando “se suelen quedar” en el pueblo tras los meses de verano, a pesar de que en invierno está la cosa “más parada”.
Rosalía recuerda el caso de una mujer hondureña que era una chef de referencia allí. Esta mujer le confesaba que se le juntaba el sudor con las lágrimas: “Es duro estar en el campo a esa temperatura”. “Cuando llegó casi no tenía para dar de comer a sus hijos”, añade. Hace unos días esta chef obtuvo el permiso de residencia y fue contratada por un restaurante: “Hay una luz al final del túnel”. En otras ocasiones algunas mujeres “recurren a la prostitución, abusan de ellas en muchos sentidos”, y también hay “hombres que les ofrecen dinero fácil sabiendo de su situación”.
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Lógicamente, cuesta no llevarse el trabajo a casa: “En la intimidad de mi vida lloro cuando consiguen sus propósitos. Soy la primera persona a la que llaman cuando consiguen una oportunidad laboral”. Pero Rosalía no baja la guardia y siempre quiere que den lo mejor de sí mismas: “Me ha pasado que una mujer tenía el carnet de conducir porque había ahorrado todo el verano para homologarlo. Pero no lo incluyó en el currículum porque no tenía coche. Siempre intento que pongan en valor todo lo que tienen”. “Le dije: ‘Pero, por favor, pon esto’”, recuerda.
Socuéllamos y Torre Pacheco parecen las dos caras de la misma moneda, aunque nunca faltarán casos como el de Rosalía para construir una sociedad más abierta: “Cualquier entidad que trabaje por la justicia social me interesa. Es una forma de vida”.
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