Lecciones de Torre Pacheco
Público, , 28-07-2025La mirada mediatizada de las migraciones cada vez está más distorsionada. Al relato intencionado de los medios masivos sobre supuestas invasiones migratorias o “asaltos” a las vallas de Ceuta y Melilla, se suman ahora nuevas formas de comunicación, más directas y sesgadas, de acceso inmediato y mayor incidencia. A los periodistas que hemos dedicado nuestra profesión a poner en el centro la dignidad de las personas nos preocupa la deriva del relato.
Redes sociales y canales privados con noticias que nos llegan a los terminales móviles: breves, rápidas, contundentes. Que no admiten discusión y se repiten en bucle, sin tiempo a pensar y mucho menos a una reflexión colectiva. Sin mediación deontológica. Nos llegan de alguien que conocemos, de confianza. Mensajes que no se borran, para seguir replicando una y otra vez.
Esta situación es un campo abierto a la generación de relatos que no solo deshumanizan a las personas migrantes sino, fundamentalmente, a nosotras como sociedad comprometida con unos valores éticos. Una deshumanización que conduce a permitir el aumento de la militarización de las fronteras, las deportaciones masivas, un mayor racismo a todos los niveles, en especial, en el plano institucional y a tener una creciente tolerancia a discursos de odio.
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Como dice el autor del libro Síndrome 1933 (Gatopardo, 2024), Siegmund Ginzberg: “Lo que importa de una mentira no es su veracidad ni su verosimilitud, sino las emociones que despierta”. Entonces, ¿son nazis todos los que exigen deportaciones?, ¿son nazis quienes piden más control de fronteras y en nuestra calles? No, afortunadamente no. Pero es evidente que hay una tecla emocional que la derecha más reaccionaria está sabiendo tocar.
En este contexto, lo sucedido en la localidad murciana de Torre Pacheco, ya analizado de arriba a abajo, nos presenta ciertos marcos narrativos que es necesario cuestionar, para no seguir debatiendo en los términos que interesa a las voces intolerantes.
¿A favor o en contra de la migración?
El primer marco falsario es seguir discutiendo si migración sí o migración no, como si pudiéramos encerrarnos en nuestras fronteras. La migración no es buena ni mala, sino una realidad constante a lo largo de la historia de la humanidad, una situación viva y, sobre todo, compleja. Hay que insistir en la complejidad de las motivaciones que llevan a la gente a no poder permanecer en sus territorios de origen y tener que migrar.
Y aquí una aclaración, su historicidad no implica tomarla como fruto de una casualidad, más bien al contrario, la movilidad humana tiene causalidades, en muchísimas circunstancias, vinculadas a políticas de dominación y expolio ejercidas por el norte poderoso contra el sur global.
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En todo caso, la realidad es que el 95% de la población mundial ―sí, el 95% de la población mundial― sigue viviendo en el país donde nació, y al menos desde los años sesenta, los niveles de migración internacional se mantienen en los mismos porcentajes. Estamos hablando de una fluctuación muy estable.
Lo que realmente ha cambiado es el sentido de las migraciones. Hasta hace poco más de medio siglo eran los europeos los que emigraban en forma masiva. Las guerras y las hambrunas obligaban a buscar la vida en otros destinos vaciando grandes extensiones de territorio.
El sociólogo holandés Hein de Hass en su extraordinario libro Los mitos de la inmigración. 22 grandes falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Planeta, 2024), apunta algunos datos relevantes: entre 1846 y 1924 unos 48 millones de europeos abandonaron el continente (12% de su población). En aquellos años emigraron 16,4 millones de italianos (50%) y 17 millones de británicos (41%), en su mayoría con destino al continente americano. A día de hoy, la comunidad migrada con mayor presencia en EEUU no es la mexicana ni ninguna otra latinoamericana, sino la alemana, que se estima en 50 millones de personas.
El caso español también es ilustrativo. Según la experta en migraciones españolas, María José Fernández Vicente, fueron más de 5 millones las personas de origen español que emigraron a otros países entre 1860 y 1936. En Argelia, por ejemplo, se establecieron casi un millón de españolas y españoles. Terminada la guerra civil, los españoles que pudieron partieron hacia el exilio y, a partir de la segunda mitad del siglo, entre 1960 y 1974 más de 3 millones emigraron a otros países de Europa en busca de trabajo
La España diversa
Antonio, el menor que ha sido la primera víctima de las cacerías organizadas por grupos nazis en Torre Pacheco, dejó al descubierto la nueva realidad social de España: muchos de los menores señalados como migrantes son, en realidad, nacidos en España, hijos e hijas de matrimonios mixtos o de origen migrante.
Lo que sucede con ellos es que se aplica el principio legal de ius sanguinis o “derecho de sangre” para negar la nacionalidad española, pero ―reitero― muchos de los menores señalados son chicos y chicas que han nacido en nuestro territorio. Crecen, estudian y hacen su vida aquí, aunque en el relato imperante se los siga señalando como migrantes ―en este caso― de “segunda generación”.
Quizá lo más responsable sería poder adoptar medidas políticas relacionadas con el principio de ius soli o “derecho del suelo”, es decir, otorgar la nacionalidad a las personas nacidas en España, con independencia de la que tengan sus ascendentes. Propiciar ciudadanas de pleno derecho redundaría, indefectiblemente, en una sociedad más igualitaria.
Y desde los medios y la propia sociedad, empezar a reconocerles como españoles y españolas de primera generación descendientes de personas migradas, es posible que eso permita atenuar el estigma y la exclusión.
No tomar medidas de este tipo nos puede convertir en la nueva Francia, que va por la cuarta generación y no sabe dónde hacer el corte. ¿Hasta qué generación eres migrante si has nacido en este país?, ¿cuándo dejas de serlo? Antonio es de esa primera generación de españoles de familia migrada. Tan español como la princesa Leonor, aunque la cacería alentada por los grupos fascistas, pudo haberle costado la vida.
Como bien refiere Saïd Bouamana en su libro De las clases peligrosas al enemigo interior (Traficantes de Sueños, 2025) “Además de la nacionalidad como criterio de discriminación legal, el origen o el color son también criterios de discriminación ilegal, si bien generalizada”.
Es obvio que hará falta corregir otros elementos estructurales, como el racismo o cuestiones de un mercado globalizado que se nutre de las personas migrantes en sus dos extremos: para mantener la mano de obra barata pero, también, para nutrirse de mano de obra cualificada cuya formación le ha costado cero inversión a los países receptores. Pero por algo hay que empezar.
¿Terrorismo?Un nuevo marco narrativo que se ha impuesto es el de “terrorismo racista”. En un país que ha sufrido el terrorismo en todas sus vertientes, deberíamos tener cuidado en la proporcionalidad del uso y aplicación de esta expresión que apela a lo emocional.
Si bien el tipo penal parece que pudiera aplicarse a los comportamientos de grupos ultras que han propiciado las cacerías, ¿realmente creemos que la acusación de terrorismo se aplicará antes a un grupo nazi que alienta cacerías ―por cierto, nada nuevo en su forma de actuar― que a una organización militante de izquierdas?
Normalizar la aplicación del concepto en acciones como las que tuvieron lugar esta semana ―y con esto lejos estoy de querer restar gravedad a lo sucedido― parece cuanto menos peligroso atendiendo a lo que un juez pudiera condenar o hacer. Casos como el de Alfon, las seis de la Suiza o, en especial, los seis de Zaragoza demuestran que, en la práctica, no serán los fascistas quienes terminen entre rejas con graves acusaciones y penas. Al tiempo.
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