La memoria del asno
Público, , 17-07-2025ace unos años caminaba por Burela, mi pueblo natal, con una persona de Lugo, capital de provincia. No llegamos a los 10.000 habitantes, ni tampoco a los 8 kilómetros cuadrados, así que la densidad de población es elevada. Casi triplica la de Santiago de Compostela (cuando no hay peregrinos, claro). El resultado práctico de estos números, sumado a que fue mi hogar más de 20 años y mis padres siguen viviendo allí, junto a muchas de mis amigas, es que el paseo incluía numerosas paradas para hablar o decir hola a la gente. En uno de esos movimientos sincronizados de levantamientos de brazo, comisuras estiradas y elevación de cejas desde la distancia, le expliqué a mi acompañante que la persona que acababa de saludar era Manolo, un excompañero de clase. “¿Se llama Manolo?”, preguntó extrañado. Yo siempre había pensado que aquel era un nombre raro para un millennial, como si un hombre de sesenta se hubiese instalado en el cuerpo de un chico recién salido de la adolescencia. “Sí, un nombre un poco de señor, ¿no?”, le respondí. “No es eso”. Yo no entendía nada. Miré a Manolo, que se alejaba calle abajo. Y entonces caí.
Manolo era negro.
Yo jamás había considerado que llamarse Manolo y ser negro fuese algo raro. No lo es, que a veces en este siglo XXI las obviedades hay que repetirlas más a menudo. Si acaso, resulta excepcional para la “habitual normalidad” de algunas personas, sea lo que sea eso. Fui una niña con suerte, aunque en mi infancia no lo supe. En Burela existe una gran comunidad de origen caboverdiano que empezó a asentarse a finales de los años setenta, cuando los marineros blancos gallegos cambiaron los barcos por la fábrica de aluminio de San Cibrao. Los diez kilómetros entre localidades eran muchos menos que las millas navegadas y las mareas fuera de casa. Y pasó lo que sigue pasando: los trabajos que no queríamos fueron a parar a los migrantes. En la actualidad, las diferentes nacionalidades de las y los burelaos sobrepasan la treintena. Según los datos del IGE (Instituto Galego de Estatística), la población extranjera suponía el 3% en 2001; el 13% en 2024.
El Modelo Burela no es el único caso de éxito de integración y convivencia en nuestro Estado. El equipo de fútbol de niñas gitanas de La Mina (el pueblo gitano, da igual dónde hayan nacido, sigue sufriendo discriminación), los Neghros do Balneario (200 migrantes malienses que llegaron a Mondariz-Balneario, municipio pontevedrés de 711 habitantes) o los refugiados en Mora de Rubielos, Teruel, son solo tres de los muchos ejemplos que podemos encontrar, aunque no salgan demasiado en los medios de comunicación. Por qué será.
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Criarme en una sociedad multicultural como la de Burela fue un regalo, pero no supe verlo hasta que me hice adulta. Sin embargo, hay gente que permanece ciega toda la vida. En Torre Pacheco, según el INE, el 30,05% de su población es extranjera, pero esto es más o menos así desde 2008, que alcanzó el 26,15%. De hecho, en 2012 el porcentaje era superior, un 30,15%. ¿Por qué en aquellos años no sucedió lo que sucede ahora?
“Si vienen a trabajar, entonces los queremos”. ¿Acaso la gente que migra esconde aviesas intenciones que no sean labrarse un futuro, para ellos y sus familias? Los gallegos y gallegas que terminaron en Argentina, Londres, Suiza, ¿iban a delinquir? Las personas migrantes de Torre Pacheco no llegaron al Estado español para pescar nuestra comida, sino para recogerla del campo por mucho menos dinero del que estamos dispuestas a aceptar nosotras. Y, sobre todo, con muchos menos derechos. Ahora que ya los hemos explotado y sus hijos e hijas, nacidos en España, no quieren el mismo futuro, decimos que nuestras costumbres están en peligro y que hay que echarlos. Antes, lo de “¿qué pone tu DNI?” era el argumento definitivo para los mismos que ahora no quieren ni mentarlo, qué curioso. No les importa lo que pone el DNI de los migrantes del barrio de Salamanca (muchos ni lo tienen), pero sí que un hombre negro se atreva a ser profesor o una mujer musulmana, médica. He ahí la cuestión.
Los vídeos de lo sucedido este fin de semana en Torre Pacheco, con hombres vestidos de negro, cara tapada y armas (palos, botellas, piedras, machetes), podría ser una versión cutre de La Purga, pero más peligrosa porque esto no es una película: es real y está pasando. Sin embargo, entre los responsables políticos (no los que alientan la violencia, de esos no esperamos nada, sino los que deberían pararla), hay mucha gente que todavía sigue sentadita en su butaca comiendo palomitas. Como si todo esto no fuese con ellos, como si mandar a la Guardia Civil o a la Policía a poner orden cuando el polvorín estalla fuese suficiente, sin preguntarse por qué se ha encendido la mecha.
Supongo que alguien ya ha utilizado esta comparación, así que escribo “Torre Pacheco” y “La Purga” en el buscador de Google; me gusta citar, no robar. En los primeros resultados aparece un neonazi que desde su cuenta de X rebuzna: “Torre Pacheco debe ser la punta de lanza. ¡Que empiece La Purga!”. Es el mismo que afirmó en 2024 que la muerte del niño de once años de Mocejón había sido causada por (cito textualmente): “‘Un moro’. Políticos culpables. ¡LAS CALLES DEBEN ARDER YA!”.
Pero quizás lo de rebuznar ha sido exagerado; los burros no tienen culpa ninguna. Ya lo decía Juan Ramón Jiménez en Platero y yo: “¡Si al hombre que es bueno debieran decirle asno! ¡Si al asno que es malo debieran decirle hombre!”. El odio se ha adueñado de nuestras calles porque lo hemos dejado crecer, poco a poco, pensando que no era para tanto, que España no es racista, ni machista, ni homófoba. Si acaso, manzanas podridas en un cesto de frutos relucientes. La realidad es que el hombre bueno es un asno porque el malo es nuestra nueva normalidad. Ya no pasa nada si incitas a la violencia contra un colectivo vulnerable. Antes, la gente (alguna) tenía vergüenza de ser racista, xenófoba, franquista. Ahora esos discursos se premian, se aplauden. Ya no pasa nada si los que sufrieron los campos de concentración en la II Guerra Mundial crean el suyo propio y lo llaman “ciudad humanitaria”. Ya no pasa nada si afirmas que quieres echar del país a 8 millones de personas y lo llamas “remigración”.
Y si nada pasa, y si la burrada (perdóname, Platero) que se suelta es cada vez más grande que la anterior, y sigue sin pasar nada, el final del camino no van a ser las cacerías al inmigrante. Torre Pacheco será solo el comienzo.
“Odio. Ha causado muchos problemas en el mundo, pero aún no ha resuelto ninguno”, dijo la escritora y activista Maya Angelou, la primera mujer negra que apareció en una moneda de curso legal de Estados Unidos.
Está claro que la memoria del asno es superior a la del ser humano.
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