Los nuestros estuvieron allí: Mauthausen, el deber de la memoria

Público, Por Estrella Galán Eurodiputada de Sumar. , 12-05-2025

El pasado 5 mayo se conmemoró el 80º aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, y este domingo tendré el honor de participar en el acto oficial que allí se celebra.

Para mí no será solo un homenaje institucional: será también un gesto profundamente personal. Porque al pisar ese suelo cargado de horror y dignidad, estaré recordando a mi abuelo que, unos años antes, sufrió la represión en un campo de concentración español.

El 28 de marzo de 1939, con las tropas fascistas italianas ocupando Alicante, más de 20.000 republicanos trataron de huir en barcos como el Stanbrook. Sin embargo, la mayoría quedaron atrapados en el Puerto, entre ellos mi abuelo.

En lugar del exilio, le esperaba el campo de concentración de Albatera, y diez años de represión y cárcel.

Al igual que en Mauthausen, en España hubo campos de concentración donde se sometió a la gente a la humillación, el hambre, la tortura, el miedo y, en muchos casos, si la suerte no mediaba ante los juicios sumarísimos, la muerte.

La historia de mi abuelo es una más de las de miles de republicanos que, dentro o fuera de nuestras fronteras, pagaron muy caro haber defendido la legalidad democrática frente al fascismo.

Mientras algunos fueron recluidos en prisiones y campos franquistas, otros que lograron huir, se convirtieron en parias en la Europa convulsa de la Segunda Guerra Mundial. Más de medio millón de personas cruzaron los Pirineos. Muchas acabaron en campos franceses como Gurs o Argelès. Y cuando llegó la ocupación nazi, cerca de 10.000 españoles fueron deportados a los campos de concentración alemanes.

Solo en Mauthausen fueron internados casi 7.500 entre 1940 y 1941. De ellos, más de 5.000 fueron asesinados por los nazis con la connivencia del régimen.

España, bajo la dictadura franquista, les negó su nacionalidad. “Esos rojos no son españoles”, dijo Franco. Los nazis los registraron como apátridas, marcados con un triángulo azul y la “S” de Spanier. El abandono, por parte de su propio país, fue parte del castigo. Perdieron la guerra, el país, la identidad y la protección. Y, por si fuera poco, fueron arrojados a un infierno que aún estremece.

Mauthausen no fue un campo cualquiera, estaba reservado para enemigos políticos considerados “irrecuperables”. Su finalidad era la aniquilación por trabajo. En la cantera de granito, símbolo del horror del campo, miles de prisioneros eran obligados a cargar piedras subiendo la temida Escalera de la Muerte. Murieron por agotamiento, enfermedades, palizas, ejecuciones. Más de 190.000 personas pasaron por sus barracones. Más de 90.000 no salieron con vida.

En medio del horror, la resistencia organizada ponía una luz de esperanza. El 5 de mayo de 1945, cuando llegaron las tropas estadounidenses, el campo ya había sido liberado desde dentro. Los prisioneros, organizados clandestinamente, entre los que participaron activamente españoles, había logrado tomar el control del campo, evitando así una masacre final por parte de los nazis.

Aquella mañana, colgaron una pancarta que quedaría para la posteridad: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”. Una imagen que persiste en el imaginario colectivo y nos sigue conmoviendo cada vez que la vemos. La resistencia en Europa dio una lección de coraje y dignidad que no debemos olvidar.

Ochenta años después, avanza el negacionismo, el revisionismo y la banalización del fascismo, alimentado durante décadas por el poder. Recordar no es un acto del pasado: es una necesidad del presente. La memoria no es una trinchera ideológica, es justicia para quienes lo perdieron todo. Y es, sobre todo, una advertencia y un aprendizaje: esto ocurrió, y puede volver a ocurrir. Debemos confrontar los discursos que intentan blanquear el franquismo y el fascismo en nuestro país, y unir fuerzas para frenar el avance de la extrema derecha en toda Europa.

Europa necesita memoria. Pero si hay un país donde el olvido ha sido especialmente persistente y cruel, ese es el nuestro. España sigue teniendo una deuda inmensa con las víctimas del franquismo. Sin verdad, sin justicia, sin reparación, no hay democracia plena. Honrar a los españoles de Mauthausen es también exigir que ninguna víctima del fascismo español siga enterrada en una cuneta ni silenciada por pactos de silencio.

No puedo evitar pensar también en todas las personas que fueron asesinadas, víctimas del odio ideológico, del racismo y de una maquinaria diseñada para exterminar. En Mauthausen fueron asesinados judíos, gitanos, personas con discapacidad, homosexuales, testigos de Jehová, sindicalistas y combatientes antifascistas de toda Europa. Todos ellos estigmatizados y perseguidos por lo que eran, lo que pensaban, a quién amaban o en qué creían.

Homenajear a quienes llevaron una estrella amarilla, un triángulo rosa, uno rojo, azul, negro o marrón es también un deber colectivo. Porque la diversidad de las víctimas refleja la universalidad de la lucha contra el fascismo. Su memoria nos obliga a no olvidar y a tomar partido frente a la injusticia.

Este domingo, habrá muchos jefes de Estado y autoridades en Mauthausen, pero quien no podrá acudir es Benjamin Netanyahu. Como responsable de un brutal genocidio sobre la población palestina de Gaza, pesa sobre él una orden de detención del Tribunal Penal Internacional, por cometer crímenes de guerra, al mismo nivel que lo hicieron los nazis con el pueblo judío, con el silencio hipócrita de la comunidad internacional.

Mientras tanto, en nuestro país, las derechas han emprendido una ofensiva feroz contra las políticas de memoria. Evitan participar en los homenajes, retiran placas, invisibilizan a las víctimas. ¿Por qué? ¿Qué les incomoda de recordar a quienes defendieron la libertad frente al fascismo? ¿Qué temen de nombrar a los que fueron perseguidos, encarcelados, torturados o asesinados? La respuesta es clara: siguen siendo cómplices y herederos directos o indirectos del franquismo. Por eso les molesta la memoria: porque les interpela.

Este 11 de mayo, cuando se reciten los nombres, las historias, los cantos de los descendientes de deportados, cuando ondee la bandera republicana, recordaré también a mi abuelo y a tantos como él. Porque todos compartieron un mismo ideal: la libertad. Y porque no podemos condenarles al olvido.

A mi regreso, pasaré por detrás de la Plaza de la Villa de Madrid, donde un ayuntamiento digno (no, no fue el de Almeida) erigió un monumento en memoria de los deportados madrileños a los campos nazis. Haré un ejercicio más de memoria. Pensaré en todos aquellos españoles republicanos asesinados por la barbarie hitleriana con la complicidad del franquismo y en todas las organizaciones y familiares que han luchado por defender la memoria desde cada pueblo o fosa de nuestro país.

Porque lo que nos conmueve es nombrar, mirar de frente, humanizar a las víctimas. Porque fueron personas como tú, como yo, como mi abuelo. Y por eso, los recordaré: con nombre, con historia y con orgullo.

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