Cien años de 'Mi lucha', el libro que convirtió el resentimiento de Hitler en un Estado criminal
Hoy se cumplen 100 años de la publicación de 'Mein Kampf', el libro en el que el líder nazi volcó todo su odio contra la democracia, el capitalismo y, sobre todo, los judíos.
El Mundo, , 21-07-2025Todavía hoy, 80 años después del suicidio de Hitler, se repite la pregunta que recorría el mundo aquel verano de 1945: ¿Cómo fue posible que uno de los pueblos más cultos y avanzados del mundo cayese en la barbarie más absoluta? El interrogante, sin embargo, asume que el nazismo fue un mal súbito, que brotó rápidamente y se extendió sin que el cuerpo enfermado tuviese tiempo para reaccionar. Para el filósofo judeoalemán Victor Klemperer, la pregunta era otra, tal y como la planteó en su libro ‘LTI. La lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo’: «Cómo fue posible difundir este libro en la opinión pública y cómo, pese a ello, fue posible el reinado de Adolf Hitler, puesto que la biblia del nacionalsocialismo ya estaba en circulación varios años antes de la toma del poder: éste será siempre para mí el mayor misterio del Tercer Reich».
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Klemperer habla de ‘Mi lucha’ (Mein Kampf), el libro en el que Hitler adelantó de forma clara su programa de crímenes y cuya primera parte llegó a las librerías de Alemania tal día como hoy, un 18 de julio de hace 100 años. El volumen tuvo una tibia acogida en un primer momento, pero tras la llegada de Hitler al poder, en 1933, se convirtió en el corolario ideológico del nazismo. Se regalaba a los recién casados alemanes y se calcula que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, había 12 millones de ejemplares en los hogares del país. A ello hay que sumar las múltiples ediciones en otros idiomas, incluida una en braille.
‘Mi lucha’, uno de los títulos más problemáticos de la historia de la literatura, fue crucial para el desarrollo de Hitler. Tal es así que, a partir de 1925, en las notificaciones fiscales de la administración alemana, el jefe del partido nazi declara como profesión la de «escritor». Todo, por un texto que pergeñó mientras estaba preso (en unas condiciones extraordinariamente cómodas para alguien encarcelado) en la prisión de Landsberg. Allá fue a dar tras el fallido Putsch de Múnich de 1923, un golpe de Estado fracasado que los nazis organizaron en la capital bávara en 1923, inspirados por la marcha sobre Roma de Mussolini. Rápidamente sofocada la revuelta, Hitler fue detenido y condenado, junto con otros jerarcas nazis, a cinco años de prisión, de los cuales sólo cumplió nueve meses. En Landsberg recibió numerosas visitas de sus colaboradores, pero luego pidió que éstas cesasen para centrarse en la elaboración de un libro. Éste llevaría el título de ‘Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía’, y fue en parte dictado a sus compañeros nazis en prisión Emil Maurice y Rudolf Hess. A su puesta en libertad, el editor Max Amann le convenció para que cambiase el título por el mucho más conciso ‘Mi lucha’.
«El libro es ilegible», sentencia José Lázaro, profesor de Humanidades Médicas en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de ‘El éxito de Hitler. La seducción de las masas’ (Triacastela), que se publica hoy coincidiendo con el centenario. «Es larguísimo, reiterativo, desordenado, mal escrito… Prácticamente nadie lo ha leído entero, ni falta que hace, porque todo lo que el libro repite una y otra vez se puede resumir en 30 páginas».
Básicamente, la lucha de la que habla el título es la de un pintor frustrado austriaco que, tras no ser admitido en la escuela de arte, llevó una vida errante por Viena y terminó instalándose en Múnich. Al estallar la Primera Guerra Mundial, en 1914, fue llamado a filas por el ejército austrohúngaro, pero resultó declarado no apto para el servicio. Entonces se enroló como voluntario en la milicia bávara y partió al frente francés. Llegó a recibir la Cruz de Hierro por su desempeño en la batalla y recordaría aquellos años en el ejército como los más felices de su vida. Sin embargo, el armisticio, la desmovilización y el Tratado de Versalles, que puso fin al imperio alemán y supuso onerosas pérdidas territoriales y económicas para el país, dejó una profunda huella en el joven Hitler. Es en ese contexto donde empezó a cocinarse el profundo rencor que subyace en ‘Mi lucha’. Es una diatriba contra la democracia liberal, que puso fin a una contienda encallada en las trincheras, pero también contra el capitalismo, por sus manejos bursátiles y especulativos que alienaban a la población de su realidad cotidiana. Y, sobre todo, el foco de Mi lucha apunta a los judíos como conspiradores, poder en la sombra que maneja los hilos del mundo y responsables de todos los problemas de la Humanidad. «Hoy en día me resulta difícil, por no decir imposible, decir cuándo fue la primera vez que la palabra ‘judío’ me hizo pensar de forma especial», admite Hitler en uno de los pasajes. «Para mí, fue en la época de mayor agitación espiritual por la que he tenido que pasar. Dejé de ser un cosmopolita débil y me convertí en antisemita».
La conspiración
Ese discurso antibursátil emparenta ‘Mein Kampf’ con muchos movimientos políticos de la actualidad, algunos de ideología aparentemente opuesta. Pero hay otro elemento que resulta común en nuestros días, como señala Alejandro Baer, autor del reciente ‘Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía’ (Catarata). «En realidad, Hitler no es muy original. Lo que escribe es una especie de pastiche, de reciclaje de teorías raciales y conspirativas que han circulado ya desde el siglo XIX, como Los protocolos de los sabios de Sion», dice Baer.«De hecho, la teoría de la conspiración es un elemento estructural del antisemitismo. Es lo que lo distingue de otras formas de racismo, donde siempre se atribuye una característica racial de inferioridad con elementos negativos de todo tipo. Por ejemplo, en el sujeto colonizado, del que se afirma que son salvajes, que son sucios, que son ladrones».
Todas esas atribuciones, apunta Baer, también las tenían los judíos. «Pero lo central del antisemitismo, y lo que lo conecta con todas las teorías de la conspiración, es el hecho de que se atribuya malicia y, sobre todo, poder», apunta. «Poder en los medios, en las finanzas, en la cultura, pero también el efecto corrosivo de los judíos para las culturas nacionales y atribuirles igualmente todas las grandes transformaciones que hay en el siglo XIX: la secularización, la urbanización, el socialismo…»
Otro elemento clave que recoge Hitler, según Baer, es el de las teorías raciales de finales del siglo XIX, pues estaba muy familiarizado con la literatura antisemita austriaca de su tiempo. «Lo que esas teorías venían a decir es no solamente un prejuicio a los judíos como chivo expiatorio, sino que es una cosmovisión que entiende a los judíos como una amenaza existencial a una imaginada raza aria o a la nación alemana». En otras palabras: «O ellos o nosotros». Una reflexión que «hoy nos parece un delirio», pero que apunta a un elemento común en todas las formas históricas de antisemitismo: «Ver al judío como opuesto al orden nacional, al orden religioso, al orden racial».
Los nazis hablaban, así, de la ‘Gegenrasse’, la antirraza. «En definitiva, reproduce un esquema que casi podríamos decir que viene del antijudaísmo teológico», dice Alejandro Baer. «Antes era el pueblo cristiano y ahora es la ‘Volksgemeinschaft’, la comunidad nacional, la que se define en oposición a los judíos».
José Lázaro añade otra perspectiva al análisis, dentro de una de sus líneas de investigación: «El orgullo y el deseo, entendidos en un sentido muy amplio, juegan un papel primordial básico en la conducta del ser humano. El orgullo como todo aquello que gratifica al yo, que nos refuerza, y el deseo como todo aquello que nos produce placer, que instintiva o pulsionalmente tendemos a conseguir. En ese sentido, Mi lucha es un ejemplo paradigmático de hasta qué punto un ser humano es capaz, después de haber sufrido durante toda su vida una serie de humillaciones y de frustraciones, encontrar la manera de conectarlas de forma sorprendentemente eficaz con las propias frustraciones y humillaciones de su pueblo y hacer con ello un cóctel explosivo».
Es decir, convertirlo en un mensaje del tipo: «Nosotros somos un pueblo superior, nuestros vecinos que son inferiores nos han humillado, el Tratado de Versalles nos ha explotado, nos están robando y no vamos a permitir que esto siga así, vamos a ponernos en pie y a recuperar lo que es nuestro». Lázaro reflexiona: «En el fondo, mi sospecha es que ese discurso, más o menos suavizado, es el que repiten todos los líderes con vocación autoritaria. Si hay dos cosas que convencen a todo el mundo es que le digan que es maravilloso y que está siendo maltratado, y por lo tanto que tiene que revolverse contra los que lo humillan y le roban».
Así, el autor de ‘El éxito de Hitler’ apunta que la democracia es en cierto modo antinatural, pues no busca la satisfacción inmediata de los principios más primarios del ser humano. Del mismo modo, esta dupla entre orgullo y deseo queda patente en líderes actuales. «Lo vemos en figuras narcisistas con tendencias autoritarias», como Trump, añade.
La gran paradoja, coinciden los estudiosos del libro, es la importancia que dio Adolf Hitler al formato escrito, a pesar de que lo suyo era la oralidad. «Él mismo era consciente de que escribía muy mal y que toda su fuerza estaba en la oratoria. En gran medida aprendida y ensayada por un autor muy curioso de la época, Gustave Le Bon, que escribió un libro, ‘Psicología de las masas’, que hoy nadie le lee y además está muy mal visto, pero que influyó decisivamente en él, así como en Lenin y en Churchill», apunta Lázaro. «Todos los populistas utilizan de alguna manera un cierto victimismo y aluden a esas dos fuerzas básicas de todo ser humano que es el sentido del yo llamémosle orgullo o soberbia o narcisismo o como le queremos llamar y luego el deseo. Las frustraciones del deseo y las heridas del orgullo son lo que producen resentimiento, casi por definición».
«Como instrumento de propaganda, no es el único, pero fue muy importante que circulara de manera masiva», apunta Baer sobre Mi lucha. «Además, el libro siempre tiene un elemento de autoridad. ‘Los protocolos…’ se creyeron como un documento», explica sobre el libelo cuyas falsedades constituyen la base de gran parte del antisemitismo contemporáneo, incluido el propio ‘Mein Kampf’.
¿Qué más queda de estas páginas en nuestros días? En ‘Mein Kampf. Historia de un libro’ (Anagrama), el periodista francés Antoine Vitkine analiza el gran predicamento del que sigue gozando el volumen, sobre todo en países musulmanes. Y cita un caso:«Manifesto, una pequeña casa editora turca, publica en 2005 una nueva traducción de ‘Mein Kampf’, que se vende a un precio inferior al ordinario, equivalente a tres euros, con una atractiva cubierta en color, parecida al cartel publicitario de una película. En lo inmediato, el éxito comercial de esta versión a bajo precio es excepcional. Unas semanas mas tarde, otras dos editoriales, al comprobar la buena fortuna de su colega, publican, a su vez, dos nuevas ediciones de ‘Mein Kampf’, también en ediciones baratas. Unos meses mas tarde, el resultado arroja la cifra de 80.000 ejemplares vendidos».
Según Baer, este fenómeno se engloba dentro de otras corrientes más complejas. «Su crítica al capitalismo pivotaba sobre una falsa dicotomía entre la esfera de la producción y la del capital», afirma. «El capitalismo odiado no era el del trabajo productivo y la industria, sino el de los parásitos el dinero y las finanzas, los especuladores y los banqueros. En definitiva, como repetían los ideólogos del nacionalsocialismo, era un capitalismo judío».
Frente al mundo real, productivo y concreto de la ‘Volksgemeinschaft’ (la comunidad nacional trabajadora, arraigada en el suelo y en la sangre) estaban «las fuerzas tramposas, especuladoras y vampirizantes de lo abstracto: el judío móvil, intangible e internacional». En otras palabras, «no es tanto el capitalismo en sí sino el capitalismo judío. Atribuir a lo judío lo falso, lo mezquino, lo meramente instrumental». Y eso nos lleva hasta hoy: «Mientras que las teorías raciales hoy en día no tienen ninguna fuerza, esta noción del capitalismo judío sigue estando muy extendida. Junto con las teorías conspirativas, esa estructura mental de pensar que toda la realidad y todos los problemas sociales y políticos se atribuyen a una causa última, que son unas fuerzas invisibles. Las podemos llamar ‘el judaísmo internacional’ o también las podemos llamar las ‘élites globalistas’, como hace la derecha populista. Sigue habiendo un antisemitismo estructural, a veces sin que se mencione a los judíos, pero que es directamente heredero de ‘Mein Kampf’».
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