Caos y crueldad
La Voz de Galicia, , 08-07-2025Viene Estados Unidos de celebrar el 4 de julio coincidiendo con la acelerada aprobación en su Congreso del mayor trasvase de rentas de la clase trabajadora a los privilegiados, que eso es la regresiva One Big Beautiful Bill Act; y que no es sólo el nombre trumpiano sino el oficial de la ley, pues hasta ahí ha llegado la profanación del lenguaje. Recortar las de por sí limitadas políticas sociales, incluida Medicare (el programa asistencial federal de atención sanitaria para personas mayores) para financiar bajadas de impuestos a la minoría enriquecida, sostener la fanática guerra contra la inmigración que libra el presidente Trump y aumentar además la deuda de su país a pesar de los recortes sociales, es de una perversidad tal que define a la perfección las prioridades de su régimen. En el más puro estilo de Cómodo (aunque sin un hispano que le desafíe en la arena), Trump también nos ha regalado el anuncio de que para el 250º aniversario de su país (el año que viene) su país acogerá unos juegos de la Ultimate Fight Championship, para que sus embrutecidos seguidores jaleen los golpes de martillo a luchadores ya caídos en la lona. Ética y estética nuevamente anudadas en la era de depravación de un imperio violento e inicuo.
Recordemos que el 4 de julio es una fecha señalada para Estados Unidos por la celebración la Declaración de Independencia de dicho país. Durante largo tiempo Estados Unidos se ha preciado de ser un país fundado desde su origen sobre la protección de los derechos civiles y políticos, la democracia, la separación de poderes y el Estado de Derecho. Un país construido además, se decía, con una perspectiva de acogida y multiculturalidad. Sin embargo, la historia nuevamente nos muestra (y para ejemplo el de la Alemania de los años 30) como países capaces de alcanzar cotas de progreso político, cultural y material muy notable son también susceptibles de emprender un rápido descenso a los infiernos y arrastrarnos a él, al igual que el buque que se hunde succiona a quien trata de escapar a nado en su perímetro. Y ese proceso se hace, como en otras etapas del pasado, mientras émulos y admiradores saludan las medidas de Trump y muestran su deslumbramiento, que se parece mucho al que los reaccionarios de medio mundo declaraban ante el supuesto resurgir alemán en los primeros años del nazismo.
En efecto, desde el 20 de enero de 2025, la llegada al poder de Donald Trump, en este segundo mandato, está marcando un punto de inflexión; y los principios en que Estados Unidos dice fundarse están abiertamente en cuestión, abriendo un periodo de involución y una verdadera crisis de derechos humanos.
En apenas unos meses, se ha desatado una fiebre xenófoba y antiinmigratoria nunca vista, de la que es víctima principal, por cierto, la población latina por la que, desde la comunidad hispanoamericana, deberíamos interceder. Se ha retirado el visado de estudiante arbitrariamente a más 5.000 personas. estableciendo la línea política de considerar revocable en cualquier momento, a conveniencia del Gobierno, la residencia legal de los extranjeros. Se expulsa a migrantes sin darles la oportunidad efectiva de recurrir las órdenes y sin considerar sus circunstancias personales. Se utiliza fuerza policial extrema y efectivos militares para tal fin. Se separa a familias inmisericordemente y se llevan a cabo redadas en centros educativos o centros de trabajo, extendiendo la criminalización de la migración, aplicando las mismas técnicas despiadadas y políticas destructivas de la «guerra contra el terrorismo». Se ha comenzado a utilizar el centro militar de Guantánamo (Cuba), del que se espera alcance la capacidad de 30.000 internos, para detener a migrantes que no se consigue deportar; o el nuevo macrocentro denominado «Alcatraz de los Caimanes» para 5.000 internos, en medio de los humedales de Florida y en condiciones deplorables de las que el propio Trump se vanagloria. Se ha prohibido el acceso totalmente a nacionales de doce países y a parcialmente a otros siete. Y se han organizado deportaciones masivas a la prisión de máxima seguridad del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), en El Salvador (sean o no salvadoreños) de personas tratadas de la peor manera, sometidas a torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes, o a desaparición forzada, pues en algunos casos nada se sabe de su situación; denunciándose también situaciones (como el terrorífico caso del venezolano Andry José Hernández Romero, por cuya liberación trabaja Amnistía Internacional) en los que ningún vínculo había con las redes de migración irregular o la delincuencia organizada.
Al mismo tiempo, EEUU se desentiende de sus obligaciones de acuerdo al Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1967, tratado internacional del que es parte. Se inadmiten y deniegan en frontera por sistema las solicitudes de asilo. Se eliminan las posibilidades de petición de protección internacional en origen por medios telemáticos, existentes hasta 2025. Además, ha revocado el denominado «parole humanitario», que otorgaba, en razón de las críticas circunstancias de los países de origen, un permiso de residencia temporal a ciudadanos de Venezuela, Nicaragua. Cuba, Haití y Nicaragua, dejando a 530.000 personas en situación irregular y completa desprotección.
Como es propio de un régimen autoritario, se criminaliza la protesta, se impide el derecho de reunión y manifestación e incluso se utilizan medios militares para ello, como hemos visto en Los Ángeles. Se persigue a los estudiantes y académicos que han mostrado su solidaridad con Palestina, incluso tratando de expulsar arbitrariamente del país a los que tengan procedencia extranjera, aunque su estatus migratorio esté en regla (como el caso de Mahmoud Khalil). Se amenaza sin ambages a toda disidencia social y se amedrenta a los medios de comunicación que se consideran desafectos. Se asfixia económicamente a las universidades que quieren mantener programas internacionales y se crea un ambiente de opresión y miedo generalizados. Se desoye a jueces que cuestionan la legalidad o constitucionalidad de las medidas adoptadas; incluso se desobedecen órdenes concretas, como sucedió en la deportación masiva de migrantes a la prisión salvadoreña, suspendida por un Juez Federal pero finalmente llevada a cabo.
Y, como marca indeleble del nacional-populismo, se destruye el multilateralismo, se ataca el Derecho Internacional y se socavan las instituciones internacionales, reiterándose del Acuerdo de París contra el cambio climático, sancionando a jueces y fiscales de la Corte Penal Internacional, minando la financiación de Naciones Unidas, retirándose del Consejo de Derechos Humanos y de la Organización Mundial de la Salud y suspendiendo su participación en la UNESCO. Se ha desarticulado de cuajo la agencia humanitaria USAID, que en 2024 movilizó más de 32.000 millones de dólares, atacando la cooperación internacional que directamente se denuesta. Esto ha tenido efectos muy graves sobre programas de ayuda en países como Myanmar, Sudán del Sur o Yemen, o sobre iniciativas de vacunación y asistencia sanitaria en distintos países de África, como Etiopía, Nigeria o Somalia, o sobre programas de ayuda alimentaria en Haití. A la par se mantiene la financiación y respaldo militar a la acción genocida del Ejército de Israel sobre la población palestina de Gaza; y, no lo olvidemos, fue la propia política de Trump la que alentó irresponsablemente la ruptura del alto el fuego por Israel el 18 de marzo pasado, aunque ahora se pretenda una tregua (que ojalá se consiga) con un daño ya causado totalmente irreparable.
Por supuesto, se proscriben las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión, considerándolas, paradójicamente, discriminatorias. Se crea un clima de hostigamiento contra los derechos de las minorías raciales y contra toda política de igualdad, de la que abominan aunque el país acumule un historial de heridas históricas que, lejos de sanar, se agravarán con esas medidas.
Combatir la involución que representan las políticas de Trump, evitar su propagación e imitación y defender los derechos humanos es tarea de todos. Y no sólo por un mínimo principio de humanidad sino también en defensa propia. No nos resignemos a contemplar silentes la crueldad y el caos que expande el Presidente Trump, que a todos nos afecta y a todos nos amenaza.
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