Oriente Medio, el odio
La Vanguardia, , 27-05-2025Hablar hoy del conflicto palestino – israelí es arriesgarse a ser asesinado por los partidarios de ambos bandos. Sin embargo, no hablar de él es aceptar el odio que genera. El odio, según Freud, alimenta la agresión y la voluntad de autodestrucción de toda vida colectiva. En resumen, el odio desata violencia. No solo allí, en Oriente Medio, donde lleva décadas ocupando el espacio; sino también aquí, en Europa, donde pronto podría provocar encarnizadas batallas entre personas de diferentes credos, con las consiguientes estelas de víctimas.
Odio el odio. En primer lugar, porque pertenezco a una generación que lo ha visto en acción. Y porque tuve la desgracia, años más tarde, de verlo armar la mano de un miembro de la Yihad Islámica, organización vinculada con los Hermanos Musulmanes, que en 1981 asesinó al presidente egipcio Anwar el Sadat por firmar la paz con Israel. Ese odio que, catorce años más tarde, en 1995, impulsó al fanático religioso israelí que asesinó al primer ministro israelí Yitzhak Rabin por firmar la paz con el palestino Yaser Arafat.
Sí, el odio mata. Intensificado por los extremistas de ambos lados del Mediterráneo, soltó a una turba de asesinos de Hamas el 7 de octubre de 2023 contra una reunión de pacifistas israelíes. De ellos, 1.188 fueron violados y asesinados; 215 fueron tomados como rehenes. Unos hombres y mujeres que tendían una mano fraternal a los habitantes de Gaza. Finalmente, el mismo odio, reforzado por esos asesinatos, fue el origen de los bombardeos israelíes sobre Gaza, que continúan hasta hoy. Como dijo acertadamente Marie de Flavigny: “Lo peor de ciertos odios es que son tan viles y rastreros que hay que rebajarse para combatirlos”.
¡No, no nos rindamos! Todo está escrito, dice el Talmud, pero la libertad queda en manos del hombre. ¿Quién tiene el valor de aceptar ese reto? Los jóvenes israelíes que, por miles, se manifiestan semana tras semana en las calles de Israel por la paz, el regreso de los rehenes y el fin de la guerra en Gaza. ¡Sí! Entonces, ¿por qué no los muestran nuestros medios de comunicación? Sin embargo, son hermosos con sus cánticos entremezclados con el flamear de las banderas azules y blancas, adornadas con la estrella que mis antepasados llevaban en sus túnicas durante la guerra. ¿Será precisamente por esa estrella? Uno se pregunta si aquellos que, en Francia o en otros lugares, muestran su apoyo a Hamas se alegrarían de ver a israelíes y palestinos reconciliarse y encontrar una forma de convivir algún día.
Los judíos descubrieron la tierra de Israel hace 3.500 años, tras la liberación de la esclavitud en Egipto y 40 años de peregrinaje por el desierto. Un país, una “Tierra Santa que Dios os ha atribuido”, dice Moisés a sus gentes en el Corán (5:21), y que los judíos, a pesar de las guerras y las sucesivas ocupaciones, nunca han abandonado. Los árabes, por su parte, llegaron allí en el año 637, encabezados por el segundo califa de la historia, Umar ibn al Jattab. Entraron en Jerusalén, donde derrotaron a los bizantinos, construyeron la mezquita de Al Aqsa y, en el 638, invitaron a los judíos expulsados por Bizancio a reasentarse allí.
Desde entonces, los destinos de judíos y árabes se han cruzado. La hostilidad entre vecinos es conocida. Se vuelve violenta cuando es utilizada y alimentada por las potencias ocupantes. Ya sean omeyas, abasíes, cruzados, mamelucos, otomanos o británicos. La lucha de los judíos contra estos últimos fue feroz. Coincidió con la encabezada por la India en su lucha contra aquellos mismos colonizadores ingleses.
Esos dos movimientos anticolonialistas marcaron el fin del Imperio Británico. Sin embargo, antes de marcharse, los humillados británicos provocaron tensiones comunitarias entre hindúes y musulmanes en Asia, y entre judíos y árabes en Oriente Medio. Para poner fin a aquellas dos guerras fratricidas, las Naciones Unidas reconocieron dos Estados en Asia, India y Pakistán (una partición promulgada en agosto de 1947 por una ley del Parlamento británico, la de Independencia de la India) y dos Estados en Oriente Medio, Israel y Palestina.
Sin embargo, mientras que el Estado de Israel se proclamó en 1947, el palestino no llegó a existir debido a la feroz oposición del mundo árabe de la época. Fueron necesarias varias guerras para que, finalmente, en 1993, se firmara un acuerdo para la creación de un Estado palestino junto a Israel y en paz con él. Sin embargo, una vez más, el proceso de paz se vio saboteado por la intrusión del movimiento extremista de los Hermanos Musulmanes representado por Hamas.
Desde los pogromos del 7 de octubre y la respuesta militar de Israel, no hemos dejado de llorar a los muertos de ambos bandos. ¿Y ahora qué? Pues bien, siguiendo al maravilloso Isaías, profeta que murió cortado con una sierra por sus enemigos en el hueco del árbol en el que se había refugiado, repito: “Venid y discutamos esto. Aunque sean vuestros pecados tan rojos como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean como la púrpura, como la lana quedarán”. Y el profeta concluye: “Si estáis dispuestos a obedecer, comeréis lo mejor de la tierra; si os negáis y os rebeláis, la espada os comerá” (1:18 – 20). Un presagio terrible.
Traducción: Juan Gabriel López Guix
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