Causas del ascenso ultraderechista
Público, , 13-06-2025Los tres elementos más significativos y combinados que explican esa reactivación ultraderechista, en esta fase histórica y, al mismo tiempo, permiten reforzarla, son los siguientes.
El reajuste del poder establecido
Primero, la necesidad de (parte) del poder establecido —la presencia de oligarcas tecnológicos en la investidura de Trump es significativa— de implementar una estrategia económica y política que le refuerce en los dos planos: en el interno, su poder y primacía con la garantía de sus ganancias, respecto de su mayoría poblacional; en el internacional, su prevalencia mundial y la correspondiente adecuación jerárquica según el potencial de cada país.
No hay que descartar, a medio plazo, grandes ofensivas neocoloniales, como la del genocidio palestino de especial gravedad, el desencadenamiento de guerras periféricas importantes y la militarización generalizada, así como el agotamiento y la pugna por los recursos naturales y los efectos del cambio climático.
De forma inmediata, hay un objetivo bastante definido: el desmantelamiento gradual del Estado de bienestar, el deterioro a gran escala de un contrato social equilibrado, todavía relevante en el Norte y en retroceso por las políticas neoliberales y de austeridad.
Relacionado con este tema
“Los ultras no están a las puertas del poder, están dentro, marcando el rumbo”
Víctor López
Anna López Ortega, politóloga y autora de ‘La extrema derecha en Europa’.
El Estado de bienestar (social y democrático de derecho) se presenta como el adversario a batir por la presión ultra (y neoliberal) a través de su privatización, segmentación y recorte, en beneficio de los grandes poderes financieros y de servicios privados. Se pretende un nuevo darwinismo social, con el desamparo para las mayorías populares y una mayor subordinación hacia las élites dominantes. Con diversos matices, el trasfondo del proyecto de las extremas derecha rezuma ultraliberalismo antisocial hacia abajo y apropiación autoritaria hacia arriba.
El fundamento segregador
El segundo factor asociado al avance ultra es la recomposición de una base social vertebradora de su apoyo sociopolítico y electoral, sobre el fundamento segregador. Su plan trata de promocionar los sectores populares con ventajas comparativas, en una o varias de sus posiciones sociales, respecto de los grupos con desventajas, aunque sean parciales o solo en algún ámbito específico.
Utilizan el resentimiento de determinados sectores poblacionales por los retrocesos relativos de privilegios o posiciones de dominación para trasladar el foco y las responsabilidades a los grupos sociales en mayor desventaja histórico-estructural por su posición de clase social, étnico-cultural (o racial y nacional) y por sexo/género.
Es particularmente intenso por la fuerte presencia inmigrante en EEUU y en algunos países europeos —de gran origen musulmán—, y menor en España, con una parte de la composición inmigrante —latina— más afín culturalmente.
La presión derechista trata de incrementar las distancias entre las clases acomodadas y las clases trabajadoras y sectores precarizados, particularmente cuando se producen retrocesos de condiciones y expectativas que causan mayor resentimiento hacia abajo en las capas medias o nativas en descenso.
Pretende reforzar, como prioridad de estatus, el supremacismo blanco, frente a las personas de color, e implantar la prioridad nacional excluyente y su identidad sociocultural dominante —el caso del nacionalismo españolista en un país plurinacional como España—, frente a las personas inmigrantes o de otra nacionalidad o cultura (es el caso de la islamofobia), en vez de articular un proceso de convivencia intercultural.
Impone la continuidad de los privilegios y ventajas masculinas, y los modos patriarcales de dominio y desigualdad, frente a trayectorias igualitarias entre los sexos y la libertad sexual y de género, promovidos por los procesos feministas.
En definitiva, el plan ultraderechista trata de consolidar, en esas esferas fundamentales que han experimentado avances significativos estas décadas pasadas, unas relaciones sociales de dominación que reproducen la segmentación y la división social, con efectos disgregadores en el campo popular.
Persisten la discriminación para unos grupos sociales y las ventajas parciales para otros. Para los primeros, desigualdad de condiciones y oportunidades. Para los segundos, aspiración a mejorar, comparativamente, su estatus, aunque sigan castigados o dependientes en otras esferas vitales. Por ello, pueden favorecer, ocasionalmente, ese orden social emanado de los grupos de poder que se benefician de esa debilidad popular estructural.
La ofensiva ideológica ultra
El tercer factor del ascenso ultra es la generación y difusión de una nueva cultura legitimadora de los nuevos órdenes desiguales en esas estructuras sociales —sociolaborales, étnico-raciales-nacionales y de sexo/género—; y en el ámbito internacional, con un nuevo neocolonialismo e imperialismo. Esa dinámica la realizan desde sus fuertes apoyos en el poder económico, institucional y mediático, a veces en connivencia con las derechas tradicionales (y de alguna izquierda).
Así, para consolidar la dominación social de esas estructuras desiguales y justificar la superioridad de su estatus social ventajoso, son funcionales: el individualismo extremo, posesivo, mercantilizado, consumista y (falsamente) meritocrático; el nacionalismo etnocéntrico y el racismo, para someter a minorías raciales o nacionales, especialmente de origen inmigrante, incluso de varias generaciones anteriores; e, igualmente, la subordinación de las mujeres, dirigidas hacia una función subalterna o en desventaja en el ámbito público o profesional, así como en el familiar, sexual, reproductivo y de cuidados.
En la percepción de la sociedad, ya no estaríamos en la polarización de la mayoría popular frente a las élites dirigentes y los grupos de poder (o del 99% frente al 1%, o de las clases trabajadoras frente a la gran propiedad y su Estado), típica de las izquierdas transformadoras y otras fuerzas progresistas. Tampoco en la visión liberal de la concurrencia y regulación consensual de grupos de interés, o del reconocimiento de la libertad y la igualdad jurídica solo del individuo abstracto, al margen de sus condiciones sociales, necesidades vitales e identificaciones colectivas.
La formación del nuevo sujeto “populista” de las ultraderechas estaría delimitado por un “nosotros”, basado en un etnonacionalismo identitario y esencialista, frente a los “otros”, en posición subalterna o excluyente. Ese supremacismo (¡mi patria, primero y por encima!) tiene cierta apariencia universalista instrumental y un ropaje de innovación tecnológica, pero está impregnado de ultra conservadurismo social y moral, un discurso manipulador, una ética nihilista y un pensamiento irracional.
Supone una reestructuración de (parte) las capas privilegiadas, desconfiadas del sostenimiento del convencional orden social liberal-capitalista, con dos niveles distintos de posiciones de dominio.
Por un lado, por los grupos de poder oligárquico, autoritarios y neocolonialistas, sin suficiente competencia articuladora de lo económico y lo social y sin capacidad consensual respecto de la democracia, y beneficiados por ese reajuste de poder y sometimiento popular.
Por otro lado, de forma subordinada, por los grupos sociales con ventajas relativas, en distintas esferas, respecto de los sectores en desventaja comparativa, aunque también estén sometidos a discriminación y desigualdad, en otras facetas vitales, por esos poderes fácticos. Es una posición contradictoria que deviene en bandazos adaptativos según las realidades y expectativas de ganancias de estatus y reconocimiento.
Frente a la amenaza ultraderechista, los valores de igualdad, libertad y solidaridad siguen vigentes para guiar la actitud cívica progresista y democrática que el mundo necesita.
(Puede haber caducado)