La Liga Norte renuncia al secesionismo Prodi saborea la tarta de los cien días
ABC, 31-08-2006JUAN VICENTE BOO. CORRESPONSAL
ROMA. El ex ministro de Justicia, Roberto Castelli, lo ha reconocido por fin explícitamente: «Los militantes de la Liga Norte tienen que darse cuenta de que la secesión ha dejado de ser posible», y de que la independencia de la Padania – el territorio norteño de la llanura del Po – era tan solo una bandera electoralista.
En una entrevista con el Corriere della Sera, Roberto Castelli reconoce que «tenemos que aceptar los números. Los padanos son un millón y medio de personas: no vencerán jamás contra el resto de Italia. Los militantes, sobre todo los que razonan más bien con el corazón, tienen que darse cuenta de que la secesión ha dejado de ser posible». Aunque admite hipotéticamente que la secesión podría replantearse – tan solo por acontecimientos traumáticos – , Castelli constata que el objetivo de la independencia ha perdido fuerza incluso dentro del partido: «Yo creo que dentro de la Liga Norte la corriente secesionista ha dejado de ser mayoritaria». Es una bandera que mantendrán los extremistas y los nostálgicos, pero como un proyecto utópico, minoritario incluso entre los padanos.
La Liga Norte arrancó hace casi veinte años cuando Umberto Bossi logró un solitario escaño de senador en 1987, y empezó extender un movimiento independentista que, en realidad, pretendía acaparar parte del voto de protesta contra el Gobierno. La operación ganó dinamismo y la Liga Norte consiguió más del 8 por ciento del voto popular italiano en las elecciones de 1992, y más del 10 por ciento en las del 1996, unos resultados que irónicamente daban a un partido separatista un fuerte protagonismo en el Parlamento.
Aliados de Berlusconi
Pero casi todo era un castillo de naipes, y el voto de protesta se fue por otros derroteros. La Liga Norte estaba ya en bancarrota política – – dividida y abandonada por los votantes – cuando Silvio Berlusconi la «compró» en 2001 para sumar el 3 ó 4 por ciento del voto popular necesario para ganar las elecciones generales. Desde entonces, y durante cinco años, Berlusconi ha aguantado las declaraciones extremistas de Bossi – contra los inmigrantes, contra el Islam, contra el Sur de Italia, contra la Unión Europea y contra el Gobierno de Roma, del que formaba parte – sin plantarle cara, a pesar del continuo desprestigio de Italia en los foros internacionales.
Cuando una hemorragia cerebral obligó a Bossi a traspasar la cartera de ministro de la Reforma Institucional a su correligionario Roberto Calderoli, las cosas fueron a peor. Además de racista y xenófobo, Calderoli era un autentico insensato que terminó forzado por Berlusconi a dimitir después de haber enseñado en todas las televisiones su famosa camiseta interior estampada con las viñetas ofensivas contra Mahoma y el islam.
Mientras la Liga Norte se hundía en su propio ridículo, Berlusconi apuraba «in extremis» el proyecto de reforma constitucional federalista que habían exigido sus socios de coalición bajo la amenaza de retirarse y hacer caer el Gobierno, como ya hizo Umberto Bossi en 1995. El «Cavaliere» sabía que el proyecto de reforma constitucional acabaría derrotado en el inevitable referéndum popular, por eso retrasó la aprobación del proyecto de federalismo a los últimos meses de la legislatura, de modo que el referéndum tuviese lugar después de las elecciones generales de abril.
En cuanto el Parlamento aprobó el proyecto de federalismo, la recogida de firmas para convocar un referéndum superó enseguida la cifra del medio millón, obligando al presidente de la República a convocar una consulta popular que, el pasado mes de junio, dio el resultado previsible: derrota del proyecto de reforma constitucional en toda Italia, excepto en cuatro regiones del Norte, en las que tampoco logró el «sí» en la totalidad de las provincias. El mapa de Padania aparecía desdentado en su propio territorio. El sueño de la independencia pasaba a la historia.
J. V. BOO
ROMA. Si no fuese por la tarta que el ministro de Justicia encargó a Romano Prodi, los primeros cien días del nuevo Gobierno habrían pasado sin pena ni gloria.
El segundo Gobierno Prodi nació demasiado «pesado», con 25 sillones de ministro y una constelación de subsecretarios de los once partidos de una coalición que va desde los democristianos hasta los últimos comunistas en ejercicio en Europa.
Prodi trabaja para los italianos: sus primeras diez leyes son de interés general. Aunque el envío de 2.500 «cascos azules» al Líbano cuenta con poco respaldo popular, sí lo apoya la clase política. Las primeras leyes de Berlusconi fueron en beneficio propio: supresión de delitos fiscales, eliminación de impuestos y obstáculos a las rogatorias internacionales.
Prodi, en cambio, piensa en los ciudadanos, aunque los ciudadanos no piensen en él.
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