Carolin Emcke: "La violencia no surge de forma natural, hay una lingüística del odio y del resentimiento que penetra en todos los estratos sociales"
Periodista y filósofa, es una de las intelectuales alemanas más destacadas. Acaba de publicar 'Lo que es verdad', un manifiesto contra la violencia en era de 'fake news'. "Necesitamos la utopía de un 'nosotros' humanista", reivindica
El Mundo, , 18-06-2025Como corresponsal en zonas de conflicto, Carolin Emcke (Mülheim an der Ruhr, 1967) ha asistido a funerales en Kosovo y Medellín, ha escuchado torturas atroces (como meterse desnudo en un barril lleno de anguilas), ha sido testigo de la devastación de Puerto Príncipe tras el terremoto de 2010 en Haití, ha viajado hasta los confines de Afganistán, ha visto Gaza antes de su destrucción… De aquellas experiencias escribió varios libros que, lamentablemente, no se han traducido al castellano, aunque también laten en su best seller internacional Contra el odio (Taurus, 2017), un alegato humanista que apela al universalismo y a los valores ilustrados. Más allá de su faceta como reportera de guerra, Emcke es una de las más destacadas intelectuales alemanas, en la mejor tradición crítica de la Escuela de Fráncfort, donde se doctoró en Filosofía con una tesis sobre las Identidades colectivas.
Los ensayos de Carolin Emcke se sitúan a medio camino entre la crónica periodística más directa, la reflexión académica y la tradición literaria de Franz Kafka, Lev Tolstói, el disidente húngaro Péter Nádas, los poemas de Paul Celan, las novelas de Toni Morrison… En su último libro, el breve y contundente Lo que es verdad (En Debate en castellano y Arcàdia en catalán), Emcke se pregunta cómo escribir sobre las distintas formas de violencia, desde la que resulta inenarrable por su grado de brutalidad hasta la que se infiltra en el lenguaje de uso cotidiano, se banaliza y se extiende en redes sociales. Lo que es verdad se lee como una clase magistral de periodismo, un ensayo sobre la ética y un manifiesto en la era de las fake news para buscar la verdad de una forma incansable y honesta. Como ella intenta en todos sus reportajes y libros.
Hace pocas semanas que ha vuelto de Israel, sin la posibilidad de cruzar a una Gaza sitiada. «La sensación de desesperanza es total. Tengo una amiga desde hace 20 años en Palestina y no he podido verla. Hace días que no recibo mensajes suyos… Y eso es una eternidad en Gaza, cada minuto puede ser el último», suspira en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), uno de sus espacios fetiche, donde en la última década ha participado en varios festivales y conferencias.
Emcke habla español con un divertido acento argentino y viste de negro total, casi un uniforme que tanto le vale para su papel de intelectual en Berlín donde reside desde hace lustros, sus seminarios internacionales como el que protagonizó en Barcelona con la periodista Patricia Evangelista (que se enfrentó al reino del terror del expresidente filipino Duterte) o para pasar desapercibida en las zonas de conflicto.
Su perfil resulta bastante inusual, no estamos acostumbrados a filósofos en un campo de batalla o en un contexto de conflicto.El único ejemplo que se me ocurre, y más siendo mujer, es el de Simone Weil. ¿Cómo vive esta dualidad entre filosofía y periodismo?¿Le da una mayor perspectiva en sus textos?
Fue algo que simplemente ocurrió. No tenía referentes, ni nadie con quien me sintiera identificada. Creo que como mujer, solo está Weil, sí… Además, soy gay, así que a veces ha sido realmente difícil. Nunc a imaginé una vida como la que tengo. Ahora diría que soy filósofa de pies a cabeza. Pienso con textos filosóficos y preguntas éticas en la mente. Tengo todas las herramientas del pensamiento filosófico cuando salgo al mundo, pero sinceramente creo que sería inútil en el ámbito universitario. No sobreviviría en la universidad, echaría de menos el estar cerca de la gente y de personas en situaciones de adversidad. En cierto modo, es una ventaja y una desventaja a la vez. Desventaja porque soy un ser híbrido: no cumplo con las convenciones de un lado ni del otro. Aunque… ¿a quién le importa? La ventaja es que siempre llego a los sitios con una sensación de desplazamiento, de no pertenecer del todo, de estar entre géneros. Tal vez eso ayuda en la escritura.
En su libro reivindica que hay que ser conscientes de la posición que ocupamos como europeos. En su caso, el hecho de ser una mujer blanca occidental puede suponer un privilegio. Pero en ciertos lugares ser mujer y homosexual la coloca en una posición casi de víctima, solo ‘salvada’ el hecho de ser una periodista extranjera.
Creo que es importante decirlo. Porque a menudo hay que pensar en formas interseccionales de exclusión e inclusión. Sí, soy blanca y eso conlleva ciertos privilegios o culpas. Pero ser mujer y queer implica que puedo entender lo que supone ser silenciada y desplazada en una sociedad. Creo que tengo una compren-sión profunda del complejo proceso de las personas que están sufriendo en un conflicto y comparten algo contigo, inseguras sobre qué contar y qué no, qué es demasiado arriesgado… Eso me da una comprensión general de la vulnerabilidad como condición de la humanidad. Por supuesto, en la práctica significa que tengo que ser muy cuidadosa en ciertos contextos, si se me percibe como enemiga o amenaza, si mi físico desencadena algo de lo que ni siquiera soy consciente… También tengo que ser consciente de que personas como yo podrían ser asesinadas. Hay sociedades en que somos criminalizadas, encarceladas y violadas, excluidas o ejecutadas.
Han pasado casi 10 años desde que escribió su icónico ‘Contra el odio’ y no parece que haya habido muchos progresos en la lucha contra la intolerancia y las desigualdades. ¿Cree que ha habido una regresión?
Totalmente. Cuando escribí el libro, algunos pensaron que ‘no era tan grave’. En ese momento, en el contexto alemán, todos se enfocaron en el capítulo sobre racismo y el sentimiento antinmigración. Pero también había capítulos sobre Eric Garner y la violencia policial blanca contra los afroamericanos en Nueva Jersey o la ideología del ISIS, que no se leyeron en absoluto. Realmente se trataba de los mecanismos de exclusión, de cómo funciona el señalamiento de ciertas personas. De cómo funciona el odio, en definitiva. Sólo ahora, casi 10 años después, vemos la forma dramática, radical y descarada en que ciertos grupos están siendo atacados, odiados y excluidos. La situación empeora cada vez más. Por supuesto, las estructuras de poder han cambiado y la oligarquía tecnológica ha alcanzado su máxima potencia como amenaza. Lo que permanece igual es la soledad de aquellos que son objeto de odio. La sensación de aislamiento y desamparo de quienes experimentan el odio sigue siendo la misma y aún no se escribe lo suficiente sobre eso.
¿Qué ocurre cuando se usa el lenguaje como mecanismo de exclusión y de odio? En su libro menciona algunas asociaciones como:‘masculino-musulmán-extranjero-violento’ o ‘judía-codiciosa-poderosa-conspiradora’. Son mecanismos subliminales que usan sobre todo los regímenes autoritarios. Pero, ¿qué hacer cuando también son realidades en las sociedades democráticas?
Creo que esa es la verdadera pregunta. Porque parte del problema es que cuando piensas en el odio o la violencia visualizas a esos grupos realmente extremos y brutales en la calle. Pero no piensas en todos los círculos que han preparado esa situación. La violencia no surge de forma natural: está orquestada y moldeada por todos estos mecanismos que priorizan ciertos cuerpos y crean jerarquías. Hay una lingüística del odio y del resentimiento que penetra en todos los estratos sociales. No es solo la derecha radical. Es la forma en cómo se hacen bromas sobre las personas trans, cómo se mira a las mujeres y ciertas imágenes de los cuerpos femeninos, cómo se habla de los palestinos… Parte de mi escritura consiste en crear un contradiscurso, una poética para recordar quiénes eran estas personas antes de ser señaladas. Considero que esa es la ética de la narración.
Ética… Es una palabra que se repite a menudo en su libro. Sorprende el número de veces que la utiliza.
¿Sorprende?¿Por qué?
En la calle, en los medios y aún menos en la política, no se suele usan la palabra ‘ética’. Desde el punto de vista marketiniano, las grandes empresas presumen de código ético, pero en general no se emplea en un sentido filosófico clásico, aristotélico. ¿Qué implica que el concepto de ética haya caído en desuso?
Podemos reemplazar el término ética, pero no su ambición: la convicción de que solo podemos vivir en dependencia recíproca con los demás seres humanos. Lo mínimo que nos debemos unos a otros son argumentos y justificaciones. En el mejor de los casos, nos debemos reconocimiento y solidaridad. Compartimos la vulnerabilidad recíproca y de ahí nacen las normas éticas
En tiempos de polarización extrema y del hiper-individualismo, su defensa del universalismo y del ‘nosotros’ frente al ‘yo’ tampoco está muy de moda…
¿Y cuál es la alternativa? ¿La desinhibida negación de los derechos de los otros? ¿La solidaridad selectiva, la noción de que solo valen determinados cuerpos, determinadas maneras de profesar la fe, determinadas maneras de amar? No. Soy universalista. Necesitamos la utopía anticipada de un nosotros humanista, aunque cada día sea cuestionada y negada en el mundo entero. El universalismo solo puede florecer si parte de lo individual, de lo local.
En su conferencia en el CCCB habló mucho de su amiga palestina de Jan Yunis, hoy una ciudad fantasma. Aunque se centró en contar lo que sucedía en Gaza, cada poco mencionaba a los rehenes israelíes bajo el cautiverio de Hamás. En cierto modo, acercaba ‘los dos bandos’, hablaba de las víctimas de un lado y de otro…
En la esfera pública hay una tendencia a olvidar a uno u otro. Y creo que no se puede. El derecho internacional humanitario y los derechos humanos tratan de establecer criterios para calificar algo como crimen de guerra, crimen contra la humanidad o genocidio, independientemente de quién sea la víctima. No podemos permanecer neutrales ante la vulneración de los derechos humanos. ¿Creo que las relaciones de poder son las mismas en Palestina e Israel ? No, en absoluto. Y, en consecuencia, se puede criticar a los responsables.
¿Cómo calificar la violencia en Gaza?¿O en Ucrania? Guerra, genocidio, crímenes de lesa humanidad… ¿Qué implicaciones tienen estas palabras?
¿Es relevante la cuestión del término? Sí, por supuesto. Porque es relevante para la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional. Tiene una enorme relevancia simbólica. Pero a veces soy algo escéptica, porque hay tanta lucha por la terminología que actúa como desencadenante o como ticket de entrada: si no usas estas palabras, no perteneces a esta cultura discursiva. Nos peleamos tanto por los términos que ignoramos lo que realmente está sucediendo en el terreno, donde la gente muere, pasa hambre, es asesinada…
No es lo mismo ver la guerra en Gaza desde España que desde Alemania, donde el peso de la SegundaGuerra Mundial y de las atrocidades del nazismo aún es muy fuerte. Como ciudadana alemana, ¿cómo vive el conflicto y la actuación de su gobierno, con el apoyo prácticamente sin fisuras a Israel, al menos hasta el nuevo canciller Friedrich Merz?
Siendo alemana, al pensar en el rol histórico del país, el caso de Israel y Palestina se hace extremadamente doloroso y complicado. Creo que la respuesta del gobierno alemán es completamente inadecuada. La justicia internacional y los derechos humanos deben ser la guía.Y el Tribunal de La Haya se ha pronunciado al respecto. No creo que el gobierno alemán pueda decir que ‘si se trata de Israel, entonces es diferente’. Ha habido medidas represivas, silenciando la disidencia y las voces palestinas. Para ser justos, hay un antisemitismo real en Alemania. Hay que ir con cuidado y ser crítico con todas las formas de ignorar los derechos humanos. Como escritora, he intentado escribir sobre la brutalidad del ataque del 7 de octubre y llamarlo por su nombre: es un delito de guerra y lesa humanidad. Estuve demasiadas veces en Gaza, vi demasiadas veces cómo Hamas tortura a los que la critican como para considerarla un movimiento de liberación. He intentado dar voz a los palestinos como seres humanos, hacer que sea imposible negarles sus derechos. No hay una contradicción entre reflexionar sobre la memoria del Holocausto y defender los derechos de los palestinos. Hay que encontrar una manera de hacer ambas cosas, sin ignorar los temores de los judíos en Alemania, pero sin que eso impida ver las atrocidades cometidas en Gaza.
Como ciudadanos de a pie, ¿cómo podemos enfrentar la sensación de impotencia ante esas atrocidades?
No lo sé. Realmente no lo sé [se queda unos segundos abatida, con la mirada baja y cierta frustración].
Usted escribe… Y lo denuncia, lo expone.
Pero no es suficiente. Deberíamos mirar más a Sudán, a Ucrania, a Gaza… Podemos presionar a nuestros gobiernos, a la Unión Europea. Hay que hacer más, salir a las calles. ¿Será suficiente? No. Creo que la próxima generación nos juzgará por nuestros fracasos. Y no podremos decir que no sabíamos. Porque lo sabemos.
Es lo mismo con el cambio climático.En ‘Lo que es verdad’ sorprende que su primer ensayo sobre violencia vaya seguido de otro sobre el clima, pero acaba entrelazándolos y estableciendo un claro paralelismo.
La crisis climática también es una forma de violencia. Ylo peor es que es irreversible. Amenudo creemos que la gravedad de la violencia es tan fuerte que el cambio climático parece más ligero. Pero no lo es. Hay muchas similitudes y los enemigos de la verdad son los mismos: los que quieren desmantelar la democracia. No siempre comparten una religión o un origen común pero sí una misma causa: la lucha contra la Ilustración y la ciencia, contra el reconocimiento histórico, contra el Estado de Derecho y el Derecho Internacional… Vivimos en una irracionalidad permanente, con mentiras envueltas en entretenimiento en redes sociales que agitan el odio sin tregua ni piedad. Por eso el movimiento del activismo climático y aquellos que defienden la democracia y los derechos humanos deben conectarse mejor.
En su libro también reivindica que «la democracia no puede prescindir de la aspiración a la verdad». Pero advierte que se paga un precio… ¿Cuál ha pagado usted?
Decir la verdad es arriesgado, agotador, puede costar la aceptación, la amistad, exclusiones… Al tener cierta proyección pública te expones a ser constantemente cuestionada, atacada y amenazada. El hecho de estar en listas de muerte de la derecha radical significa que…
¿Su nombre aparece en listas de muerte?
Sí. En algunos eventos públicos necesitas protección y seguridad. Debes ser muy cuidadosa con a quién das tu dirección. Eso es real.Con la cantidad de ira y rabia que existe en la esfera pública, a veces pienso que quizás debería convertirme en vendedora de helados o entrenadora de perros. Pero, como decía antes, no podemos permanecer neutrales ante las agresiones contra la democracia y los derechos humanos. Tenemos que levantarnos cada día y reconocer y recordar que hay criterios para discernir la verdad y encontrarla.
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