El infierno antes de jugarte la vida en la patera: "Me abandonaron en el desierto por no tener dinero"

Miles de migrantes mueren en el mar tratando de llegar a Europa, pero antes de subir al cayuco enfrentan peligros en los países de tránsito, como abusos, encarcelamientos y trabajos forzados. Leas y Cheick relatan a ‘Público’ su travesía por África, antes de afrontar una de las rutas más peligrosas del mundo, la conocida como "ruta canaria".

Público, Laura Anido, 16-06-2025

Miles de personas mueren cada año intentando llegar a Europa a través del mar. La ruta migratoria hacia Canarias se ha convertido en una de las más letales del mundo: 9.757 han perdido la vida tratando de alcanzar la costa de las islas, según la ONG Caminando Fronteras (últimos datos de diciembre de 2024). Pero hay una parte del trayecto que permanece en la sombra, lo que ocurre antes de subirse a una patera. Porque la travesía comienza mucho antes del mar, empieza en tierra firme, en otro infierno.

Cruzar desiertos a pie, sortear países en conflicto como Libia donde son frecuentes las detenciones arbitrarias, la extorsión y la tortura caer en redes de trata, trabajar en condiciones de esclavitud o terminar encarcelados son algunos de los sinfín de obstáculos que sortean los migrantes desde que abandonan sus hogares. Y, pese a todo, luchan por continuar su travesía hasta subirse a una patera, jugándose la vida una vez más en alta mar.

“Tardé tres años en llegar a España desde Camerún”, cuenta Leas a Público.

El viaje de Leas comenzó, como el de tantos otros, con la esperanza de una vida mejor. Pronto esa ilusión se convirtió en una pesadilla marcada por el peligro constante. Leas dejó Camerún hace casi nueve años, empujado por la violencia y la falta de futuro. Partió sin mapas, sin dinero y sin saber a ciencia cierta qué le esperaba. El camino fue largo y cruel, miles de kilómetros atravesando tierras desconocidas, enfrentando el hambre, el miedo y la amenaza constante de las mafias que controlan el tráfico de personas. Un infierno antes de otro infierno: el mar.

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La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que al menos 2.242 migrantes han muerto en África en el trayecto tras huir de su país en 2024, y muchos más desaparecen sin dejar rastro. Resulta difícil establecer una cifra dado que no existen datos más allá de lo que se pueda conocer por los testimonios de los propios migrantes.

Leas atravesó el norte de Camerún, cruzó Nigeria de sur a norte un país casi del doble del tamaño de España y llegó a Níger, uno de los puntos neurálgicos de la migración subsahariana.

Al llegar a Níger, fue llevado a un “gueto”, término que los migrantes usan para referirse a los puntos de tránsito gestionados por redes informales y, en ocasiones, criminales. Allí se organiza todo: rutas, pagos, transportes y grupos. Es un sistema informal pero profundamente estructurado, donde los migrantes que no tienen dinero simplemente quedan atrapados.

“Me abandonaron en el desierto por no tener el dinero suficiente. El grupo siguió al gueto y me dejaron atrás, completamente solo, sin casas cerca, solo había arena”, recuerda Leas. Pasó la noche pensando que iba a morir, hasta que, a la mañana siguiente, regresaron a buscarlo.

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Su rescate estaba condicionado a que debía quedarse en el gueto hasta que su familia pudiera enviar dinero para pagar su ruta. “Pero nadie de mi familia podía pagar, así que me puse a trabajar durante meses”, explica.

El trabajo en estos guetos rara vez es remunerado justamente. Muchos migrantes son forzados a trabajar en condiciones cercanas a la esclavitud para pagar su “deuda” de transporte. Algunos, como Leas, tardan años atravesando países y trabajando para lograr reunir el dinero necesario, pero consiguen subir a una patera y alcanzar con vida las costas canarias. Otros no corren la misma suerte y mueren en el intento, son detenidos por las autoridades o caen en manos de redes de trata, según alerta la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

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En el caso de las mujeres, además, enfrentan altos niveles de violencia sexual y trata. Según CEAR, se exige un pago adicional que puede alcanzar los 5.000 dólares. “Si no se abona en el momento, se permite continuar el trayecto con la condición de pagar en Argelia o una vez llegadas a Europa. En los casos en que no se cumple este pago, las mujeres sufren amenazas, persecución e incluso violencia por parte de los grupos organizados”, explica la organización en declaraciones a Público.

Las rutas terrestres también esconden su propia trampa mortal. Muchos pierden la vida asfixiados dentro de camiones cerrados, hacinados sin aire, comida ni agua, mientras intentan cruzar las fronteras africanas.

“Lo que más me dolió de todo el camino fue el racismo”
Cheick, de 20 años, también vivió su propio infierno para llegar a Europa. Recuerda su travesía como “un camino muy peligroso y difícil”. “La probabilidad de morir era mayor que la de llegar a donde estoy hoy”, explica a Público.

Su historia comienza en Guinea-Conakri. Se vio obligado a huir de su hogar porque su vida pendía de un hilo. Un coronel del Ejército le amenazó de muerte, tras confiscar tierras de su familia. “Me opuse a que nos quitasen lo nuestro, por eso me metieron en prisión injustamente. Logré escapar desde una clínica para salvar mi vida, y desde ese día empezó mi camino para huir del país”, relata.

Cheik en una imagen cedida.
Cheick, en una imagen cedida.
Al cruzar la frontera entre Malí y Argelia, vivió uno de los momentos más duros. Allí, un grupo armado tuareg los interceptó a él y a sus compañeros para encarcelarlos. “Nos metieron en prisión para obligarnos a dar los números de nuestras familias e intentar extorsionarlas. Las personas que lograban pagar podían continuar el viaje; quienes no podían, se quedaban allí”, apunta.

Consiguió seguir adelante, pero el camino no se volvió más seguro. En los países del norte de África, ser migrante era una condena. “Incluso la Policía, que se suponía que debía protegernos, nos perseguía en las casas, en las calles, en los lugares de trabajo… solo para meternos en prisión durante meses, y luego abandonarnos en el desierto”, denuncia.

En Marruecos, el racismo dejó una huella especialmente dolorosa. "Lo que más me dolió de todo el camino fue el racismo. Nos prohibían a los negros subir a taxis, autobuses, trenes o metros. Teníamos que viajar en silencio, escondidos, para que nadie nos viera. Si alguien veía a una persona negra en la calle, llamaban a la Policía, nos insultaban y discriminaban”.

El tramo más arriesgado aún estaba por venir. La última etapa de su éxodo, cruzar el mar en una zodiac de apenas nueve metros, junto a otras 54 personas. “Estuvimos entre tres y cuatro días en el mar, saliendo desde Marruecos hacia Lanzarote. Fue un viaje durísimo, sin comida ni agua, sin saber a dónde íbamos. Por suerte, conseguimos llegar todos bien”, recuerda.

Solo en el último año, 46.843 migrantes llegaron a España por la ruta canaria, según datos del Ministerio del Interior. No todos lo lograron, 9.757 personas murieron en el intento, de acuerdo con el recuento de la ONG Caminando Fronteras.

Tanto Cheick como Leas lograron alcanzar las costas de Canarias después de varios días en alta mar. Cheick llegó a España hace apenas siete meses y ya habla un español casi perfecto. Hoy vive feliz en Granada, apoyado por la ONG Accem. Por su parte, Leas reside en Lanzarote desde hace cuatro años y sueña con escribir un libro sobre su dura travesía para sensibilizar a otros. Aunque cada vez que toma la pluma los recuerdos traumáticos lo invaden, confía en que podrá plasmar su historia para que llegue a más personas y sirva para concienciar sobre la dura realidad de los migrantes. Sus relatos, como el de tantos otros, revelan la cruda situación que enfrentan quienes arriesgan todo en busca de un futuro digno.

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