Inmigrantes, residentes extranjeros y turistas

Público, Lourdes Pedrazuela, 14-07-2025

Si tienes un nombre árabe, si eres más moreno que la media puramente española (muy rubios, en general, no es que seamos, gracias precisamente a nuestro rico pasado) o si vives con tus padres en una habitación de un piso compartido de un barrio a diez kilómetros del centro, seguramente seas un inmigrante.

Si te apellidas Thompson, McGregor o Hansen, si estás jubilado y pasas ocho meses al año en la Costa del Sol o en Mallorca, seguramente seas un residente extranjero.

Si alquilas un piso en el centro de Madrid o Barcelona por tres días, en un edificio donde solo quedan dos familias propietarias y llegas todos los días a las 3 de la mañana y vomitas nada más entrar en el portal, seguramente seas un turista.

Pero si tienes un nombre árabe y un palacio en Marbella, no serás inmigrante. Si te apellidas Thompson y vienes de Costa Rica, no serás un residente extranjero. Si alquilas un minipiso en el centro de Madrid con tus cinco hijos, no serás un turista.

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El problema no es el origen. Ni siquiera la religión o el idioma. Lo que te hace inmigrante es el dinero (o su falta) y la vulnerabilidad, no ser un apellido árabe o anglosajón poderoso.

Los discursos de odio por piel o religión se están extendiendo peligrosamente por todo el país. Se escudan en bulos o en magnificar y generalizar casos aislados de violencia, tan condenables como cualquier otro crimen que cometa eso, un criminal. Porque los criminales no tienen nacionalidad predeterminada, cada criminal es responsable de su propia culpa, no su pasaporte.

En USO nos preguntamos, incluso con inocencia, qué mal hace una persona que deja todo atrás, que tarda años en ver a su familia, que escapa de guerras o hambre, por trabajar en España. Qué mal hace al traerse a sus hijos o tenerlos aquí, en muchos casos con un español de pura raza.

Los inmigrantes trabajan y cotizan. En muchas ocasiones, ni siquiera se quedan a disfrutar de los beneficios sociales que han generado, porque prefieren retornar a su país con su familia. Los inmigrantes no expulsan a los vecinos de los centros de las ciudades ni inflan los precios de las viviendas en la costa.

Los derechos humanos no se negocian, ni en origen ni en destino. Las personas no son ilegales, ni su legalidad depende del color de su piel o el grosor de su cartera. España no puede sucumbir a discursos racistas ni xenófobos, ni sembrar el odio para oscurecer la convivencia y crear la inseguridad donde no la había.

USO, que trabaja específicamente con la inserción laboral de personas inmigrantes, que pelea por los derechos humanos de los migrantes que arriban a nuestras costas, que cuenta entre sus delegados y dirigentes con personas que no nacieron en España y trabajan honradamente aquí, siempre estará frente a cualquier iniciativa que promueva socavar los derechos de los más vulnerables, de los inmigrantes, en este caso. De los inmigrantes más bien tirando a pobres, claro. De los inmigrantes según su origen. Para quienes siembran el odio, el racismo está en la billetera. Para nosotros, el racismo debe extinguirse.

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