El momento Stefan Zweig

Público, Pablo Castaño, 03-07-2025

En su libro El mundo de ayer (1942), el intelectual austríaco Stefan Zweig refleja su estupefacción por el derrumbe del mundo de certezas que había conocido —la Europa aparentemente pacífica de finales del siglo XIX— y la locura ultranacionalista que, en las siguientes décadas, arrojó el continente a las dos guerras mundiales.

El mundo de ayer es un diario del desconcierto, el testimonio de una persona observadora que percibe que todo está cambiando muy rápido pero no acaba de entender por qué y hacia dónde va el mundo. ¿Nos suena, no? La decisión de la OTAN de subir el gasto militar a un demencial 5% del PIB es la última de una sucesión de noticias que nos pillan de improviso, sin haber sido capaces de procesar la anterior. El ataque de Israel y Estados Unidos contra Irán, el genocidio en Gaza, la reelección de Donald Trump, la invasión de Ucrania, récords de temperatura y desastres climáticos nunca vistos…

Acontecimientos que antes eran excepcionales se encadenan a una velocidad vertiginosa. Como en el libro del intelectual judío Zweig, las noticias internacionales ya no son un fondo lejano de nuestras vidas, sino que se entremezclan con lo cotidiano: con ese familiar que de repente vota a la ultraderecha, la inquietud que nos producen las redes sociales o cómo la inteligencia artificial está cambiando el trabajo o la educación.

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El efecto de esta avalancha de novedades angustiantes es la parálisis. Los estrategas de la ultraderecha lo saben bien y por eso Trump desplegó durante sus primeras semanas en la Casa Blanca una hiperactiva agenda de decretos, de manera que cada decisión atroz tapase la anterior. ¿Quién se acuerda hoy de los migrantes detenidos y deportados ilegalmente a las cárceles distópicas de Nayib Bukele en El Salvador? Incluso las imágenes de palestinos asesinados cuando van a buscar comida parecen pertenecer ya al pasado, aunque se siguen produciendo día tras día.

Con una estupefacción similar a la nuestra, Zweig observa cómo, del mundo aparentemente civilizado en que creció, nace el monstruo del fanatismo nacionalista y racista, con el nazismo como máxima expresión. Zweig, hijo de la burguesía liberal de Viena, obvia en su análisis —porque le quedaban muy lejos— la brutalidad colonial que Europa estaba practicando en el Sur Global o la miseria de la clase trabajadora, lo que le habría ayudado a entender qué estaba pasando en el continente.

Zweig tampoco le dedica el espacio que merecen a los movimientos que hicieron frente al nacionalismo militarista y al fascismo. Es cierto que gran parte de la población europea se convirtió en un tiempo récord al patriotismo agresivo, pero también lo es que, en plena Primera Guerra Mundial, un movimiento revolucionario derribó a un zar que parecía eterno y sacó a Rusia del conflicto armado. El ejemplo de los bolcheviques pronto se extendió por Europa, donde se repitieron los intentos de acabar con el capitalismo imperialista que había provocado la Gran Guerra.

En pocas décadas llegó la siguiente guerra mundial y Zweig se suicidó en el exilio en 1942, convencido de que los nazis vencerían e impondrían un régimen de terror a toda Europa. Al final fueron derrotados, en parte gracias a la resistencia de tantas personas que no cayeron en la resignación, como las que hoy luchan contra el genocidio palestino o se oponen a las deportaciones masivas en Los Ángeles.

Pese al pesimismo de Zweig, el futuro no estaba escrito entonces, igual que hoy no estamos condenados al escenario de guerra que nos preparan Trump, Netanyahu y unas élites europeas empeñadas en un rearme ciego. La obra de Zweig es muy valiosa para entender nuestra época, pero tiene un límite del que debemos huir: el derrotismo. En otras épocas, cuando el futuro parecía aún más sombrío, la lucha de personas que no se rindieron acabó convirtiendo algunas esperanzas en realidades. Ojalá Stefan Zweig hubiese estado ahí para verlo.

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