«Rezad por nosotros, vamos a España»
ABC, 04-09-2006TEXTO Y FOTO: LUIS DE VEGA, ENVIADO ESPECIAL
ISLA DE DIOGUÉ (SENEGAL). «Coged agua y vuestro equipaje». Con este sencillo anuncio se enteran de que el gran asalto a Europa se pone en marcha. El mecanismo está perfectamente estudiado. Sin demasiada prisa – hasta para emigrar se mantiene el ritmo africano – , pero sin pausa. Como robots programados desde hace tiempo. Sin cambiar el gesto apático de sus caras. Sin ninguna expresión de alegría.
Así recibe un grupo de senegaleses de uno de los organizadores de la expedición la noticia de que el embarque es inminente. Cogen las escasas pertenencias que les permiten llevar, casi siempre en una bolsa de plástico de las típicas de supermercado, unas cuantas botellas de agua y galletas que acompañarán a la comida que la mafia incluye con el pago del pasaje. A esto se reduce el ritual antes de encaminarse a la playa, a unos quinientos metros del poblado en el que han matado el tiempo de espera jugando a las cartas como máximo entretenimiento.
Son las 16.30 horas del sábado 2 de septiembre. Estamos en la isla de Diogué, donde el río Casamance se abre al Atlántico senegalés, cerca de la frontera con Guinea Bissau. Por el camino más corto y si todo va bien, les quedan más de 2.000 kilómetros de océano – unas 1.100 millas náuticas – y entre diez y catorce días de durísima navegación. Cuando este periódico llegue a los quioscos ellos ni siquiera habrán cruzado frente a las costas de Dakar.
Ritual animista
Mamadou Balde es uno de los jóvenes a los que hemos acompañado en los últimos cuatro días a la espera de que zarparan y que no se han inmutado cuando les han dado la orden de ponerse en marcha. Este senegalés, de la región de Kolda, lleva a cabo un breve ritual animista para que todo vaya bien. Nada más salir de la chabola, inclina la cabeza hacia dentro a través de la puerta y se enjuaga la cabeza con agua. Todo es para regresar vivo a su casa, Senegal. La aventura le sale por 400.000 francos (unos 610 euros). «Sé que el viaje será duro, pero no tengo miedo. Sólo quiero llegar sano y a buen puerto», explica. «Rezaremos por vosotros», les dice una mujer mientras se aleja con los demás.
El sol se empieza a despedir y los pescadores realizan sus labores a pie de orilla mientras los grupos de emigrantes se cruzan con ellos de camino al punto de encuentro. Casi todos llevan su bolsa de plástico al hombro, y el que más, un chaleco salvavidas.
Las pandillas empiezan a arremolinarse en torno a los «touroperadores», que, como en los cruceros de verdad, pasan lista controlando quién ha pagado y quién no. Varias decenas de metros dentro del agua están ya listos los cayucos con todo lo necesario. Gasolina, agua y alimentos. Dos motores, un GPS para seguir la ruta trazada y unas lonas como improvisados camarotes. Dos piraguas algo más pequeñas se encargan de trasladarlos desde la orilla.
Tensión al ser fotografiados
Los primeros en ocupar su plaza, apenas media docena, esperan con aparente tranquilidad. «Rezad por nosotros, vamos a España», llegan a decir a los dos extranjeros blancos que los fotografían. Pero instantes después la situación cambia con otro grupo. Molestos ante la presencia de la cámara, los tripulantes de uno de los cayucos encargados del transporte de los emigrantes desde la playa abordan la barca en la que se encuentra este corresponsal. Se viven momentos de tensión que se resuelven con el pago de una pequeña mordida al dueño. El trasbordo al cayuco definitivo se produce entre gritos de algunos de los emigrantes mientras van ocupando sus plazas.
Finalmente se completan dos embarcaciones, más viejas que nuevas, de más de veinte metros de eslora. Los dos capitanes, que tienen pensado navegar juntos, han llegado desde San Luis de Senegal, cerca de la frontera mauritana. Les acompaña un mecánico de la ciudad de Ziguinchor que intentará poner orden en alta mar si hay imprevistos con los motores.
Una de las embarcaciones va con 83 pasajeros, y otra con 90. En esta segunda viajan dos grupos de subsaharianos distintos unidos gracias al acuerdo de dos mafias que no contaban en estos momentos con suficientes clientes para completar sus cayucos. Moussa Diallo – así lo llamamos por motivos de seguridad – , que abre a ABC las puertas de este sorprendente negocio, pone en manos de otro organizador sus 50 jóvenes para que complete el viaje con los 40 que éste ya tenía. Como contraprestación, Diallo aporta los dos motores de 40 caballos, la gasolina y 3,5 millones de francos (unos 5.350 euros).
Cuatro horas de trasiego
El sol ya se ha ido y la selección de fútbol de Senegal juega en esos momentos frente a Mozambique. En Diogué sólo hay un par de televisores enganchados a un generador, en los que los vecinos pueden ver los partidos por 150 francos (algo más de 20 céntimos de euro). Sobre las 20.30 horas (dos horas más en España) todo está más que listo. Han sido más de cuatro horas de trasiego – sin prisa pero sin pausa – en las que no ha habido ni rastro de las Fuerzas de Seguridad. Con el mar y el cielo fundidos en negro, los dos cayucos enfilan rumbo a Canarias, a más de 2.000 kilómetros.
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