LA PRESIÓN MIGRATORIA // LOS PREPARATIVOS PARA ZARPAR

Cada vez más riesgo

El Periodico, 03-09-2006

Dos radares GPS, dos motores, 18 bidones de 200 litros de gasolina cada uno (3.600 en total) y otros cinco (1.000 litros) de agua, seis bombonas de gas para cocinar, siete sacos de arroz, uno de azúcar, galletas, leche en polvo, aceite. Todo protegido con lonas. El cayuco está listo para que embarquen los pasajeros. Eso sí, previo pago de medio millón de francos CFA (unos 770 euros), una auténtica fortuna en estos países. “Bueno, puede negociarse hasta los 300.000 unos 460 euros, que siguen siendo una fortuna”, dice Moussa Diallo, un nombre falso bajo el cual un miembro de la red de emigración clandestina accede a explicar cómo funciona el negocio.
El capitán es reclutado entre los pescadores más expertos en la navegación. Cobrará entre un millón y medio y dos millones de francos CFA (entre 2.300 y 3.100 euros). Parte de este dinero lo dejará a la familia y el resto lo cambiará en euros para llevárselo a España.
Junto a él viajará algo así como una tripulación. En cada barcaza van 8 o 10 pescadores, que le relevarán al timón (el viaje es ininterrumpido), cocinarán, repartirán los víveres y, en definitiva, se moverán en el cayuco en alta mar, algo fuera del alcance del resto de los pasajeros, que a menudo necesitarán su ayuda para resistir. Para ellos el viaje es gratuito.
También hay dos plazas gratuitas en cada embarcación para jóvenes de Diogué. Con este pacto, que poco afecta el escandaloso margen de beneficio, los organizadores se han asegurado el silencio de la población de la isla sobre sus actividades. Y ahora que en Diogué, como dice Diallo, “ya solo quedan los viejos, las mujeres, los niños y los que no quieren irse”, siguen depositando el importe de dos plazas en el fondo común con el que los vecinos afrontan sus necesidades colectivas.
Sin embargo, los organizadores son conscientes de que su negocio tiene “los días contados”, como reconoce Diallo. La vigilancia acabará llegando al delta del Casamance, y habrá que irse con las piraguas a otra parte. Mientras, apuran el tiempo que les queda poniendo en mayor peligro si cabe las vidas de los emigrantes. “Al principio los cayucos que salían eran nuevos y los motores también, pero ahora no podemos esperar”, admite.

“Solo quieren oír ‘España’”
Yussuf, un veterano pescador de Diogué, es categórico: “Ninguno de esos cayucos va a llegar. Son demasiado viejos, y los motores también”, afirma señalando a las cuatro embarcaciones que esperan amarradas en una ensenada. “A los chicos que merodean por aquí se lo digo, pero no escuchan. Ellos solo quieren oír la palabra España”, añade con amargura, antes de cargar con dureza contra las redes: “Hay gente que no es honrada. Saben que esos cayucos no pasarán de Mauritania, pero solo quieren que zarpen y coger el dinero. Luego, si hay algún problema, desaparecen antes de que venga nadie a reclamarles”.
Si ante las dificultades de la travesía el capitán decide dar media vuelta y la embarcación logra volver al punto de partida, los pasajeros “pueden escoger entre volver a intentarlo o la devolución de la mitad del precio del viaje”, explica Diallo. Si la piragua naufraga, los que puedan contarlo se quedan sin otra compensación que la de haber salvado el pellejo. Pero eso no lo saben. “No hay que desanimarles”, suelta Diallo sin inmutarse.

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