Hasta que la igualdad se haga costumbre
Público, , 21-07-2025Los muros de la democracia liberal se están agrietando ante la mirada atónita de quienes ven el problema, pero no entienden qué lo provoca. Miran las grietas en los muros de palacio sin hacer nada para evitarlo. Y es que, para hacerlo, tenemos que hablar de igualdad, algo que se les atraganta a los que quieren mantener sus privilegios.
Álvaro García Linera, en una conferencia el mes pasado, proponía un desbordamiento de las democracias liberales. No es mi tesis favorita, pero su proposición me vale para lo que les pretendo argumentar y es que el problema de las democracias liberales se llama extrema derecha. Punto. No hay polarización, no hay dos bandos que amenacen el centro, ese falso lugar en el que les gusta ubicarse a los liberales como si fueran ellos todo mesura y moderación. Se niegan a ver que lo que están en riesgo no son los principios liberales, sino los ilustrados, que son otra cosa.
Me refiero a aquellos que, partiendo de la Revolución Francesa, otorgaron carta de ciudadanía a todos los habitantes que pasaron a ser libres e iguales. Ideas que recogían dos siglos de luchas contra la tiranía y que sustentaron la mayoría de las constituciones que a partir de la revolución francesa se crearon. El principio de que todos los ciudadanos (las ciudadanas tardamos más en ser reconocidas y hay a quien aún le cuesta entenderlo) somos libres e iguales en una sociedad que garantice ambos principios. Es decir, la libertad y la igualdad como fuente de derecho.
Lo que pretende la extrema derecha es eliminar la igualdad de la ecuación, es decir, extinguir la posibilidad de ejercer derechos de manera igualitaria.
Supremacismo vs Igualdad
No tenemos un problema con los migrantes, tenemos un problema con los racistas y esto no es menor. En muchos países europeos, España incluida, han inoculado el racismo y su imbecilidad aparejada, en la conversación mediática y me preocupa, ya que creer que eres superior a otro ser humano por biología (por donde naces, tu género o el color de piel) a mi juicio, te acerca bastante a la definición clínica de imbécil.
Y a la académica de cobarde. Volvamos a la Escuela de Frankfurt, un buen lugar desde el que analizar a la extrema derecha; desde allí, Eric Fromm nos habla de que la fascinación por el autoritarismo viene del miedo a enfrentar la propia libertad y asumir la responsabilidad que ello conlleva. En el fondo y según Fromm, ser violento y seguir al líder autoritario es una forma de huir. Nos aclara en El miedo a la libertad (1941) que al destruir lo “amenazante” (minorías, instituciones) se simula un falso control sobre la realidad, lo que explica a su vez por qué clases medias precarizadas apoyan proyectos que las perjudican. Ya les he dicho que la idiocia forma parte del proyecto.
Dicho esto, soy consciente de que para que los de la “caza de inmigrantes ” y quienes les justifican o amparan no tengan más poder, se requiere algo más que una queja moral y eso incluye una apelación a la izquierda, la política y la social, desde el convencimiento de que a la extrema derecha se la para con cabeza fría, hojas de ruta, las alianzas necesarias y una defensa inequívoca del valor de la igualdad.
Porque es lo que deconstruye y destruye su discurso. Es su antinomia, su significante opuesto. La igualdad como pilar fundamental de la construcción de derechos y de relaciones sociales no jerárquicas y, por tanto, no violentas. Una igualdad que, además, es garante de que la libertad exista, es su principio espejo, ya que, como es obvio para cualquiera que no se niegue a pensar, la libertad sin igualdad material ni de derechos se convierte en privilegio. Me gusta la ironía con la que lo expresa John Rawls: “La igualdad de oportunidades solo existe si naces en la familia correcta”.
He andado estas semanas de universidad de verano en universidad de verano por Europa y lo he constatado: aún falta mucho para que el feminismo y la deconstrucción no jerárquica, es decir, igualitaria, de las relaciones humanas y políticas lleguen a hacerse discurso y práctica. Pero no desistamos. No nos lo podemos permitir: el dinosaurio sigue ahí.
Sé y puedo demostrar que solo son una reacción violenta y cobarde a un mundo que ya no entienden. Harán daño, pero no ganarán, de hecho, el mundo hoy es ya distinto, más feminista, más del Sur, más multipolar, más diverso, así que nos toca seguir peleando, porque vale la pena, por un mundo en paz y más justo que se rija por una ética (colaborativa, igualitaria y libre) de lo singular y lo común.
¿Hasta cuándo? Pues, como nos regaló Francia Márquez, a quien parafraseo en el título de este artículo:
“Hasta que la dignidad se haga costumbre”.(Puede haber caducado)