Racismo de Hernani a Torre Pacheco
Diario Vasco, , 26-07-2025Hay mucho de aterrador en las imágenes y recientes noticias sobre los ataques y persecuciones racistas ocurridos en Hernani y Torre Pacheco. Aunque ningún hecho … histórico debe ser analizado sin tener en cuenta su tiempo y contexto, las imágenes me han recordado a las que en nuestro imaginario tenemos sobre sucesos semejantes acaecidos en 1938 durante la denominada ‘Noche de los cristales rotos’. Estos fueron ataques programados contra personas, viviendas, almacenes, negocios, sinagogas y cementerios judíos llevados a cabo en la Alemania nazi a la vista del resto de los ciudadanos, en muchos casos cómplices y en otros silenciosos, quizás debido al miedo a manifestarse en contra. También traen a la memoria –por lo menos la mía, que vive permanentemente alerta– otros ataques racistas perpetrados en la guerra de Yugoslavia, o contra los igbos en Nigeria y los tutsis en Ruanda en África o la persecución incesante contra poblaciones indígenas en Latinoamérica.
Se podría pensar que los acontecimientos estallados en contextos tan distintos y electoralmente tan diferentes como Euskadi y Murcia tienen poco en común, sin embargo, ambos responden a la misma lógica emocional: el odio. En estos casos dirigido explícitamente contra personas musulmanas, que son percibidas culturalmente ajenas a una autoproclamada y ficticia identidad nacional, como si esta fuera siempre eterna e indisoluble. Pero por mucho que se empeñen en negarlo, toda comunidad política, en su fundamento democrático, siempre es abierta, plural y dinámica. Otra cosa sería si, como pretenden, esa patria fuera un régimen totalitario y excluyente, el sueño racial de todo ultranacionalista supremacista.
Es evidente que estos dos hechos de nacionalismo exacerbado local entroncan, a su vez, con el actual auge internacional de las fuerzas políticas de extrema derecha, fascistas, ultranacionalistas y fundamentalistas religiosas. Ya llevamos varias décadas viendo como crecen exponencialmente en todo el mundo. Ante la incapacidad de la democracia liberal y la socialdemocracia por enfrentar las sucesivas crisis del capitalismo y dar respuesta a los malestares sociales, este fantasma de la reacción ultra va ocupando el terreno de la política en los parlamentos y en las calles con proclamas y programas autoritarios, a una velocidad inusitada.
De hecho, ya no es un fantasma, sino una amenaza innegable; medible en los índices de apoyo popular, en la influencia que ejercen en las redes y en los gobiernos en los que están presentes, en los que intentan aplicar políticas para desarticular cualquier avance en derechos humanos que, según ellos, «huela a marxismo cultural» o «agenda woke». Dos simplificaciones semánticas, derivadas de la «guerra cultural» contra cualquier idea que suponga bien común, redistribución de rentas, políticas de reconocimiento, derechos y libertades. Esa guerra cultural es una trampa útil para ocultar una lucha de clases que ha incorporado nuevas dimensiones: la identidad de género y racial, la defensa de inmigrantes o la lucha contra el cambio climático. No existe, por tanto, esa guerra cultural en la que se escuda la extrema derecha, lo que de verdad existe es un proceso de destrucción cultural, donde precisamente irrumpe el fascismo.
Lo que se denominó «crisis de los refugiados» – dicen Nuria Alabao y Pablo Carmona en El gobierno de la decadencia de Europa. Crisis, integración y nueva derecha radical–, el millón largo de personas que llegó a Europa entre 2014 y 2016 huyendo de conflictos armados, de la pobreza y de los efectos del cambio climático en Oriente Medio, fue un factor determinante en el crecimiento del etnonacionalismo antimusulmán. En una situación todavía dominada por las políticas de austeridad, los migrantes cumplieron un papel fundamental de cohesión social nacional en oposición a cualquier «otro», enemigo, más imaginado que real.
Quizás lo ocurrido en estas dos localidades no se parezcan a los fascismos históricos, pero resuenan demasiado en sus modos de esquivar los conflicto de clase desde los discursos de la identidad y la pertenencia (en muchas ocasiones los emigrantes son compañeros de trabajo); de soslayar la lucha por los recursos materiales (la pobreza y el malestar les atraviesa igualmente a las víctimas y los victimarios); o de eludir la crítica a la distribución de los beneficios del capital (a ninguno de estos fanáticos se les ocurre enfrentarse a acumuladores de capital causantes de la desigualdad). Lo más triste es que en su plena consciencia rabiosa, o en su inconsciencia política, tal vez desconozcan que sus ataques y su furia están muy mal encauzadas, ya que en el fondo su ira también está dirigida contra ellos mismos.
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