Historias
Quién era realmente el Negro de Banyoles: la historia jamás contada del hombre que fue disecado y expuesto en un museo
25 años después de que sus restos fueran devueltos a África, un documental revela la verdadera identidad del célebre bosquimano del Kalahari que se exhibió durante décadas en el museo Darder: "Ni era bosquimano ni del Kalahari"
El Mundo, , 17-06-2025Primero le hicieron una incisión en la parte alta de la columna siguiendo la misma rutina que se utiliza para disecar un zorro, un tigre o un oso. Sobre todo cuando se ha de exhibir de pie y de cara a una audiencia. Luego, con el máximo cuidado para evitar posibles derrames, le fueron retirando la piel del cráneo y dándole la vuelta para dejársela sobre la cara e ir despellejando el cuello poco a poco. A la piel le quitaron toda la carne y las partes blandas antes de curtirla. Luego extrajeron el cerebro y agujerearon el cráneo para poder atravesar su cuerpo hasta los pies con el alambre que soportaría todo el armazón que iba a sustituir sus órganos en el interior. Como si fuera un ninot de falla. El torso lo rellenaron de bloques de paja atados con hilo, le colocaron dos ojos artificiales porque los ojos es lo primero que se echa a perder cuando uno se muere y después lo embadurnaron entero con betún para que pareciera aun más negro. Por último, le colocaron un taparrabos, lo decoraron con un tejido de rafia y le pusieron un escudo en la mano izquierda y una lanza en la derecha para que resultara más auténtico. Más salvaje.
Nombre, por lo visto, nunca le hizo falta. Era negro, casi tan negro como el betún, y se podía visitar en un museo de Banyoles, la capital de la comarca del Pla de l’Estany, en la provincia de Girona. Así que fue para siempre El Negre de Banyoles.
Su historia es más o menos conocida, al fin y al cabo el Negro, posiblemente el único ser humano en todo el mundo que fue desenterrado y disecado para ser exhibido, protagonizó una de las polémicas más sonadas en nuestro país en la década de los 90. Su identidad, sin embargo, a nadie le importó demasiado.
Al menos hasta ahora…
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Redacción:HÉCTOR MARÍN
La resurrección del negro de Bañolas
Cuando se cumplen 25 años desde que sus restos salieron de una vitrina y fueron por fin repatriados, el programa Sense ficció de la televisión pública de Cataluña estrena esta noche El negre té nom(El negro tiene nombre), un documental dirigido por Fèlix Colomer y producido por 3cat y Producciones del KO que revela por primera vez quién fue realmente El Negro de Banyoles.
«Por una cuestión generacional, yo casi no sabía nada de él», reconoce Colomer, de 31 años. «Nuestros mayores conocían su historia, pero los más jóvenes no sabíamos nada de esto, no se hablaba del tema y nunca se hizo la más mínima pedagogía en las escuelas. Eso me llamaba mucho la atención y cuando empecé a sumergirme en el tema, aluciné con todo lo que pasó hace no tanto tiempo. Tener a un hombre disecado en un museo se veía como lo más normal del mundo, los colegios iban de visita y los turistas iban a Banyoles a ver el lago y el Negro. ¡Y a nadie le parecía raro!».
Para saber cómo acabó este señor africano disecado en un pueblo del interior de Cataluña, hay que retroceder casi dos siglos. La genealogía cuenta que alrededor de 1830 dos naturalistas franceses, los hermanos Jules y Édouard Verreaux, hijos de un taxidermista propietario de una tienda que traficaba con objetos naturales, decidieron buscar y desenterrar el cadáver de una persona para reconstruirlo y ofrecerlo como pieza de coleccionismo a precio de oro. Para que nadie se escandalizara con su experimento, buscaron un cuerpo de raza negra.
Todo el proceso que siguieron, bastante chapucero, lo relató el periodista Miquel Molina en el libro Naturaleza muerta (Edhasa, 2021). «La incisión la ha empezado en la parte alta de la columna, como manda el protocolo cuando se diseca a un mamífero…». Su crónica es el hilo argumental de buena parte del documental que estrena ahora Fèlix Colomer.
«El caso del Negro de Banyoles fue un último coletazo, un residuo del racismo científico del siglo XIX que, por extrañas razones, se prolongó hasta finales del XX», explica hoy Molina. "Era un fenómeno absolutamente obsoleto cuando el cuerpo ya estaba en el museo y que en los años 90 del siglo pasado estuviera expuesto en una urna y en la actitud que imaginábamos para los habitantes de África era algo obviamente excepcional».
Los hermanos Verreaux movieron su pieza como si fuera una atracción de circo por distintas tiendas de Francia hasta que un veterinario catalán llamado Francesc Darder lo compró en París en torno a 1886. «Él también trató de sacar provecho comercial, exponerlo y venderlo, pero no tuvo ningún éxito así que decidió llevárselo a Barcelona para que formara parte de su colección de historia natural», cuenta Molina. En 1916 le ofrecieron un pequeño edificio en Banyoles y fundó allí el Museo Darder con su bestiario particular. El Doctor Dardenstein le llegó a bautizar un diario de la época.
«El Negro estuvo en el museo sin pena ni gloria durante años», recuerda Molina. «Hasta que llegaron los Juegos Olímpicos de Barcelona… Entonces Banyoles era subsede de remo y unos periodistas fueron hasta allí para hacer un reportaje. Descubrieron que en el museo tenían aquello y todo cambió…».
“Seguramente este señor vestía con pantalones, tomaba café y era políglota, pero aquí lo disfrazaron con un taparrabos y una lanza”
Miquel Molina, autor de ’Naturaleza muerta
Entra entonces en escena un médico español de origen haitiano llamado Alphonse Arcelin, residente en Cambrils y militante del PSC, igual que el alcalde de Banyoles, Joan Solana, a partir de ese momento su archienemigo número uno. «Yo no podía comprender que en el siglo XX hubiese un ser humano de la raza que sea disecado como un animal», dijo el doctor en una entrevista. «No lo hago por política; yo soy negro y me siento insultado».
Su presión a través de los medios y las campañas internacionales que agitó Arcelin en los meses previos a Barcelona’92 animando al boicot de los países africanos convirtieron al Negro de Banyoles en un fenómeno de la época y en un polvorín dentro del municipio mientras la leyenda sobre el hombre disecado se adentraba en un laberinto de falsedades y fantasías. Se dijo que era de la raza de los hotentotes, que pertenecía a los botswana, que había sido caníbal y hasta que su cuerpo fue encontrado muerto y decapitado antes de ser disecado. Al final quedó científicamente registrado como un bosquimano del Kalahari. «Y no era ni bosquimano ni del Kalahari», resuelve Molina.
«Nunca hubo el más mínimo interés por averiguar a qué grupo étnico pertenecía este hombre», lamenta el periodista. «Nunca se hizo ninguna investigación seria y todo se llenó de inexactitudes. Según la conversaciones que yo tuve con profesores que estudiaron aquella época, seguramente este señor vestía con pantalones, tomaba café y era hasta cierto punto políglota, pero aquí lo disfrazaron con un taparrabos y una lanza incurriendo en todos los estereotipos y ofreciendo una visión de la historia absolutamente colonial».
«El objetivo era vender la imagen del salvaje y el relato de que los blancos eran superiores, aunque eso implicase ir en contra de la verdad», añade Colomer. «No había ninguna información y se hizo lo que más podía vender para que la gente fuera al museo».
Y los vecinos de Banyoles tan contentos. En una encuesta de aquellos años, más del 87% de los habitantes del municipio se mostraron a favor de seguir exhibiendo al hombre disecado. En TV3, Andreu Buenafuente hacía chistes entonces sobre el famoso Negro, su imagen era un icono de merchandising en el pueblo como si fuera el monstruo del Lago Ness: había camisetas, pins, gorras y hasta una lámpara con la forma de su lanza. Era el emblema de los carnavales y las visitas al museo Darder se triplicaron con toda la polémica mientras el racismo se iba normalizando como si nada en una localidad que hasta entonces había sido ejemplo de integración en nuestro país.
Cuando el debate sobre el Negro lo ocupaba todo, se repartieron unas camisetas en Banyoles que decían: ‘O tots o cap’ (O todos o ninguno) e invitaban a expulsar a todos los negros del pueblo si el falso bosquimano abandonaba el museo.
«Para ellos era lo más normal del mundo y en ningún caso consideraban que fuera racismo», se asombra Colomer. «Pensaban que el Negro tenía que estar expuesto porque era suyo y nadie podía ir allí a decirles lo que tenían que hacer o dejar de hacer». Su documental recupera los testimonios de la época y ha vuelto a entrevistar hoy a muchos de los que defendieron la exhibición del Negro en su momento. La mayoría sigue creyendo que aquello estaba justificado. «Es muy duro», lamenta Molina.
“El objetivo era vender la imagen del salvaje y el relato de que los blancos eran superiores, aunque eso implicase ir en contra de la verdad”
Fèlix Colomer, director de ‘El Negre té nom’
El caso es que la insistencia del doctor Arcelin logró su objetivo. Acorraló a Jordi Pujol, a Pasqual Maragall y a Felipe González durante la celebración de los JJOO y sus reclamaciones llegaron hasta Kofi Annan, secretario general de la ONU. En 1999, finalmente, consiguió que el cuerpo del Negro fuera desalojado. La noche del 8 de septiembre de 2000, casi de madrugada, una furgoneta llegó al museo y se llevó el cuerpo de forma casi clandestina. El cadáver fue trasladado al Museo Antropológico de Madrid, donde desmontaron su falso armazón. De ahí voló hasta Gaborone, capital de Botsuana. En la caja con sus restos sólo enviaron su cráneo y algunos huesos sueltos. El 4 de octubre fue enterrado con honores en el Parque Nacional de Tsholofelo.
Alphonse Arcelin se había convertido en un héroe para la comunidad negra, pese a que su historia no tuvo un desenlace feliz. «Él perdió un juicio por una demanda millonaria que presentó contra el Ayuntamiento de Banyoles y tuvo que pagar unas costas que no tenía ni por asomo», asegura Colomer. «Le embargaron las cuentas, le quitaron la casa, se arruinó por completo y empezó una mala vida. Se separó de su mujer y se tuvo que ir del país para vivir solo en La Habana. Su final es la parte oscura de esta historia». El médico falleció en Cuba en agosto de 2009.
La historia del Negro parecía llegar esta vez sí a su fin, pero aún queda un último giro de guión. Diez años después de la muerte de Arcelin y casi 20 años después del funeral del célebre bosquimano de Banyoles, un investigador holandés llamado Frank Westerman confirmó que el hombre había sido enterrado por error en Botsuana. Basándose en un artículo de Le Figaro de 1831 que seguía el rastro de los hermanos Verreaux, Westerman concluyó que el Negro había sido probablemente el jefe de una tribu de Litakou, en Sudáfrica.
«Había mucha teoría, pero nadie había dado el paso hasta ahora de ir al lugar de los hechos», cuenta Colomer, que, acompañado del investigador africano Job Morris viajó hasta Litakou hoy Dithakong para grabar la parte final de su documental. «Sabíamos que el Negro había muerto con unos 27 años de edad, sabíamos de qué pueblo era y que había sido jefe de una tribu. Nuestra sorpresa fue llegar allí, que estuvieran los actuales jefes del poblado y que tuvieran los papeles con la historia de su pueblo y los nombres de sus antepasados».
Sólo uno de sus antecesores no estaba enterrado allí. Sus restos habían desaparecido tiempo atrás y los registros decían que había nacido entre 1800 y 1805. Las fechas encajaban con su probable muerte en torno a 1830, cuando dos naturalistas franceses profanaron su tumba en África y lo disecaron para iniciar una odisea por Europa que duró casi 200 años.
«Estamos seguros al 99% de que era él», asegura Fèlix Colomer. «Faltaría la prueba de ADN, que ya es imposible, sobre todo porque los jefes de su pueblo no quieren volver a abrir su tumba, pero hay pocas opciones de que sea otra persona».
El Negro de Banyoles se llamaba realmente Molawa VIII. En la lengua de su etnia, Molawa significa «el que sufrirá».
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