EL RUNRÚN
El glamour del cayuco
La Vanguardia, 01-09-2006Quim Monzó
ada noche de este agosto que ayer acabó, mientras tomaba mi último whiskey en la terraza de casa, en Maçanet de Cabrenys, he visto pasar autocares cargados de sin papeles.Uno ahora, otro después, un tercero más tarde. O, a veces, dos o tres juntos, en caravana. El proceso es siempre el mismo. Rompiendo el silencio, se oye primero un rumor y, al cabo, ves la silueta fantasmagórica del vehículo, con todas las luces interiores apagadas. Aparece a lo lejos, en lo alto de la loma, a la altura de la fuente de Les Creus, descendiendo a toda velocidad de las montañas y recortándose apenas un segundo contra la fachada de la planta embotelladora. Acto seguido, el autocar se pierde entre los árboles, pero al poco reaparece a la altura del cruce que lleva a la poza de Les Dones. En ese punto, como, tras el sinfín de curvas, la carretera se convierte en una línea recta sin árboles a los lados, el rumor sube a su máxima intensidad para, inmediatamente, desaparecer con rapidez hacia Darnius y Figueres. Cada noche he contemplado ese mismo ritual una y otra vez, y más veces lo hubiese contemplado de haber seguido despierto hasta las seis y pico de la mañana, que es cuando entran los más rezagados. Luego, durante el día, nada: calma hasta la noche siguiente.
Dicen las autoridades que el paso de sin papeles por La Jonquera ha menguado. Puede que sí, que por allí la situación esté más controlada, pero La Jonquera queda a bastantes kilómetros de aquí, más allá de La Vajol y Agullana. Y les aseguro que el paso no ha menguado en estas carreteras secundarias que hay al oeste de la antigua aduana y que, por lo que se ve, no entran en los cálculos estadísticos de quienes nos gobiernan. Concretamente, por la que atraviesa la frontera entre Costoja y Tapis las mafias han transportado más personas que las que han llegado a todas las playas canarias juntas. Cada noche de este agosto han entrado por este coladero más sin papeles que los que las cámaras mostraban al día siguiente en los noticiarios televisivos, a bordo de sus cayucos. ¿Cuántas personas caben en un autocar grande y atiborrado? Digamos que sesenta, por poner una cifra baja. Digamos que cada noche entren sólo tres autocares, también por poner una cifra baja. Sesenta personas en tres autocares dan ciento ochenta personas diarias, diez más que las ciento setenta de media que las autoridades dicen que este agosto han llegado a Canarias. Y, en cambio, aquí no había ni una cámara, ni luego los noticiarios les dedicaban diez minutos.
Porque el autocar es un medio de locomoción poco atractivo para nuestros Pulitzer. Y se entiende. Es tan vulgar, tan conocido… El cayuco, en cambio, es épico desde el mismo momento de su fabricación, casi artesanal. Este verano hemos visto las fotos en las revistas y en los diarios: quién los encarga, cómo se fabrican, cuántos se fabrican. Navegar en cayuco hacia un mundo económicamente más rico es épico; hacerlo en autocar, no. También son épicas las muertes de los que no superan el viaje por mar y acaban con sus cuerpos tendidos en la arena de la playa. Eso tampoco lo da el autocar. Tropecientos sin papeles en cayuco captan la atención de los periodistas. Tropecientos sin papeles en autocar no despiertan el mínimo interés. Hasta la forma de migrar es mediática o no, y ésa es la primera lección del sueño europeo.
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