La insoportable naturalización del horror
Público, , 16-06-2025La mierda no se comparte porque cuando se comparte, se naturaliza. El odio no se enfrenta, se sustituye. Ganar el relato implica crear el relato.
Hace unos días, el Ejército de Israel asaltó el barco Madleen en aguas internacionales. El Madleen llevaba a bordo a 12 activistas internacionales y una cantidad simbólica de ayuda humanitaria para Gaza. Lo atacó primero con drones, luego lo roció con un producto indeterminado de apariencia tóxica y posteriormente lo inmovilizaron con lanchas militares y lo secuestraron. Un ataque inaceptable que vulnera varias leyes del derecho internacional. Pero no ha pasado nada. Tanto es así que, mañana quizás, algún otro país decidirá abordar un yate o un transatlántico de pasajeros con esa certeza de que tampoco pasará nada. Porque todo esto empezó hace 10 años, cuando se empezaron a asaltar barcos en aguas internacionales del Mediterráneo. Eran barcos con decenas o cientos de personas que huían de Siria o de África. Y no solo han asaltado barcos, sino que también los han hundido, con las personas que iban en ellos. Pasamos de asaltar migrantes a asaltar activistas, de las costas de Grecia a cualquier otro país, donde una policía, un soldado o un presidente loco decidan que así es. ¿Quién establece cuál es el límite? ¿Quién decide cuándo te puedes pasar el derecho internacional por el forro?
Vivimos con la ridícula sensación de que los otros están muy lejos, física y estructuralmente, y de que lo que les pasa no nos va a suceder a nosotras. Sin embargo, no existe paz ni estabilidad en un espacio en el que los derechos no se respetan para todas las personas por igual. Los sistemas que se construyen sobre derechos desiguales son muy frágiles y acaban saltando en pedazos en un corto espacio de tiempo. Solo por esa sencilla razón, por egoísmo inteligente, deberíamos estar dejándonos la piel para evitar este tipo de situaciones y agresiones.
En la base de gran parte de lo que está pasando está la naturalización de lo inaceptable. Estirar la ventana de Overton nunca fue más fácil, sobre todo para lo malo. Se celebran las barbaridades como si hacerlo fuera un acto de valentía. Se muere un migrante y un grupo de locos se congratulan con tuits de “una paguita menos” y el votante de centro bienpensante reflexiona suavemente en términos de “a veces dicen unas cosas provocativas”. Hasta que llega alguien como Trump, que te recuerda que primero las dicen y luego las hacen. Antes del campo de exterminio están el racismo y la xenofobia, que son la naturalización narrativa de que las otras personas no son tan humanas como nosotras.
La naturalización del horror viene camuflada de un proceso natural de confusión y sobreinformación. En 1933 los nazis, con Joseph Goebbels, sofisticaron el uso de herramientas de comunicación masiva elevando el concepto de propaganda a su paroxismo. Y la gente se volvió loca. Ahora vivimos acorraladas por las herramientas digitales y la televisión que poco se habla de ella, como si todo el mal del mundo estuviera concentrado en X.
El pasado jueves estuve en una entrega de premios donde uno de los galardonados era Fadi al-Wahidi, un fotógrafo gazatí de 25 años. Contaba cómo los primeros fotoperiodistas de la Franja habían sido asesinados y ahora quienes hacían las fotos eran los fotógrafos de bodas y otros aficionados. Cuando le escuchaba hablar pensaba en mis amigos sirios, los fundadores de Baynana, Moussa, Moha, Obka, Ayham. Ellos fueron Fadi 10 años antes. La historia se repite. Siria no importó, ahora no importa Gaza, mañana no importas tú. Y será entonces cuando te preguntes por qué te ha tocado a ti, y la respuesta será que, simplemente, habremos convertido en natural el horror.
Últimamente ando inmersa en la promoción de Activistas del Amor, un ensayo sobre el tipo de construcción social que nos hace bien, aquella cuyo eje es el amor entendido como un acto político. Tanto el libro como las presentaciones son una justificación de mi convicción de que el amor es una herramienta de construcción masiva, única capaz de sacarnos del espacio tan desazonador en el que nos encontramos. Hemos naturalizado el odio hasta tal punto que no hace falta explicarlo. Sin embargo, el amor no se entiende como un sentimiento o formato de acción social válido. Esto es antinatural. El ser humano está diseñado físicamente para construir y vivir a través del amor. Neurológicamente, nuestro sistema de recompensas, que es un grupo de estructuras cerebrales que se activan y generan bienestar y placer (dopaminas, endorfinas, serotonina, etc.), se enciende con el amor. El odio produce cortisol. Los sistemas sociales basados en el amor y la comunidad generan personas longevas y sanas, mientras que los basados en el odio producen soledad no deseada y depresión. Y aun así, estamos naturalizando el odio.
Ver el telediario es una acción de valentía emocional, sea cual sea la cadena elegida. La actualidad internacional es insoportable pero la forma en la que el relato político nacional se construye es desazonadora. Se han naturalizado el insulto, la mentira y la confrontación. Parece que las elecciones las van a ganar quienes insulten más. Pero nunca fue mayor la desafección política. Faltan valor y estrategia. Faltan amor y empatía en todas las propuestas. Se debería naturalizar son líderes como Mujica, o como fue Manuela Carmena en aquellas elecciones hace diez años. Existe un espacio abandonado del relato en el que quien gana las elecciones o la batalla es una persona cercana, con sentimientos y con debilidades, y con un gran sentido de la justicia y de la igualdad.
Explica Bell Hooks en su libro Todo sobre el amor cómo en un sistema construido sobre el amor la injusticia no existe. También explica cómo ese relato del amor desapareció con el fin del movimiento hippie a principios de los 70. Hace poco, una mujer que se me acercó a que le firmara un libro me dijo que ella era hippie y que creía que el movimiento tenía que ser reconocido como político. “Imagina que gracias a él, la gente hace yoga hoy en día”. Yo iría más allá: gracias a este movimiento tenemos muchos de los derechos básicos actuales. El movimiento hippie cambió tantas cosas y tan rápido que la reacción del sistema fue enterrar el amor. Y con él, también enterraron las utopías. Desde los años 70 los relatos son distópicos. Nuestro marco de pensamiento se desarrolla en un entorno hostil donde la lucha es por la supervivencia y, en realidad, nuestra vida gris no está mal, porque podría estar peor. Hemos naturalizado un relato que pinta al ser humano destructivo y mezquino, cuando las personas somos naturalmente todo lo contrario. Tanto es así que hasta tenemos una sonrisa innata que no se puede activar de forma voluntaria. Es una herramienta que poseemos de fábrica para ayudarnos a relacionarnos con otras personas.
La naturalización es una herramienta de construcción o destrucción en función de lo que decidamos convertir en normal. La naturalización es una opción que tenemos, no es algo exógeno. Podemos trabajar para aceptar o rechazar relatos que no nos parecen adecuados. Este ejercicio de selección pasa por elegir qué información consumimos y cómo nos relacionamos con las demás personas. La cortesía y el cuidado cuando transmitimos mensajes son importantísimos. Las palabras que usamos, también. Tener paciencia y pararse para permitir espacios de relación calmados es indispensable. Tomarse el tiempo parar a respirar y “no hacer”, no son una pérdida de tiempo, sino una ganancia de perspectiva. Y finalmente, tenemos que proponer marcos sociales de amor y comunidad estirando los márgenes de lo posible. Espacios donde quepan todas las personas, donde todas puedan aspirar a tener los mismos derechos, donde reinen el cuidado y la bondad. Estirar la ventana de Overton hacia el bien para dejar de naturalizar la mierda y pasar a naturalizar el amor.
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