La memoria no se deporta
Hoy más que nunca, Europa debe recordar que no siempre fue refugio, sino que también fue exilio
La Vanguardia, , 19-07-2025* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Mi abuela tenía ocho años cuando se vio obligada a abandonar su tierra. Salió de España aferrada a la mano de sus padres, dejando atrás su infancia, su acento, sus vecinos, su escuela, sus juegos, todo lo que le era familiar. En casa, nunca se olvidó de su amada lengua catalana, ni de Lleida, ni de los paisajes secos que olían a almendro, ni de la ropa tendida entre balcones tristes.
Nuestra casa, allá lejos, en otro continente, siempre olía a panellets, a castañas asadas y a fricandó. El otoño catalán vivía en nosotros, aunque el calendario dijera lo contrario. Su madre, mi bisabuela, nunca más pudo volver. Se despidió de España sin saber que lo hacía para siempre. Nunca más abrazó a los suyos.
La guerra, el miedo y la distancia le robaron incluso la posibilidad de despedirse bien. La España que conoció desapareció, y con ella, una parte de sí misma que nunca se recuperó. Crecí escuchando esas historias. Las de la posguerra, del hambre, del franquismo. Las largas esperas por las cartas que cruzaban el Atlántico. Las remesas de Argentina, Venezuela y Brasil que traían esperanza en forma de café, chocolate o ropa usada.
América no solo ofreció refugio: ofreció dignidad a quienes aquí ya no tenían futuro. Pero hoy veo con rabia y con una tristeza que no se me quita del pecho cómo esa historia se olvida. Cómo desde el poder, malos líderes alimentan el odio. Cómo reconstruyen viejas fronteras con palabras nuevas y convierten la diferencia en una amenaza. Cómo hablan de los migrantes como si fueran un problema y no parte del tejido vivo de esta humanidad herida.
Y por eso escribo esto: porque tengo miedo. Miedo de que la paz por la que tanto lucharon nuestros abuelos se desmorone por la arrogancia de unos pocos. Miedo de que la historia se repita, pero peor: sin memoria, sin resistencia, sin compasión. Estemos atentos. No todo empieza con armas. A veces la violencia comienza con un discurso, una ley, una mirada. La política, cuando se vacía de humanidad, se convierte en veneno.
Hoy más que nunca, Europa debe recordar que no siempre fue refugio. También fue exilio. Y quienes partieron como mi abuela no se llevaron solo maletas. Se llevaron el alma de este continente a otro lugar. África y América fueron refugio, abrigo, hogar. Y lo fueron sin exigir nada más que respeto y esfuerzo.
“Tenemos una deuda.
Una deuda moral, histórica y humana.
Y la mínima expresión de gratitud es no repetir el desprecio que tanto dolor causó.
Porque el odio no se hereda.
El odio no es natural.
El odio se aprende.
Y el único resultado es la destrucción”.
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