Inmigrantes: ¿Ponte en su lugar!

El Correo, 03-09-2006

Era la noticia de un día cualquiera. 18.500 inmigrantes subsaharianos han conseguido alcanzar las costas canarias en lo que va de año. El Gobierno español calcula que unos 450 cadáveres han sido recogidos en el mar durante ese mismo periodo. La Cruz Roja cree que serán de 2.000 a 3.000 las personas que han desaparecido en el Mediterráneo, en su deseo de llegar a Europa.

Intentemos pensar juntos sobre estos hechos y hagámoslo con sentido común. Vivo en el mundo y oigo a menudo esta primera reacción: «Nos van a inundar, ¿que cada uno se quede en su tierra, que no vengan!2. Es una reacción primera; en realidad, primaria y primitiva. Es algo así como decir ‘A mí me va bien y no quiero que me molesten’. Pero claro, la cuestión es ponerse en el lugar del otro y responder a qué haría yo de estar en su lugar. La pregunta inteligente, cabal y moral, sobre cualquier problema es qué haría yo en el lugar del otro, e intentar comprender sus derechos y, si creo que no los tiene, sus razones. Si no me pongo en la piel del otro, realmente no he pensado las cosas en serio ni me he hecho preguntas éticas. Soy un ignorante o un cínico.

Luego están los que tienen más cabeza. Que vengan, sí – dicen – , pero conforme a las necesidades y posibilidades de nuestro modelo social. Que vengan con papeles y a medida que la situación laboral lo permita. Piensan bien estos amigos. Son realistas y tienen sentido común. Tan realistas y cautelosos que se pasan. Porque la cuestión es también ver si podemos presionar para hacer más hueco. No sólo si hay huecos, sino si podemos hacerles hueco. Estamos ante el problema de una implicación positiva de los ciudadanos de Europa para crear posibilidades y forzar oportunidades.

Vamos a concretar un poco. Si esa gente en el África subsahariana sabe cómo vivimos, sobre todo cómo consumimos, y ella está malviviendo en su país, pongámonos en su lugar y veamos cómo se les puede decir: ‘Así son las cosas y así es lo justo, porque así lo determinan las fronteras’. ¿Quién creerá esto? Yo no. Pero no vienen los más necesitados – se dice – , sino los más atrevidos y preparados. Desde luego, lo sé, pero ¿que otros sean más pobres que ellos hace injusto su intento? Por favor. Es la eterna disculpa de los satisfechos, ‘no ayudo a éste porque otros están todavía peor’.

Si poniéndonos en su lugar no hay escapatoria para decir que les entendemos perfectamente, miremos un poco a nuestras posibilidades. Decimos que no hay trabajo para todos. Es cierto. Y concluimos que entonces, si vienen tantos, será un problema mayor. Es cierto. Si damos por hecho que el sistema social es el que es, que las cosas son como son, que la propiedad acumulada hasta el abuso es natural, que los consumos de lujo y el derroche en cosas superfluas son respetables y legítimos, entonces ‘apaga y vámonos’. Y ésta es la realidad.

Un ejemplo. Las empresas de telefonía han encargado el diseño de algunos de sus móviles a artistas de prestigio internacional. Les han incorporado cuero, plata, oro y hasta brillantes. El resultado, que ellas mismas están sorprendidas con el éxito del producto y tienen lista de espera. Claro, si consideramos legítimo y normal que mucha gente acumule viviendas de lujo, se gaste en objetos de marca y diseño cantidades incalculables, disponga de varios automóviles de gran cilindrada, se reserve espacios en la costa, tiendas, hoteles, restaurantes y hasta colegios para ‘la corporación de los ricos’, si todo esto, y mucho más, es normal y legítimo, entonces cierto que no llega para todos. No llega para todos porque muchos se han hecho con más de lo que les corresponde y admitimos que esto es legal y justo. Pero como esto suena a rancio socialismo, cuando no es más que el ‘abecé’ del ‘destino universal de los bienes creados’, ley fundamental de la creación, ahí están muchos para reírse con cinismo. ¿De qué se ríen? De cómo nos tragamos una versión abstracta y desencarnada de los derechos humanos, ésos que son de todos los humanos, pero siempre que sean ciudadanos de mi Estado; más aún, siempre que sean ciudadanos realistas, es decir, que no reclamen demasiados derechos sociales y no cuestionen el derecho de propiedad, ¿cualquiera que sea su magnitud, modo de gestión y destino de las plusvalías!

Son muchas las cosas que pueden decirse a partir de la emigración, y en muchos casos, críticas con las mías. Pero la tesis de que para responder las cuestiones más conflictivas de la vida hay que ponerse en el lugar de los otros, de las víctimas principalmente, y así entender sus derechos y sus razones, es inapelable. Aquí queremos ser morales y muy dignos sin admitir preguntas sobre ‘yo cómo vivo’, ‘yo qué puedo hacer’ y ‘yo qué puedo aportar’. Así que la riqueza, y sobre todo el consumo lujoso y despilfarrador, es siempre conservadora en cuanto a las ideas. Porque cuando no crees en nada más que en tu posición social acomodada, todo lo que sirva para justificarla es bueno, y así – dices – , viva ‘la patria’, viva ‘la moral de siempre’, vivan ‘las formas democráticas a secas’, viva ‘la religión conservadora’. Y si quieres creer en muchas cosas, sin renunciar a tu posición social privilegiada, entonces tienes que evitarte las preguntas fundamentales y lanzarte a la acción, porque ‘no hay tiempo para teorizar’, es decir, para ‘denunciar las causas de tanta injusticia’, o ‘siempre fue así, y no tienen remedio político’; en realidad, no quieres descubrirte más culpable de lo que imaginabas.

En suma, primero colaboramos a que haya más pobres que nunca y después nos organizamos para resolver los casos más cercanos. No renuncio a estas ayudas, desde luego, pero la cuestión de ponernos en el lugar del otro, de las víctimas, es definitiva en cuanto a nuestro saber, poder y querer.

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