Amanecer Zulú

ABC, 05-09-2006

Por ALBERTO SOTILLO

La película Zulú forma parte de mi mitología infantil. Cuenta la historia de una pequeña guarnición británica asediada por guerreros zulúes en Suráfrica. Mis simpatías de niño, por supuesto, estaban con esos pintiparados guerreros negros con sus plumas blancas y escudos de fantasía, que iban al combate entonando emocionantes cánticos. Los británicos, la verdad, eran unos aburridos. Pero lo que me llamó la atención de aquella película era que cada británico del cuartel era un personaje tan definido que parecía de la familia, en tanto que los zulúes eran sólo una horda interminable de negros pintureros que clamaban: «Zulúuu, zulúuuuuu» mientras iban al matadero. O sea, que el hombre blanco siempre es persona real y definida, mientras que el «zulú» es visto sólo como una amenaza anónima, sin rostro ni alma.

No es literatura. Si en el mar apareciera un barco con los cadáveres de cien ciudadanos alemanes o suecos, la conmoción sería universal y probablemente digna de figurar en las primeras páginas del mundo entero. Las reiteradas noticias de los cayucos cargados con subsaharianos muertos o extenuados, en cambio, no merece ninguna atención fuera de España. Y apenas mueve a la racanería de nuestros socios europeos.

Porque uno de los principales problemas a los que se enfrenta África es que apenas es considerada más que como un inmenso vacío en buena parte de las instituciones internacionales. Un vacío y una interminable cáfila de «zulúes» que amenazan con desembarcar en nuestras costas. Y una de las condiciones imprescindibles para el desarrollo de ese continente es su integración en una economía mundializada. En las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), por ejemplo, hay interminables discusiones sobre el «dumping» en los países asiáticos o las subvenciones en los Estados desarrollados. Pero apenas se dedica ninguna atención a los medios posibles de integración de las economías de numerosos países africanos en el negocio mundial. En la OMC, como en las grandes instituciones económicas y financieras internacionales, África es un vacío «zulú».

No es sólo cuestión de dirimir si se eliminan las subvenciones a la agricultura. Éstas pueden ser parte del problema, pero nada más. Los países del sureste asiático han sabido salir adelante por más subsidios al arroz que ha habido en Europa. Desde luego, no es éste el lugar para buscar la receta que les permita salir de pobres. Pero el éxito de los Estados del sureste asiático ha estado en buena parte en su habilidad para integrarse en una economía mundializada y aprovechar todas sus oportunidades. La situación de partida es mucho más ingrata para el África subsahariana. Aunque no sólo porque sobrevivan sobre economías de subsistencia, sino porque a veces parece que, sencillamente, no existen para el resto del mundo.

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