Historias

Aminata, superviviente de ablación genital: "En las relaciones, el hombre termina y tú solo lloras"

Sufrió cercenación del clítoris y los labios vaginales a la semana de nacer. Fue casada a la fuerza a los 17 años. Hoy es activista en Valencia contra una práctica que ha mutilado a 230 millones de mujeres en todo el mundo: "Es una acción inhumana".

El Mundo, Pedro SimónTexto David González (Araba Press)Fotografías Texto Fotografías, 16-06-2025

Tenía nada más que siete días de vida cuando a la pequeña Aminata le mutilaron los genitales. Entre los mandinga su etnia en Mali lo hacen así: un cuchillo afiladísimo que en otros sitios se hereda de generación en generación; un corte hondo que se lleva por delante el clítoris, los labios menores y los labios mayores; el reposo cauterizante de después, las piernas de la bebé atadas con una cuerda y con puntos de sutura, si es necesario para que se forme la costra tras la carnicería: ahora ya sí, una hembra futura lista para el macho.

Todo eso se lo han contado, pero a sus casi 38 años no lo recuerda.

Lo que sí recuerda, lo que sí sabe, lo que sí ha vivido, es la vida estabulada de después. Los hitos animales de una genitalidad y una sexualidad destrozadas. El dolor insoportable. La marca de la mujer caballodeatilada.

Perdonen lo explícito del testimonio, pero ella necesita hacerse entender.

“Te dejan un agujero muy pequeño que solo se vuelve a abrir en la boda para la penetración. Así no te atreves a tener relaciones. Es tan pequeño que se te forman coágulos con la menstruación y los dolores son tremendos. Lo mismo pasa con la orina: el pis no sale con fluidez y puedes enfermar. Muchas niñas mueren por hemorragias en el momento de la ablación o por infecciones que vienen después”.

Sabe que son 230 millones de mujeres mutiladas como ella en el mundo. Sabe que, sobre todo, está ocurriendo en el África subsahariana, en Oriente Medio y en Asia. Y también sabe de las atroces supercherías que perpetúan la barbarie de la amputación genital femenina.

“El clítoris que se mutila dice, y escuchamos bien muchas veces se vende. Se cree que da paz a quien lo tiene, o fuerza a los políticos en los mítines, o hace más fuertes a los líderes religiosos”.

A una mujer maliense nacida en 1987 y natural de Kita (60.000 habitantes) le cortan los genitales nada más nacer, un encarnizamiento disfrazado de tradición que de no cambiar nada le ocurrirá a otros 27 millones de niñas hasta 2030.

Pero ella decide intentar cambiar lo que ve. El mundo está hecho de gente anónima así.

Deja al marido. Recala en España. Rehace su vida en Valencia. Estudia porque a ella siempre se le dio bien estudiar un grado superior de Plásticos y caucho y otro de Laboratorio diagnóstico y clínico. Crea una red que lleva su nombre para ayudar a mujeres mutiladas. Y escapa a tiempo para que nadie le haga a sus dos hijas lo que le hicieron a ella.

“Un día mi hija pequeña me dijo: ‘Mamá, voy a ser la primera nieta de tu abuela en licenciarme’. Yo le contesté: ‘Lo que tu mamá no ha podido ser lo vas a ser tú’…”.

Por algo la joven quiere estudiar Medicina.

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Para entender bien el recorrido que supone la frase anterior, hay que viajar al punto de partida.

Aminata Soucko es hija de padres analfabetos dedicados a la agricultura y al pequeño comercio. Su padre tuvo 20 hijos y 13 hijas (con 13 mujeres distintas). A todas ellas como mandan los cánones se les practicó la ablación nada más nacer, uno de los requisitos imprescindibles para poder casar a una chica: si no hay cercenamiento genital, no hay pureza.

Una chica rara Aminata.

Tan rara, que fue la única de los 33 hermanos en llegar con brillantez a 2º de Bachillerato.

“Te casan con 12, 15 o 16 años… Depende del cuerpo: si ya has desarrollado los pechos, es que eres apta para casarte. Yo tenía pretendientes desde los 14. Veía que a los 17 se me estaba pasando el arroz [sic]. Entonces mis padres me casaron en 2005 con un hombre que no conocía de nada 10 años mayor que yo”, nos cuenta.

“No era un buen hombre. Fue un infierno. No te puedes imaginar lo que fue la noche de la boda, lo que sufrí, el dolor, las violaciones a diario… No existe una peor forma de malos tratos. Al día siguiente de la boda, y a pesar de mi estado, yo quería ir al instituto. Pero ya no me dejaron ir”, prosigue. “Durante las relaciones del matrimonio, sufres desgarros, sangras… El hombre termina, y tú solo lloras y lloras… Yo sobreviví de bebé y de adulta, pero muchas no lo logran: sencillamente mueren durante la mutilación. También porque mucha de la gente que hace la ablación genital no tiene ninguna cualificación profesional”.

El esposo vino a España y regularizó su situación legal. Al cabo del tiempo, hubo reagrupación familiar con Aminata. “Yo no sabía ni una palabra de castellano, no sabía ni decir hola, y estaba en sus manos en Valencia. El primer día, en el telediario, salió una noticia donde se veía el escenario de un crimen. ‘¿Qué ha pasado?’, le pregunté. ‘Una mujer muerta. Si las mujeres no hacen caso a sus maridos, en España se las mata’, me contestó muy serio. Y yo le creí. Porque en mi país existe una frase que dice que, para que tus hijos sean dichosos, tienes que hacer lo que quiera tu marido”, apunta. “El insulto era lo de menos. No quería que aprendiera castellano, me decía que no me valdría para nada. Me seguía obligando a tener relaciones”.

La segunda de sus hijas nació en España (y menos mal). Para salvar a aquella niña que permanecía intacta con un año de vida y para ponerse a salvo las tres, logró romper con aquel hombre. De hecho, fue la primera mujer maliense en denunciar violencia de género en Valencia. Ella se quedó con la patria potestad y la guarda y custodia de las hijas y él acabó regresando a Mali para contraer un nuevo matrimonio.

Hay una frase descomunal de Aminata que da la medida de la complejidad de su historia. Y es la que sigue: “Cuando regresé en vacaciones, mi madre quería que mutilara a la niña”.

Pero ella ya caminaba justo en dirección contraria.

La reconstrucción genital de nuestra protagonista fue en 2013. Tuvo lugar en el Hospital Doctor Peset de Valencia. Te lo cuenta todo muy despacio, como quien trata de que comprendas bien: “La zona que te cortan durante la ablación cicatriza y genera fibrosis. Pero la mayor parte del clítoris se esconde dentro de la vagina. Así que, durante la operación, te sacan parte de ese tejido sano. Y vuelves a sentir. La cirugía fue como encender la luz en una habitación a oscuras”.

“No todas tienen problemas físicos, pero hay algo que sí tienen todas en común y es tremendo: les han arrancado el placer sexual”

Reyes Balanzá, coordinadora de la Unidad de Cirugía Reconstructiva del Hospital Doctor Peset de Valencia
Hablamos con Reyes Balanzá, jefa de sección de Obstetricia y Ginecología del citado hospital público y coordinadora de la Unidad de Referencia para la Cirugía Reconstructiva de la Mutilación Genital Femenina. Desde que su departamento nació a finales de 2016 hasta diciembre de 2024, su equipo ha intervenido a 49 mujeres y ha valorado a unas 200.

“Cuando son operadas, se les abre el mundo. Vienen pensando que sus problemas de salud tienen que ver con el hecho de ser mujeres y acaban descubriendo que no, que todo lo que les pasa es por culpa de lo que les hicieron”, explica. “Las hay que rechazan la cirugía porque tienen miedo a los que les pase al regresar a su entorno y las hay que se adhieren a la unidad y acaban viendo la vida de otro color… No todas tienen problemas físicos, pero hay algo que sí tienen todas en común y es tremendo: les han arrancado el placer sexual”.

La doctora tiene documentados casos muy frustrantes de mujeres que se operaron aquí y que fueron remutiladas al tener que volver a su país. De ahí que, tras la intervención, se les haga un documento para facilitar la tramitación del asilo en España.

¿Y Aminata?

“La unidad cuenta con ginecólogas, con un psicólogo sexólogo y con Aminata, que es la que intermedia con las mujeres, la que hace de puente entre las dos culturas. Ella es la que acompaña durante todo el proceso, la que les explica, la que les quita los miedos. Sin Aminata… Sin Aminata, no sé si la unidad funcionaría”.

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Un total de 92 países practican todavía la ablación genital femenina en todo el mundo. Pero no hay fronteras contra la barbarie: se conocen casos registrados de niñas que vivían en España y que fueron llevadas a sus países para la cercenación.

“Creen que es una manera de purificar a las niñas, pero es una práctica inhumana”, resume Aminata Soucko en un castellano tan lento como perfecto.

Hay países en los que se cree que las mujeres no tendrán hijos si no están mutiladas. Los hay que auguran la muerte del esposo si ella no está amputada antes de la boda. En otros, se dice que la ablación previene el contagio del VIH. Incluso, que el contacto del bebé con el clítoris materno puede matar al recién nacido o lo dejará ciego o deforme.

La maliense hoy no solo es agente de salud de cambio comunitario. Sino que trabaja como técnica de acción de la ONG Farmamundi formando a mujeres originarias de países en los que se perpetúa la ablación, para que actúen como palancas de transformación. Como presidenta de la Red Aminata creada gracias a ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, tiene un sueño: crear una casa de acogida para mujeres víctimas de violencia de género en Kita.

“Tú, al ser europeo y blanco, lo tienes más fácil que yo: mujer africana…”, reflexiona. “A veces, siento que no soy aceptada en Mali, pero tampoco aquí. Recuerdo un día en el autobús en Valencia. Fue el 15 de febrero de 2023. Una señora quería que me levantara porque decía que yo le había quitado el sitio. Solo por ser negra me lo dijo. Yo le contesté que había pagado el billete lo mismo que ella y que tenía el mismo derecho. Me escupió. Cuando le dije que no me escupiera, me pisó. ¿Sabes? Nadie en aquel autobús le dijo nada a aquella señora”.

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