Pepín el enterrador de Formentera y los 12 cadáveres sin nombre de migrantes "muertos en el mar": "Cuando se enfada, escupe todo lo que se traga"
Visitamos el pequeño cementerio de Sant Francesc, donde el sepulturero entierra a los jóvenes que se ahogan en la ruta ilegal de las pateras que llegan de Argelia. A la mayoría nadie los reclama. Con 27 años en el oficio, Pepín les da un entierro digno: "Les rezo algo y les pongo flores, como a cualquier vecino"
El Mundo, , 03-07-2025Un día Pepín enterró a una mujer, una señora mayor del pueblo que acababa de fallecer. Cuando hubo cerrado la tapa del féretro, empezó de pronto a escuchar un sonido extraño. «Era un ‘toc toc’ que venía del interior del ataúd».
Eso no le había pasado nunca y el corazón se le aceleró. Abrió la tapa y vio de dónde procedía aquel ruido sordo: «dentro vi un gorrión que buscaba salir como fuese y cada vez que lo intentaba se daba golpes contra la tapa». Pepín dejó salir al pájaro, lo vio aletear libre y cerró de nuevo.
«Aquello me dejó un poquito tocado, jamás me había ocurrido algo así…pero lo más impactante vino luego, cuando fui a casa y se lo conté a mi madre».
Ella le contó que de aquella señora mayor a la que acababa de dar sepultura se decía que «era bruja», y en ese instante se le engranó a Pepín el motor de la imaginación. «Le daba vueltas; ¿y si la mujer se había transformado o como se le quiera llamar?».
Pepín Escandell tiene 55 años y lleva más de media vida siendo el enterrador de Formentera. Empezó con 28 años, cuando era peón en la brigada municipal de obras y tuvo que sustituir al hombre que hasta entonces se dedicaba a dar entierro a los difuntos.
Su antecesor se fue a Sevilla porque le salió otro empleo allí y como en el refrán él ocupó su silla, impelido por las circunstancias pero con toda la disposición posible. Desde ese día han pasado ya 27 años.
En todo este tiempo Pepín ha enterrado a mucha gente, incontables vecinos, muchos de ellos amigos y conocidos en una isla en la que apenas viven 11.000 personas y donde casi todos se conocen y no pocos están vinculados por algún grado de parentesco.
El enterrador municipal, en el cuarto donde guarda sus herramientas.
El enterrador municipal, en el cuarto donde guarda sus herramientas.JAVI PAREJO
Aunque cree que el trabajo no está todo lo bien remunerado que debería estar, lo ejerce con orgullo, con modestia y con una escrupulosa minuciosidad, con el respeto que merecen los difuntos y sus familiares.
Habla de su ancestral oficio con la solemnidad de quien se siente responsabilizado en ese último tránsito entre la vida y la muerte.
«Creo que mi labor es reconocida, hay muchas formas de mirar y yo lo noto en cómo me mira la gente; noto que los familiares que vienen al cementerio están agradecidos, ven que todo está en orden, que está todo limpio y que el trabajo aquí se hace como toca», explica a Crónica en el modesto camposanto de Sant Francesc, donde tiene su oficina: un pequeño cobertizo repleto de herramientas, llaves y enseres en el que se refugia del sol de junio y bebe agua congelada.
En todos estos años, el sepulturero ha inhumado a gente de toda condición: hombres, mujeres y niños que murieron de forma natural o accidental. Personas humildes o adineradas. A todos les alcanzó la muerte, a todos les igualó. «La muerte siempre es rara porque sólo pueden hablar de ella los vivos, sin conocerla», dice mientras la cámara le retrata preparando un nicho.
Los ahogados
Como impone la inexorable ley de una isla, algunos de esos difuntos perdieron la vida ahogados en el mar. Eran pescadores, «sobre todo de pesca submarina».
Porque el mar, dice Pepín, «tiene dos caras muy diferentes: una cuando está en calma y otra cuando se enfada, entonces no respeta a nadie y escupe todo lo que se traga, de sus entrañas puede salir cualquier cosa».
Pero a pesar de su experiencia, él nunca se había enfrentado a lo que está viendo en los últimos meses. Nunca antes había visto lo que sale ahora de esas entrañas del mar.
Porque desde hace unos meses, se ocupa de enterrar a los cadáveres de migrantes ahogados tras naufragar en la ruta ilegal de las pateras, chalupas repletas de africanos que llegan a Baleares desde el norte de Argelia. Hombres y mujeres jóvenes que perseguían otra vida y que, trajinados por las mafias, murieron en esa agónica persecución.
Cementerio de Sant Francesc, en Formentera.
Cementerio de Sant Francesc, en Formentera.JAVI PAREJO
Son difuntos que nadie identifica, que nadie reclama, cadáveres sin nombre, hinchados, descompuestos, irreconocibles por el corrosivo efecto del mar.
Llegan al cementerio tras cumplirse el protocolo oficial para tratar de identificarlos y de localizar a familiares, investigando sus objetos personales y tomando muestras para que puedan ser analizadas en el futuro, por si alguien los reclama desde sus remotos países de procedencia.
Sus cuerpos inertes esperan semanas antes de ser inhumados. Luego Pepín los entierra en los nichos que quedan libres en el cementerio y sella su lápida con la fecha en la que fueron hallados sus cuerpos y una parca inscripción a mano que él mismo escribe con un rotulador azul: «Muerto en el mar, sin identificar».
Se le ocurrió a él escribirlo así. Le salió de ese modo en el del primero, improvisando, y luego ya no ha querido cambiarlo: «cambiarlo ahora sería como dejar mal al primero…todos han muerto igual, murieron en el mar y creo que así queda bien reflejado».
“Pobres chicos”
Además de la inscripción, en los ataúdes se coloca una placa dorada con la fecha y, si se conoce, el lugar de la costa en el que fueron encontrados. «P. Mitjorn – 30-05-2025», reza el último, hallado en la playa del Mitjorn.
De momento van doce enterrados en el cementerio de Pepín. Al entierro no acude nadie más que la cuadrilla de operarios, costaleros en la procesión solitaria del féretro. El enterrador les da a los difuntos el trato más digno posible a pesar de las austeras circunstancias.
«Lo hago con el mismo cariño que con todos, les pongo un ramo de flores…ser migrantes no les hace diferentes ni menos, son chicos jóvenes que aspiraban a un futuro mejor, lo mismo que hicieron nuestros abuelos», explica mientras se abre de brazos con impotencia, con pena frente a la tragedia.
Uno de los féretros, en el momento del entierro.
Uno de los féretros, en el momento del entierro.JAVI PAREJO
«También les rezo, les canto interiormente una oración». Eso le hace fuerte a él mismo, dice, y «es un detalle que tengo con ellos porque pienso que también les hubiera gustado que viniera el imam de alguna mezquita, que les hubiesen rezado algo…pero no viene nadie».
En mitad de ese ritual silencioso, Pepín se dice a sí mismo que «ojalá» los muertos apreciaran el trato, que vieran que se les da el mejor posible. «Ojalá», repite, «que, por cierto, es una palabra árabe».
Las cifras
Desde que empezó el año se han recuperado 34 cadáveres en las costas de Baleares, aunque las organizaciones humanitarias calculan que son muchas más las personas desaparecidas.
El año pasado fue año récord en el número de llegadas de pateras a las Islas Baleares, con 5.846 personas, el doble que el anterior registro más alto. En lo que va de 2025, ya van más de 2.400 personas llegadas con vida, lo que anticipa una proyección de otro año récord. Nadie sabe cuántos murieron por el camino.
Pepín expresa impotencia. «Creo que este problema deberían erradicarlo los políticos, aunque algunos todavía niegan que haya una ruta consolidada cuando está demostrado que sí lo está…es una pena, me dan pena estas personas y sus familias».
MÁS ESPACIO
El enterrador conserva alguna espina clavada. Como la de aquella chica irreconocible a la que tuvo que enterrar a pesar de que llevaba encima documentos y objetos que identificaban de dónde era. Finalmente, y tras largas semanas, se la pudo repatriar para que pudiera reposar junto a su familia, en su lugar de origen.
Cuando acaba el entierro que retrata este diario, Pepín recoge sus herramientas y se seca el sudor de la frente. El sol sigue en lo alto y corre en Formentera la brisa salina que recuerda que ahí fuera ruge el mar, la fosa común de los ahogados que nunca aparecerán.
Si los cuerpos siguen llegando, pronto faltará espacio en el camposanto, que sigue pendiente de una ampliación.
«El proyecto está hecho, sólo falta que lo pongan en marcha, quizá con esto que está ocurriendo se den más prisa», apostilla Pepín, ajeno a la burocracia, confiando en la dudosa diligencia de los vivos.
(Puede haber caducado)