Cientos de migrantes que cruzaron la selva del Darién arriesgan ahora su vida para volver a casa ante la política de Trump
Tras las últimas medidas migratorias de Trump, el flujo por la selva en dirección a EEUU se ha reducido a un goteo y la afluencia es en dirección opuesta porque muchos migrantes de América del Sur intentan regresar a casa
El Diario, , 03-04-2025Fuera del campamento de migrantes de Lajas Blancas, en el sur de Panamá, las tiendas de madera están tapiadas. Una hoguera de ceniza fría yace en una barbacoa de tambor de hierro que antaño servía brochetas de carne a los migrantes. Hace seis meses, cientos de personas pasaban a diario por el campamento, saliendo de la peligrosa selva de Darién, que abarca territorio en Panamá y Colombia, y que constituye el único paso posible por tierra entre Sudamérica y Centroamérica, para obtener ayuda humanitaria, antes de continuar su viaje hacia el norte, en dirección a Estados Unidos. Ahora, sin embargo, la migración a través de la selva se ha reducido a un goteo y la afluencia es en la dirección opuesta, ya que muchos migrantes de América del Sur intentan regresar a casa.
Adriangela Contreras fue una de los 300.000 migrantes que hicieron la peligrosa travesía en 2024. Cruzó la selva con su hija de dos años, Arianna, en brazos, mientras pisaba cadáveres durante el trayecto. En noviembre, coincidiendo con la victoria presidencial de Donald Trump y el endurecimiento de la política migratoria, Adriangela llegó al campamento de Lajas Blancas, después de una ofensiva de las autoridades panameñas, que desplegaron alambradas en la selva e introdujeron pruebas biométricas en la frontera. Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca en enero, cientos de migrantes de Colombia y Ecuador han sido devueltos a sus países de origen en vuelos de deportación, en virtud de un acuerdo de 5,5 millones de euros de sus países con Estados Unidos.
Sin embargo, la mayoría de los venezolanos pudieron seguir su camino, y el grupo de Contreras llegó hasta el sur de México. Durmieron en la calle y sobrevivieron vendiendo caramelos o lavando parabrisas. Pero cuando en su primer día en el cargo Donald Trump cerró la aplicación CBP One, utilizada por los solicitantes de asilo para pedir hora, Contreras sintió que no le quedaba más remedio que volver sobre sus pasos. Explica que se siente “muy decepcionada”: “No emigré por mí, sino por mi familia”, explica: “Ahora solo quiero volver a casa, ha sido un viaje largo y duro”.
El cierre de la aplicación CBP One y el aumento de los controles panameños prácticamente han extinguido la ruta migratoria de la selva de Darién. En febrero, los cruces descendieron un 96% en comparación con el año anterior. A finales de ese mes, Lajas Blancas, que antes acogía regularmente a más de 3.000 migrantes en edificios de madera contrachapada y tiendas de campaña, solo albergaba a 485 migrantes, el 90% de los cuales procedía del norte. En lo que va de año, 4.091 migrantes han regresado a Panamá, y el Gobierno ha tenido que hacer frente a la compleja logística necesaria para gestionar el flujo inverso de migrantes.
Oscar Ramírez, venezolano de 52 años, llegó a Lajas Blancas con apenas un euro en el bolsillo. Explica que vendió su camioneta para perseguir el “sueño americano”, pero sufrió un robo en Ciudad de México y luego fue retenido por traficantes de personas en un hotel cerca de Monterrey. “Lo único seguro de México es que te van a atracar”, lamenta.
“Nos engañaron”, señala, “nos dijeron que podríamos conseguir un vuelo de repatriación desde Panamá”. Muchos de los migrantes, incluido Contreras, afirman que les prometieron que, al llegar a Panamá, les ofrecerían un asiento en un avión con destino a Cúcuta, ciudad colombiana fronteriza con Venezuela. Cuando ese vuelo no se concretó, algunos migrantes que podían permitírselo empezaron a regresar a Colombia en pequeñas embarcaciones.
El 22 de febrero, una embarcación con 19 migrantes volcó y una niña venezolana de nueve años murió ahogada. Desde entonces, el Gobierno panameño ha abierto una nueva ruta que transporta a los migrantes en autobús desde Lajas Blancas hasta Miramar, un puerto de la costa caribeña, y los embarca en transbordadores hasta La Miel, un pueblo aislado cerca de la frontera con Colombia.
Para Jessica Álvarez, fue su primer viaje en barco: “Fue una experiencia horrible. En algunos momentos pensé que íbamos a volcar, daba mucho miedo. Vomité y mi hijo se mareó mucho, todo el mundo estaba muy mareado”. Desde La Miel, los migrantes son enviados en pequeñas embarcaciones a los pueblos de Capurganá y luego a Necoclí, en territorio colombiano. Desde allí, muchos, entre ellos Álvarez, han optado por quedarse con amigos o familiares en ciudades colombianas.
Contreras y su hija siguen atrapadas en Necoclí. “Cuando llegamos no nos dieron nada, ni un bocado para comer, ni un colchón, nada”, explica en una conversación telefónica desde el puerto colombiano. Con la ayuda de algunos amigos logró encontrar espacio en una pensión, pero no sabe cómo conseguir el dinero para regresar a Venezuela y poder estar con su hijo, recientemente operado de la vista: “Solo quiero volver con mi familia. Espero que en Venezuela me espere algo mejor”.
El pasado 28 de marzo, los presidentes de Panamá y Colombia se reunieron en Ciudad de Panamá para tratar el tema de la migración. Según el Ministerio de Seguridad Pública de Panamá, cualquier otro migrante que llegue a través de la selva de Darién será deportado inmediatamente a su país de origen o a Colombia.
Ramírez tenía dinero para pagar un autobús a Cúcuta y el miércoles ya estaba de vuelta con su familia en el estado de Barinas. En una conversación telefónica con The Guardian afirmó que se sentía feliz de estar en casa, aunque ya no tuviera su camioneta: “Todos los migrantes tenemos lo mismo el sueño americano en la cabeza, pero después de la experiencia, me doy cuenta de que solo es eso, un sueño”.
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