La ciudad que veta a los inmigrantes

El Mundo, 31-08-2006

El Ayuntamiento de Hazleton, en Pensilvania, aprueba una norma que sanciona a quien emplee a ‘ilegales’ y declara al inglés «única lengua oficial» Francis Rodríguez, un inmigrante dominicano, se trasladó de la gran ciudad a Hazleton, Pensilvania, en busca de una vida mejor. Allí encontró lo que buscaba: casa, empleo, escuela para sus hijos y esa cordialidad propia de una pequeña ciudad que jamás había encontrado en Nueva York. Sin embargo, sólo tres años después, considera marcharse, como muchos latinos que ya han hecho las maletas. «¿Por qué quedarte en un lugar donde no te quieren?», pregunta.


Hasta hace un mes, Hazleton era una localidad como muchas otras. Ahora está en el primer plano de la actualidad nacional por ser el lugar más hostil de EEUU para los inmigrantes ilegales. En julio, el Ayuntamiento aprobaba la Ordenanza de Sustitución de los Inmigrantes Ilegales, unos estatutos sumamente estrictos que suspenden las licencias de funcionamiento de aquellas empresas que emplean a «ilegales», sancionan con extrema dureza a los propietarios que les alquilan viviendas y declaran al inglés único idioma oficial de la localidad.


«Ya está bien», dice Louis Barletta, el alcalde, sobre la ola de delincuencia que sufre la población desde hace cinco años, de la que culpa a los ilegales. «Nos estaban arruinando».


Tres incidentes recientes en los que se han visto implicados inmigrantes latinos, tanto legales como ilegales, le han convencido de que hay que actuar. «No estaba dispuesto a esperar la intervención del Gobierno federal», sostiene.


La nueva ordenanza municipal ha hecho famoso al alcalde y ha levantado una ola de propuestas en todo el país. Con una población ilegal que llega a los 11 millones de personas, la inmigración se ha convertido en el tema más polémico de la actualidad. A fin de cuentas, éste es un territorio de inmigrantes italianos, irlandeses y alemanes, que tiempo atrás trabajaron sin descanso en las minas de Hazleton. El alcalde de Nueva York ha declarado, en cambio, que la economía de la ciudad se vendría abajo si desaparecieran los trabajadores ilegales.


Los inmigrantes, sin embargo, ya no proceden de Europa, sino de Latinoamérica. En localidades como Hazleton, en las que están empezando a llegar inmigrantes que no logran instalarse en las grandes ciudades, la población originaria ha llegado a considerar amenazante esta nueva diversidad.


Matt Manganele, italiano de cuarta generación, recuerda cuando los latinos empezaron a llegar, en 1999. «Al principio venían pocos, uno o dos, y entonces, como las cucarachas, ponían sus huevos y se iban expandiendo», cuenta a su modo en la barra de un bar.


Ritchie Saravage, el camarero, abunda en lo mismo. «No se veía un solo puertorriqueño cuando la mafia andaba por aquí. ¿Dónde están ahora [los mafiosos] cuando se les necesita?», pregunta. «Mientras ellos se ocupaban del asunto, en este local no se produjo ni un solo robo y ahora hemos tenido dos en un solo año».


Según el alcalde, en Hazleton han aumentado los delitos en un 50% en los cinco últimos años, durante los cuales la población latina ha pasado del 5% al 30%. Entre los hispanos, según el regidor, las detenciones han incrementado hasta un 30%.


Los inmigrantes legales del pueblo tienen la sensación de que la nueva ordenanza va dirigida contra la población latina en su conjunto. «Ahora ya es a las claras; todo el mundo tiene la sensación de que está bien odiar a los otros», comenta Anna Arias, que forma parte del Comité de Asuntos Hispanos que asesora al gobernador del estado. Arias está espantada ante lo que vio una noche en el ayuntamiento, cuando preguntó a la multitud que se manifestaba, blancos en su mayoría, si estaban dispuestos a que se deportara a los niños que hubieran nacido en EEUU de padres inmigrantes. «¡Sí!», corearon al unísono. «Pues vais a entrar en la Historia como el ayuntamiento que convirtió este pueblo en la primera localidad nazi del país», les espetó ella entre un concierto de silbidos.


Inyección de vida


Hazleton, dice Arias, era un pueblo que languidecía hasta que los latinos empezaron a trasladarse aquí. En 2000, la localidad tenía sólo 23.000 habitantes, bastante por debajo del máximo de 38.000 que llegó a tener en los años 40. En 2005, había 30.000 vecinos y 60 empresas nuevas. «Hemos aportado una nueva vida a este pueblo», insiste. «¿Qué quiere el alcalde? ¿Otra vez un pueblo fantasma?».


Si eso es lo que quiere, lo que va a tener es lo que ya se empieza a ver en la avenida Wyoming, la principal calle de ambiente latino. Una de cada tres tiendas está cerrada y de sus escaparates cuelga un cartel que reza se vende. Pero muchos de los que se marchan son inmigrantes legales y propietarios de tiendas, como el señor Rodríguez. En su locutorio telefónico, las ventas han caído de manera espectacular.


Este hombre cifra sus esperanzas en la querella planteada contra la ordenanza por el denominado Fondo para la Educación y la Defensa Legal de los Puertorriqueños, que cuenta con el apoyo de varios latinos dueños de diversos negocios.


Lo que ocurra en Hazleton podría determinar lo que vaya a ocurrir en el resto de EEUU. «Esa querella es un punto y aparte. Si la paramos aquí, la habremos parado en todo el país», asegura el alcalde.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)