Opinión

De Donald Trump a J.K. Rowling: la reacción avanza

Público, Por Noelia Adánez Coordinadora de Opinión., 22-04-2025

Los seguidores de Trump que tomaron el Capitolio durante unas horas en enero de 2021 terminaron consiguiendo lo que pretendían. No solamente el autogolpe instigado por el actual presidente de los Estados Unidos proporcionó un hito, un capítulo mítico en la narrativa trumpista de recuperar América, sino que sus perpetradores, tras la asunción de la presidencia por Donald Trump a principios de este año, fueron perdonados. Esa masa de grupos e individuos vinculados a organizaciones ultras como los Proud Boys o los Oath Keepers, han sido finalmente liberados tras la firma de un decreto que contenía indultos a los cerca de 1.500 procesados por el asalto. Entre ellos se encontraban figuras tan prominentes como Enrique Tarrio o Stewart Rhodes, hombres a los que el presidente Trump, tras haber cumplido una parte muy pequeña de las elevadas condenas que les habían sido impuestas (de veintidós y dieciocho años, respectivamente), calificó de “rehenes”. Las razones del indulto las resumió en unas declaraciones ante la prensa el propio Trump cuando afirmó que los golpistas han sido perdonados porque aunque algunas de sus conductas, particularmente las más violentas, son reprobables, todos ellos son verdaderos patriotas que aman a su país.

Conforme el perdón presidencial se extendía entre los golpistas del Capitolio, Trump ha ido apretando las tuercas de sus detractores presionando de un modo autoritario en aquellos ámbitos en los que ha surgido cualquier atisbo de crítica, incluso la más templada. Hace pocas semanas, un juez federal del distrito de Columbia ordenaba al presidente que levantara la restricción impuesta a la agencia de noticias más importante de Estados Unidos, Associated Press, a la que se había vetado en el avión presidencial y en en el Despacho Oval por su negativa a utilizar el nombre de Golfo de América en lugar de Golfo de México, tal y como obliga uno de los decretos firmados en los primeros días de un mandato que arrancó con Trump exhibiendo una tenacidad casi bíblica en su autoimpuesta tarea de “hacer América grande otra vez”.

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Cuantas más veces viene compareciendo el empresario presidente para mostrar públicamente su rúbrica en nuevos decretos cual Moisés enseñando jactancioso las Tablas de la Ley tanto más parece ir desdibujándose la democracia norteamericana; la misma que en el momento presente ha generado y hecho posible la existencia de un presidente megalómano e irresponsable, matón y convicto. La capacidad de acción y la imaginación destructora de Trump, según vamos viendo, no conoce ni límites ni fronteras (tampoco geográficas, recuerden).

En su ofensiva para establecer una suerte de neoreaccionarismo al servicio de la oligarquía más tradicional y mínimamente asumible por las elites de Silicon Valley, Trump la ha emprendido, entre otras instituciones, contra las universidades, a las que ya su vicepresidente J.D. Vance catalogó de enemigos en 2021. Paul Dans, director del Proyecto de Transición Presidencial, algo así como la hoja de ruta generada por la ultraconservadora Heritage Foundation (HF) para institucionalizar el trumpismo, ha señalado al “marxismo cultural”, aka wokismo, como unos de los principales adversarios a batir en la construcción de una América neoreaccionaria cuyos valores, en el imaginario ultraconservador, conectan con el espíritu de los Padres Fundadores.

La cultura norteamericana está atravesada históricamente por la exclusión, la desigualdad, la violencia comunitaria e institucional y el abandono de los desfavorecidos; su sistema político es la herramienta con la que este orden social se organiza administrando el conflicto tanto dentro como fuera de sus fronteras mediante el recurso al militarismo y la violencia. Esto es lo que la reacción ultra reivindica, el tipo de cultura que exalta y cuyos fundamentos propone rescatar.

Y en estas estamos, deportando a quienes critican el genocidio en Gaza bajo acusaciones de antisemitismo, persiguiendo a quienes cuestionan las políticas de la Administración Trump y a quienes desde las universidades (¡de la Ivy League!) no se pliegan a los principios que dicta el tan poco sutil como previsible ultrareaccionarismo de los ayatolás de la Heritage Foundation.

El pensamiento reaccionario dispara en múltiples direcciones y lo hace poniendo en funcionamiento de un modo obsesivo marcos securitarios, al tiempo que persigue cumplir el propósito de contraer a la mínima expresión posible la Administración pública y las instituciones del Estado. La reacción autoritaria se presenta como azote de enemigos reales e imaginarios: la inmigración o las disidencias sexuales ocupan en el palmarés de sus adversarios un lugar muy destacado.

En la presentación del extensísimo documento The Mandate for Leadership. The Conservative Promise, la HF destaca como principales objetivos: asegurar la frontera, terminar de construir el muro y deportar a los extranjeros ilegales; desarmar al Gobierno federal aumentando la rendición de cuentas y la supervisión del FBI y el Departamento de Justicia; liberar la producción de energía estadounidense para reducir los precios de la energía; recortar el crecimiento del gasto público para controlar la inflación; hacer que los burócratas federales de Washington sean más responsables ante el presidente y el Congreso; mejorar la educación trasladando el control y la financiación de la educación directamente a los padres y a los Gobiernos estatales y locales; y, por último, prohibir a los ‘hombres biológicos’, entre otras cosas, competir en deportes femeninos. Además, la asimilación de la pedofilia a lo que llaman el ‘transgenerismo’ y califican de virus empapa los discursos de la HF de manera especialmente intensa desde la segunda campaña presidencial de Trump.

En el ideario ultra de la HF la existencia de las personas transgénero constituye una amenaza de orden existencial que pone en riesgo a la familia entendida como una institución para la reproducción del orden conservador y, por extensión, al orden conservador en su totalidad.

En uno de los primeros decretos de Donald Trump, titulado Defender a las mujeres del extremismo de la ideología de género y restablecer la verdad biológica al gobierno federal, podemos leer: “Los esfuerzos por erradicar la realidad biológica del sexo atacan fundamentalmente a las mujeres privándolas de su dignidad, seguridad y bienestar. La eliminación del sexo en el lenguaje y las políticas tiene un impacto corrosivo no sólo en las mujeres sino en la validez de todo el sistema estadounidense”. El objetivo es tan claro como urgente: en el Ejército, en el deporte, en las zonas comunes especialmente los baños y con el tiempo en la sociedad misma, las personas trans y, particularmente, las mujeres trans deberán desaparecer, como poco, desde un punto de vista jurídico o legal.

En esta misma dirección avanza la reacción en el Reino Unido. En un dictamen reciente, el Tribunal Supremo de Justicia ha apelado a la biología (exactamente igual que la Heritage Foundation y que Donald Trump) para restringir el derecho de las mujeres trans a los beneficios de la Equality Act. Como es sabido, la autora de Harry Potter, J. K. Rowling, apoyó con la nada despreciable cifra de 85.000 euros a For Women Scotland, la asociación que impulsó la iniciativa legal que ha dado el resultado que la escritora celebraba estos días fumándose un puro y trincándose lo que presumiblemente es un whisky escocés en una instantánea que colocó en sus redes sociales.

Y yo me pregunto atónita cómo puede celebrarse que se invoque la biología en un texto jurídico, cómo puede anotarse nadie como un éxito que una cosa tan inaprensible, inestable pero interesadamente constrictiva y determinante en manos del pensamiento reaccionario como la biología, aterrice en el ámbito de la ley y del derecho. Miren a Estados Unidos porque lo que hacen la reacción y el autoritarismo en un regimen formalmente democrático es justamente eso: utilizar las leyes para restringir derechos o, como hiciera Trump con los asaltantes del Capitolio, instrumentalizarla en su favor. Parecen democracias, pero ¿lo son?

Noelia Adánez

Coordinadora de Opinión. Doctora en Ciencias Políticas y Sociología por la UCM y MBA en gestión de Instituciones y Empresas Culturales. Autora de monólogos teatrales y de los libros de ensayo Vivir el tiempo. Mujeres e imaginación literaria (2019) y Parentesco animal. Los feminismos incómodos de Doris Lessing y Kate Millett (2023).

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