Khadija, la presentadora afgana que huyó de los talibán, cara a cara con Mónica Carrillo: "Yo sabía que un día me iban a asesinar"
EL MUNDO reúne a Khadija Amin, casada a la fuerza y periodista de la televisión RTA -quien tuvo que huir de su país en 2021-, y a Mónica Carrillo, al frente del telediario en Antena 3. "Mi hermano me preguntó: '¿Por qué no llevas velo?'. Le contesté: '¿Y tú por qué no? Los dos tenemos pelo'".
El Mundo, , 26-06-2025A las nueve de la mañana, Khadija salía con su pañuelo y un maquillaje somero frente a las cámaras del plató de la RTA (Radio Televisión Afganistán) y le contaba a su pueblo lo más destacado del día. Hasta que los talibanes regresaron al poder en 2021 y, de las primeras cosas que hicieron, fue decirle a aquella presentadora amenaza de muerte incluida que no volviera a su trabajo.
Habrá periodistas notables que hayan ganado el Pulitzer por un buen reportaje, pero no habrá muchas profesionales que como ella hayan arriesgado tantísimo para cumplir con el deber de informar.
Las dos son presentadoras de televisión. Las dos comenzaron frente a las pantallas mediada la veintena. Las dos se ocupaban de conducir los informativos. Las dos son mujeres. Las dos hablan claro.
Pero las dos no tienen nada que ver.
Si a una el periodismo le da la vida, a otra casi se la arranca de cuajo.
La gran diferencia es que Khadija Amin nació en Afganistán y Mónica Carrillo lo hizo en nuestro país. La afgana era la cara visible de la actualidad en RTA, el equivalente a nuestra RTVE, y la española presenta los telediarios de fin de semana de Antena 3 junto a Matías Prats.
Aquí conversan hondo.
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Aquella chica de Kabul que daba las noticias podría ser una noticia en sí misma: tuvo prohibido ir a la escuela; recibió clases clandestinas; fue víctima de un matrimonio forzoso; a punto estuvo de morir estrangulada por el marido; se divorció y se hizo periodista con el cambio de gobierno; tuvo que huir cuando regresaron los talibán; no sabe nada de sus tres hijos desde el otoño.
Hoy lucha por traerlos a Madrid, vive refugiada en España, comparte piso con amigas, pasa de velos, ayuda a las mujeres afganas y trabaja dignificando un oficio el del periodista que a veces, aquí, en nuestro país, propende al fundamentalismo.
Pregunta.Eres mujer. Afgana, para más señas. Por eso no pudiste ir a la escuela… Podemos empezar así esta conversación.
Khadija Amin. Mi madre era maestra y mi padre, ingeniero. Cuando nací en 1993, había democracia. He visto fotos de mis padres por entonces: los dos saliendo por la noche, mi madre sin velo, sin problema… Desafortunadamente, al mes de venir yo al mundo, los muyahidines (financiados por EEUU) tomaron el control en Afganistán, lo que hizo que todo cambiara. Ahí comenzaron las restricciones para las mujeres. Luego, en el 96, a los muyahidines les sucedieron los talibán (financiados por Pakistán y Arabia Saudí)… Como las niñas seguíamos sin poder ir a la escuela, mis padres me llevaron a clases clandestinas: estudiaba con otras niñas, en una habitación en la casa de una profesora despedida, era una habitación muy oscura y pequeña. Nos enseñaba a leer, a escribir, a hacer cuentas… Tenía cinco o seis años. Estábamos muy contentas de estar allí… A veces le preguntaba a mi madre por qué mi hermano podía estudiar y yo no. Y ella no sabía qué contestarme.
Mónica Carrillo. ¿De dónde sale esa necesidad de querer saber?
K. A. Mi madre me animaba. Siempre apoyó que estudiáramos. Y nosotras también teníamos muchas ganas… Hasta que, otra vez, cambió el gobierno en 2001 y pudimos volver a estudiar de un modo oficial. Entonces, acabé el colegio y fui a la universidad. Pero cuando me casé a los 19 años en un matrimonio forzoso, se acabó todo: él no me dejaba estudiar ni trabajar.
M. C. ¿Y qué peligro corrías al estudiar de un modo clandestino?
K. A. Si lo hubiesen sabido, nos habrían castigado. Mentíamos y decíamos que íbamos a aquella clase a leer el Corán, porque eso sí que estaba permitido.
P.¿Cuándo empezaste Periodismo?
K. A. Después del divorcio, con 25 años. Quería ser periodista para que las mujeres supieran cuáles eran sus derechos. A los tres meses de empezar a estudiar, ya estaba trabajando en la televisión. Por las mañanas iba a la universidad y por las tardes trabajaba como becaria dos días…
P. Ella es presentadora de televisión como tú, Mónica. ¿Cómo ves su mundo desde el tuyo? ¿Su periodismo desde el nuestro?
M. C. Me llama la atención porque lo vemos muy ajeno. Y no solo por la religión, sino por la falta de democracia. Cuando ella cuenta que vivían en democracia y te la arrebatan, como pasó en Irán… No sé si podemos imaginarlo: como si hubiese un golpe de Estado que aparta a las mujeres de todo. En mi caso, sería como si Matías Prats pudiese seguir presentando los Informativos de Antena 3, pero yo no.
“Me daba alegría poder estudiar. En casa, hacía los deberes de mi hermano para aprender”
Khadija Amin, periodista afgana
K. A. Cuando era pequeña, para jugar, yo llevaba burka como mi madre. Para mí era lo normal. Pero, poco a poco, cuando crecí, quería otra cosa. Me daba alegría poder estudiar. La familia de mi padre, que era muy moderna, lo veía bien. Pero cuando tuvimos que mudarnos a otro sitio más conservador, mi tío, el hermano de mi madre, no me dejó estudiar inglés. Porque eso suponía mezclarme con chicos. Y eso a él le parecía mal. Y le dijo a mi madre que, si yo estudiaba inglés, tendría que cortar su relación con él porque no la querrían. Pero yo quería estudiar ese idioma. En casa, hacía los deberes de mi hermano para aprender.
P.¿Cómo fue el 15 de agosto de 2021, el último día que presentaste las noticias?
K. A. Presentaba las noticias a las nueve de la mañana en la cadena nacional. Lo hice ese día. Luego, me mandaron fuera para hacer un reportaje. Cuando volvía, me llamó mi jefe y me dijo que ya no podía volver. Insistí e insistí. Cuando regresé el día 18, fue muy duro ver cómo en el control de la cadena todos los días me respetaban como presentadora y ese día ya no: me amenazaron de muerte. Si logré salir el 21 en un vuelo, fue gracias a una periodista española [Mónica Ceberio].
P.He leído que Afganistán encabeza la lista mundial de países más peligrosos para las mujeres.
K. A. Lo es. Pero también depende de la familia, de la zona en la que vivas… También es peligroso si eres mujer periodista. Yo sabía que un día me iban a asesinar. Los últimos años no había seguridad. Salía por la mañana y no sabía si volvería viva. Había muchos atentados y me enviaban a cubrirlos. Una vez fueron muchos periodistas a cubrir un atentado y, al llegar, explotó otra bomba y murieron 11 reporteros.
P.¿Qué se puede hacer desde acá por la gente de allá?
M. C. Escuchar y darles el altavoz. A mí me fascina no solo la fuerza que desde pequeña se despertó en ti, Khadija, sino que siga la rebeldía cuando llegan los que te quieren callar. Y está aquí… Y sus tres hijos están allí… Estás haciendo lo que estás haciendo hipotecando tu vida y tu felicidad, tu estabilidad, el poder estar con tus hijos. ¿De dónde sacas la fuerza?
K. A. Es muy duro. A veces digo que quiero desaparecer, que no quiero escuchar a nadie. Pero, al día siguiente, me digo: si yo no hablo, se van a olvidar de las mujeres afganas, no van a escribir sobre ellas… Volveré a Afganistán sí o sí, pero no quiero que esto se quede en el olvido. Mis tres hijos [el mayor tiene 10 años y los mellizos, ocho] tienen que saber que su madre era una luchadora que todavía no ha podido vivir con ellos. Vivían con su padre en Alemania, pero cuando regresó con ellos a Afganistán tuve una crisis y caí de baja médica… Me puse como loca. Estaba en la Puerta del Sol con una amiga y me puse a gritar. Compré inmediatamente unos billetes y me fui a Alemania ese día, porque pensaba que era mentira. Y allí los busqué casa por casa, para que algún vecino afgano me dijera si era cierto. Estuve tres días. Hasta que me lo confirmaron.
P. ¿Cuánto hace que no hablas con ellos?
K. A. Desde el último 18 de noviembre.
M. C. Hay cosas que me dan pudor. Ayer mismo, en el informativo nuestro, contamos que había un apagón en el sureste de Francia y que Cannes había quedado a oscuras como nosotros hace poco… Salía la gente protestando porque no habían podido tomar un café… Y, de repente, la noticia siguiente era Gaza. La historia de una pediatra cuya casa había sido bombardeada y que había perdido a nueve de sus 10 hijos. Se te queda una cara… Son noticias las dos cosas. Pero algo estamos haciendo mal. Confundimos las prioridades. Hacemos que deje de ser noticiable algo por persistente. El problema persiste. Y como persiste, no es nuevo. Y como no es nuevo, ya no es noticia. Es algo malvado.
“Cuando estaba embarazada me decía que, en el caso de que fuese niña, tenía que abortar”
Khadija Amin
P.En 2024, hubo en España 47 mujeres asesinadas por violencia machista. ¿Qué tipo de violencias sufriste tú?
K. A. De todo tipo. Me pegaba, me insultaba, no me dejaba ir sola, para ir a casa de mis padres tenían que venir mis hermanos a buscarme, tenía que llevar burka… Una vez trató de estrangularme, intenté quitar sus manos y me partió las uñas. Tengo fotos con mis dedos sangrando… Cuando estaba embarazada me decía que, en el caso de que fuese niña, tenía que abortar. Sufrí una depresión. Porque muchas mujeres en Afganistán fueron asesinadas por dar a luz niñas… [Toma aire, sonríe aliviada y cambia el tono de voz] ¡Pero ahora soy una mujer que estoy ayudando a las mujeres afganas!
P.¿Cómo fue tu llegada a España, Khadija?
K. A. Al año y pico de venir, estuve seis meses sin trabajo. Me tocó dormir una semana en un parque en Madrid. No tenía ni una habitación. Trabajaba hasta las dos de la noche en la hostelería y me iba a la calle porque no tenía un hogar. No tenía dónde ducharme, iba a la casa de una amiga, aprendí español… Quería trabajar, no quería seguir en el sistema de acogida.
M. C. ¿Cómo se ve el mundo a través de un burka?
K. A. Es una vida que no tiene valor. Es como vivir en una prisión. Vienes de una familia en la que nadie lleva velo y, al casarte, tienes que aceptar llevar el burka… Intenté suicidarme cuando mi hijo tenía un año. Luego, el niño, cada vez que veía una vela encendida para su cumpleaños, tenía miedo. Porque no olvidaba. Porque lo que yo intenté fue quemarme viva. Vio a su madre dentro del fuego.
M. C. ¿Qué peligros sorteas para ayudar hoy en día a las mujeres afganas?
K. A. Cuando mis padres estaban en Afganistán [antes de irse a Holanda], amenazaron a mi madre por lo que yo estaba haciendo aquí. De momento, he ayudado a que 34 mujeres salgan de Afganistán. Cuando tenían vuelos, yo no podía dormir. En el aeropuerto de Pakistán las molestaban. Cuando llegaban aquí, si no iba alguien de las organizaciones a buscarlas, se encontraban muy solas… Era algo muy agobiante para mí. Y yo lloraba y lloraba.
M. C. ¿Cómo ayudas a las que quedan allí?
K. A. Adelanté un poco de dinero para que las mujeres de allí pudieran comprar materiales y hacer algunas artesanías que vendo cuando doy charlas. Les mando ese dinero a ellas. Ahora estamos haciendo un proyecto de educación online con mi asociación Esperanza de Libertad… La paradoja es que ahora soy yo la que les doy las clases clandestinas.
P.A otro nivel, Mónica, ¿tú te has sentido señalada por tu condición de mujer o por otro motivo?
M. C. Yo soy una afortunada que he podido estudiar lo que he querido, cambiar de carrera, cambiar de futuro, he tenido muchas oportunidades… Pero creo que el machismo está instalado estructuralmente. Aquí la lucha feminista lleva muchos años (incluyo a muchos hombres en esa lucha). Esto cuesta en algunos ambientes… Hay voces que niegan la violencia de género o intentan desprestigiar la lucha por la igualdad. Yo no he sentido esa mirada, pero esa mirada existe. No hay mujeres suficientes en los puestos de poder. Por ejemplo, en los medios.
K. A. Yo te quiero preguntar una cosa, Mónica. ¿Qué crees que harías si un día llegases a tu trabajo y te dijeran que, por ser mujer, ya no puedes trabajar?
M. C. Que no me dejen entrar por el hecho de ser mujer… Es algo difícil de comprender. Aquí el machismo es otra cosa, claramente. No es una amenaza de muerte en tu puesto de trabajo. Esa injusticia bárbara: decirte que no tienes derecho a nada. Solo a vivir. Y eso si te portas bien.
“Cuando me hablan de quitarnos el velo… Ese es el menor de los problemas en mi país”
Khadija Amin
P. La ultraderecha crece en todo el mundo. De su mano, ¿hay un repunte de la islamofobia?
K. A. Una vez que estuve en una mesa de debate, una persona de Vox empezó diciendo que los inmigrantes musulmanes éramos terroristas. Esa ha sido la única vez que me han hecho sentir así… Cuando me hablan de quitarnos el velo… Ese es el menor de los problemas en mi país, lo que menos preocupa a las mujeres, porque hay problemas muchísimo mayores para la mujer. Queremos estudiar, trabajar, no morir. Lo del velo es lo de menos. Mi hermana y mi madre llevan velo.
M. C. Me preocupa la tendencia global a la banalización y polarización de los mensajes. Conviene simplificar mensajes de calado rápido y que enerven. Y mantener un caldo de cultivo en el que haya blanco contra negro, frío contra caliente, no hay templados, no hay grises. Y me preocupa porque además se está extendiendo de manera muy rápida por todo el mundo con unos líderes que dejan mucho que desear. No nos sentimos representados.
P.Khadija, ¿qué opinas de esa mirada feminista que demanda estándares de pureza europeos a países del Tercer Mundo? Eso de insinuar: si lleváis velo, es que no sois feministas.
K. A. Para que una mujer se quiera quitar el velo, la tienes que empoderar. Hay muchas familias cuyos maridos no las dejan ni salir de casa… El marido es el que trabaja, el que trae dinero, el que decide todo. No hay que hablar de que se quiten el velo; hay que hablar de ayudarlas para que sean independientes y, así, tomen sus decisiones… Yo llevaba velo hasta hace dos años. Un día, aquí, de vacaciones, mi hermano me dijo que cómo es que no llevaba velo. Le contesté: “¿Y tú por qué no lo llevas? Los dos tenemos pelo. ¿Cuál es la diferencia?”. Nunca más me volvió a decir nada. Soy una mujer independiente, gano mi dinero, yo puedo decidir lo que me pongo. No voy a acabar en la calle muerta de hambre por negarme a llevar velo.
P.El 90% de las víctimas de atentados en todo el mundo son musulmanes. A ti te ha tocado cubrir sucesos informativos que tienen que ver con atentados terroristas. ¿Cómo viviste aquello?
K. A. Una vez me mandaron cubrir un atentado en el que murió un amigo mío que era presentador de televisión, como yo. Pusieron una bomba en su coche. Y cuando fui allí… Ver carne de él, sangre de él… Fue muy difícil preparar ese reportaje. Volví llorando a la oficina. “Esto no puedo hacerlo”, les dije. Me dijeron: “Tienes que volver y hacerlo, porque las periodistas no lloran”. Así que regresé a hacer ese reportaje… Otra vez fui a hacer una información de una chica que había sido asesinada en la universidad por un grupo terrorista. Me mandaron a su casa. Su hermano me contaba que ella estaba en último año de carrera, sus sueños profesionales. Me afectó mucho. Esa chica podía ser yo… Me acuerdo de otra ocasión en la que entraron en una maternidad y empezaron a disparar a las mujeres en la sala de parto y a los bebés recién nacidos. Todo eso te afecta. Por las noches tienes pesadillas.
P. ¿Eres feliz?
K. A. No puedo ser feliz por lo que está pasando en Afganistán. No puedo serlo porque intento contactar con mis hijos, pero no puedo… Eso me hace que no sea feliz. Cuando llega la noche, estoy sola y se remueve todo. A oscuras me pregunto si podré verlos. Pero entonces me digo: “No, no, no, Khadija, tú eres una mujer que has luchado por muchas cosas y el futuro de tus hijos es tuyo”. Con esta frase me tranquilizo. En el futuro vendrán. Lo sé. Y me van a buscar ellos.
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