Sembrar el (t)error
La Vanguardia, , 24-03-2025Hasta en las circunstancias más inhóspitas, las personas somos capaces de plantar cara, de rebelarnos. Pero las formas más sutiles de rebelarse nunca se parecen a la rebelión. A menudo son resistencias silenciosas, más que acciones políticas concretas, visibles o ruidosas. Las leyes migratorias y laborales que está promoviendo el Gobierno de Trump han provocado pánico en gran parte de la población, pero esta semana me topé con dos escenas silenciosas, protagonizadas por personas anónimas y ajenas al discurso público, que parecían contraatacar.
En la calle Broadway, una anciana colocaba en una farola un mensaje diminuto, escrito a mano, ilustrado con corazones: “Immigrants are welcome”. Esto ocurría a dos calles del barrio dominicano, donde varios agentes de inmigración acababan de detener a personas sorprendidas en sus casas, amenazándolas con ser deportadas. La segunda escena me la encontré en Central Park, donde dos niños llenos de granos tomaban el sol en un banco, sin decirse nada, saboreando su fea preadolescencia y los helados más baratos que existen en esta ciudad.
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El presidente de EE.UU., Donald Trump, en una imagen recienteMANDEL NGAN / AFP
Sin saberlo, a veces, niños y ancianos trazan líneas de fuga en el comportamiento social que parece imponerse
Estas dos escenas tenían en común la discreción, la lentitud y la entrega a la improductividad. Ni el gesto altruista de la mujer ni el hedonismo de los niños buscaba ser una forma de activismo, ni aplaudido por nadie, pero era una resistencia pasiva, una inacción con significado. Cuando un gobierno “siembra el terror”, hay quienes, en vez de repetir esta metáfora trillada, se dedican a sembrar el error en ese sistema dominante. A veces, sin saberlo, hay ciudadanos que trazan líneas de fuga, que provocan un glitch en el comportamiento social que parece imponerse. Y suelen ser los niños, los ancianos, cualquiera que esté fuera de la edad considerada productiva o laboral.
En contraposición, entre los adultos, veo cierta preocupación política performativa, verborreica, que nos hace sentir personas comprometidas solo por expresarla. Pero hay, si nos esforzamos por verlos, quienes callan y contraatacan con esa sutil rebeldía que nada tiene que ver con los rebufos apocalípticos, o con el activismo intelectual, o con la hiperproductividad. Estas reacciones enmascaran la incapacidad de hacer lo más difícil, y nuestra mayor responsabilidad: enfrentar cada día con dignidad, incluso con placer.
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Para piratearel modo de vida (y de sociedad) que impone el nuevo Gobierno, tal vez haya que volver a la infancia, o instalarse en la vejez, o padecer alguna enfermedad: convertirse en una criatura inmune a este régimen casi por incapacidad. Para ser activista hay que tener un pie en el sistema, y estas personas están (o les dicen que están) fuera de él. Para ser solidario solo hace falta negarse, dar ejemplo con el propio rechazo, hacer lo que haríamos aun si no nos dejan hacerlo.
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