La esencia de ser judío

Público, Alfredo Gonzalez Ruibal, 27-06-2025

Durante mucho tiempo se esclavizó o conquistó a otros pueblos por tener una cultura o un color de piel distintos o simplemente por ser otros, no nosotros. Lo hicieron los europeos, las sociedades islámicas, los africanos subsaharianos y los chinos. La conquista o la sumisión se justificaba muchas veces en la creencia de que el otro era inferior y por lo tanto sometible a servidumbre. Sin embargo, en la mayoría de los casos, también se creía que el otro era perfectible. Nada en su naturaleza lo obligaba a sufrir de por vida un estatus subalterno. Los esclavos romanos podían lograr la libertad y prosperar como libertos. Los esclavos del Imperio otomano, incluidos los de raza negra, llegaron a alcanzar puestos de suma responsabilidad. Y los judíos, musulmanes y cristianos podían convertirse a otra religión del Libro.

La situación comenzó a cambiar a fines del siglo XV con la expansión colonial europea y de forma radical desde fines del siglo XVIII. La creencia de que los seres humanos, independientemente de su raza o condición, pudieran aprender, prosperar, convertirse o progresar socialmente desapareció del mapa. Surgió una nueva forma de racismo que defendía la existencia de seres humanos biológicamente superiores e inferiores. Los superiores estaban destinados a dominar, los inferiores a servir o a extinguirse.

El racismo biológico guio el colonialismo del siglo XIX y vertebró las ideologías fascistas del siglo XX. Según esta ideología, lo que hiciera un negro, un gitano o un judío era irrelevante, su ser negro, gitano o judío dictaba su posición en la sociedad, sus derechos y deberes (o su exclusión absoluta). Es una concepción biológica de la identidad, pero también ontológica, porque tiene que ver con el ser, no con el hacer.

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En la versión extrema del nazismo, esta concepción llevó al genocidio. Que los judíos fueran ateos o llevaran generaciones completamente integrados en la sociedad dominante no los salvó de perecer en el Holocausto. Esa es una de las grandes diferencias con otras limpiezas étnicas o masacres del pasado.

Afortunadamente, el concepto ontológico que jerarquiza a los seres humanos ya no está vigente, aunque la extrema derecha trate de imponerlo de nuevo. Existe, sin embargo, una excepción, y esa excepción es Israel.

Uno tiene la sensación de que en este caso la lógica fascista no ha desaparecido del todo, sino que continúa, transformada y en sentido inverso. Si antes un judío era culpable por el mero hecho de serlo, ahora es víctima por el mero hecho de serlo. Al menos si uno es judío sionista.

Dado que sus ciudadanos son ontológicamente víctimas, el Estado de Israel tiene derecho a bombardear países sin provocación previa, organizar un genocidio o establecer un sistema de apartheid. Y siempre y en todos los casos sin que ello altere su naturaleza de víctima, porque es parte de su ser, algo inmutable.

El sentimiento de culpabilidad alemán (y de otros pueblos europeos) por el Holocausto está provocando una doble paradoja: por un lado, y como se ha señalado en repetidas ocasiones, que se dé amparo a otro genocidio, con el que próximas generaciones tendrán que lidiar como ahora lidian con el exterminio nazi. Por otro lado, que se mantenga una concepción ontológica del judío, como alguien caracterizado por una esencia inmanente y distinta de la de cualquier otro ser humano. Si en la versión fascista la excepcionalidad ontológica del judío lo privaba de cualquier derecho, en la versión actual lo exime de cualquier obligación. Esto, además de suponer una grave amenaza para la paz y los derechos humanos, supone defender una visión degradada y falsa de la identidad judía, que es múltiple —no hay más que pensar en todos los colectivos judíos que se oponen a los crímenes israelíes—.

Conseguiremos alejarnos realmente del paradigma fascista de identidad cuando dejemos de tratar a los judíos como una categoría aparte de ser humano y empecemos a tratarlos como al resto de la humanidad: merecedores de las mismas protecciones y derechos y a los que se les pueden exigir las mismas obligaciones.

Mientras tanto, la excepcionalidad otorgada a los judíos solo servirá para que otros la reclamen para sí y los crímenes de lesa humanidad y el victimismo se conviertan en la política que rija en el mundo.

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